jueves, 31 de diciembre de 2015

La savia

Amor, me viene la savia de encontrarte, de verte brillar por los contornos purificados del espíritu, de sentirte con Dios entre mis brazos.
En esos besos que guardo entre las aguas como nenúfares cansados, como pequeñas muertes que surgieron al estancarse el brillo de las opacidades, te entrego amor en esa línea inexistente que llamamos horizonte.
No hay nada más allá, y tú lo sabes. No hay nada fuera de tus pies, y lejos de tus dudas. Nada fuera de este amor que me consume y que me abruma.
Amor, en el espacio estelar, allí donde llega la mirada, hay una luna que fue madre, que engendró a los lobos, el pelaje de los lobos, sus hocicos húmedos, sus besos de lobos, sus dientes de lobos, su sangre de lobos, y su misterio, para siempre reducido a la hondura del aullido.
Amor, en este invierno, en este tránsito que cabalga las auroras, mi corazón no cesa de decir que los pájaros vinieron, y que dejaron un poso de alas en los labios.

Se acaba el año

Amor, se acaba el año. Dicen las costumbres que el reloj marcará la medianoche, y vendrá con frío la intemperie, que enero empezará y con él un nuevo ciclo de amores y de pájaros.
Amor en este día en que estás lejos, en que te lames las heridas y que esperas, mi amor quiere alcanzarte por encima de las rosas, por debajo de las lilas.
Amado, no puedo ir a buscarte, sólo puedo encontrar en las baldosas la imagen del deseo. Sólo veo cómo las horas crecen junto a mí, cómo arraigan los recuerdos en esas estrellas fulgurantes que nos miran, para las que somos como hormigas.
Enciendo velas, aromo las estancias. Busco jarcias y quillas en los alrededores para salir al mar, para besarte en este inmenso cielo en que tus ojos se encarnaron.
Las palabras surgen como amantes. Es mi única manera de amar, de entregar en ellas este alma que sufre con tu ausencia.
Amor, en año nuevo irán las gaviotas a buscarte. Mis labios embrujarán los girasoles y tendrás el fuego que permanece y arde en los contornos de un sol esquivo.

miércoles, 30 de diciembre de 2015

En los árboles

Amor, en los árboles se esconden los designios de los nidos, ramas altas de hondo transpirar, luciérnagas que callan y sólo se iluminan cuando la noche cae junto a los pétalos.
En esos nidos ocultos hay hojas que cayeron y que el viento transportó con su sonrisa, y los pájaros se comen la hojarasca, la devoran, para devolverme esos besos que te llevaste contigo y me ofreciste con tu huida.
Amor de sangre enorme, amor que abrazas las raíces de las enredaderas, que ves cómo las hiedras te cobijan, y a su sombra te tiendes, yaces junto a mí, y desvaneces el tiempo con sus horas.
Amor largo, tienes en los cabellos un fluir, un perfume rubio, un aroma silencioso. Amo en ti la primavera, ese germinar que es del invierno y que lleva hasta tus ojos.
Niño blanco, qué dura es la derrota, qué duro es cuando la muerte viene a golpear en la morada, cuando Pegaso pierde el vuelo y el Fénix es cenizas, cuando parece que la oscuridad llega y se nos muere y tras ella sólo hay un negro más negro todavía.

La planicie

Amor, sientes la planicie del mundo, cómo el deseo cubre las oquedades de la nada y prende el tiempo en tu mirada.
Así son los espejos, mudos y absortos en el día, reflejando ese sol que te acontece, ese sol de dunas encendidas que se opacan en la noche, esa arena obnubilada por el beso de la luna.
En este lento recorrido fluyen las pavesas. Se apostan a cada lado del camino como crímenes, como incestos, como muertes infamantes.
Amor, quisiera llegar a esas nieves, a esas cimas, a esas nubes que tienes a tu lado. Quisiera subir por las promesas y jurarte, y blasfemar por este amor que siembra flores estrelladas.
Mi hombre, abro los ventanales para que entre la noche y desvanezca toda claridad. En esa habitación oscura repito tu nombre sin cansarme, y tu nombre me dice que estoy sola, que mis caminos están poblados de cipreses. Sin ti el alba resplandece hasta el dolor. Sin ti la palabra suena hueca, afilada con estrellas.

Una calidez

Amor, hay una calidez que es intrínseca al invierno, al tiempo en el que el frío se introduce en esa nieve que palpita como un corazón de fuego dentro de la lluvia.
Amor, dame un poco de esa nieve que calientas en las ingles, entrégame un ramo blanco de esas azucenas que diciembre nevó para tus ojos, sé piedra que se deshace en las rugosidades de un ayer en que era inmarcesible.
Latente, el agua se resiste a derramarse. Sus gotas son ocasos que se resisten a la luna. Sus embriones nacen en la disolución del iris.
Mi niño, te guardo un poco de luz, una pizca de estrella, unos gramos de sal de los océanos, un galope largo entre mis piernas de escarcha, nevadas por tu esperma.
Sólo quiero tu hierba renacida, el extenso fulgor de tus lunares, el signo de admiración que te dibuja la cara cuando duermes.
Amor, sientes las profundidades que se me divisan en el mar, los ornamentos callados que me brotan en los labios que me guardan tu silencio.

lunes, 28 de diciembre de 2015

Un recorrido

Amor, hay un recorrido en la memoria donde el beso permanece en la caricia de los labios. El olvido se llena de recuerdos, y no olvida, revive los instantes en que tú me lamías en la lengua las palabras, incitándome a besarte, a comerme las últimas flores que cortaste para mí, para que me crecieran en los muslos y me besaran la piel, como tus ojos.
Amor que das, que me recibes con tus lágrimas, que me ves cuando cierras los párpados en las oscuridades que te ciernen, me enardezco entre tus voces, la que me dice que me amas, la que me dice que te fuiste y encontraste el vellocino de la mano de Medea, y en el oro te apartaste, y en el oro convertiste el amor en la sombra del amor, en su recuerdo.
Nido de flores, se abre la mañana y rasga el silencio, caben los insectos en la mano y el sol nos ilumina, seduce a la luna que se esconde hasta encontrar un cobijo en el que duerme, y cuando el sol se va, evade la fosforescencia, nos queda la electricidad y sus motores, nos queda la lámpara y la vela, el quinqué y la esperanza del quinqué, y ausentes nos adormecemos hasta que un nuevo beso nos despierta.

Diciembre

Amor, diciembre va cerrando su perfume y lo escancia con el tiempo. El tiempo me sabe a corazón envuelto en rosas, a sangre verdadera.
Amor, en mi sangre te deslizas, en mi sangre adoras a quien fue el portador de las iluminaciones, a quien el primer Dios envolvió en membranas y cegó, por entregarse con el fuego de los hombres.
Me entregó el fuego y lo puse en una antorcha. Enceré la vela y lo puse en una llama. Cociné y lo escondí dentro de un horno, e hice pan y te di una hoguera consagrada.
Amor, el pulso es lento, gira y se traslada. Es promesa y agravio, y en la humillación del dolor se me enamora, se me va detrás de los relojes, los detiene, se para en la arena, y la contiene.
Amor, hay un inventario en el agua que me crece, un juego de luz, tenebrosidades aprendidas en el hogar de la costumbre, un rito iniciático de chimeneas encendidas, de carbones apagados, de leña y de brocales de la leña, donde las ramas se quiebran, y quebradas dejan tras de sí el polvo estelar con un rastro de ceniza.

En mí

Amor, en mí se junta el mar que separaste, el que prendí en mis aposentos, y vi cómo el tiburón se dirigía hacia las rocas, cómo las comía, cómo sus dientes afilados devoraban la piedra que crecía bajo el mar como la niebla que cae sobre la tierra.
En medio de esa bruma te entreví. Tus ojos todo lo llenaban, lloraban el cielo con tu sombra, con tu palpitar cálido y callado, ofrecido a la nubes y más hermoso que la lluvia dividida.
Hay una distancia que se anula en el amor. Son los brotes del pan tierno. Los que como de tus labios.
Los claveles tardíos me seducen. Me los entregas con un lazo de papel, para que sueñe con tu cuerpo, para que pierda la luna que era mía y que se quedó anclada entre mis piernas.
Entre las ingles palpita la inocencia. Atrás quedó esa niña que miraba con fulgor el infinito, que se posaba en el árbol imaginando las estrellas, que se lamentaba en el estanque de los sueños, a la que diste alas y piel con que besar, a la que diste el saber que se prendió en la blancura de un amor enorme.

sábado, 26 de diciembre de 2015

En esta senda

Amor, en esta senda que empieza a caminar, en este lado del destino, sé que un día las rosas que sembré serán finalmente tuyas, y las amapolas de mi cuerpo serán como gotitas de ese agua que cae de los cielos.
Amor, en el calvario fulguraron las tres cruces: en una el Cristo derramó su sangre, nos llovió, nos llenó de pétalos, nos llevó a la madrugada que cubrió el mundo por nosotros.
Amor, el día tercero se elevó de entre los muertos, los llenó de besos, los preñó de lluvia con su esperma, los bautizó con el fuego del espíritu y los desnudó de miedo.
Así yo derramo el fuego de mis labios, el alba que me prende de las ingles, el iris de un marzo que me espera, que se encarna en las estrellas y en la luminaria de unos ángeles que abren las ventanas de un cielo redentor, unos cristales con tres velas, con tres llamas chiquititas que suspiran aire para arder.
Amor, que en ti vives, que en este diciembre que se aleja me traes la blancura, este frío que se anega con tus ojos, esta nieve que se mantiene florecida, esta penumbra que le grita al amor, y lo acontece.

En esta mañana

Amor, en esta mañana en la que el cielo se desprende de tus ojos, en esos ramos que me das de miradas florecidas, te amo, te amo entre los estertores del volcán, entre la lava que vomita y soy yo misma ese fuego que se arrastra por los campos y todo lo llena con el barro.
Soy ese agua y esa tierra que se ofrece al palpitar que arde, el fuego que en incandescencia se convierte, el milagro que mira en derredor y construye un árbol de ceniza.
Amor, en esta muerte en que vivimos cada día, en este declinar lento entre las hojas, me miro en este amor que te concierne, porque es tuyo, y saluda y ve crecer las mariposas en el lazo más puro de las rosas que te entregué hace mucho tiempo y que se preñó en la jungla de los besos.
Mi amor, las amapolas me siguen suspirando entre las piernas, entre los pechos que tu semen endurece, y en las guaridas me entregan tu nombre, y yo te otorgo mi amor en el silencio.

Qué nombre tienen

Amor, qué nombre tienen las espinas de las rosas, cómo deambula el amor entre rosarios, qué adalid nos inunda de crisálidas, con qué color más puro llegan las mariposas.
Amor, en el curso de este día del solsticio se desangran mis aguas junto a ti y te corono con el fuego, con el millar de abejas que vienen a besarme.
En esta espera fluye el deseo como unas abluciones. Limpia, me ofrezco al canto de la lluvia, al roce de ese viento que trae la tormenta, y la perdona.
Entre pétalos y esperanza viene la ceniza. Un día moriré y entre tus brazos llegaré a la redención. La muerte llevará un ramo de amapolas y yo te daré sus llamas con mis besos.
Amor, traes los sueños de esa primavera, de la ternura que vendrá y de esas fuentes que van surgiendo poco a poco del fondo mismo de los manantiales.
Amor, me cuenta una leyenda que vendrás, que oscurecidos mis labios y mis ojos serás la luz que me quitaron, el sello de unas manos que esculpirán el amor en las fraguas más recónditas de la claridad.

Me tiendes tus sandalias

Amor, me tiendes tus sandalias. Me hueles en este aroma que se desprende de las ingles cuando, después de amar, se parecen a las nubes.
Amor, en la boca llevo la fermentación de tu estirpe, el deseo más enloquecido de tenerte junto a mí para que tu alma repose entre los fieles, entre los santos, entre los que dieron la luz para que la luz iluminase a todas las flores entregadas.
Amor de poso leve, amor infinito en su complacencia de amar, abre las crisálidas, renace en el mismo amor que te acompaña.
Brisa que besas el mismo caminar, que te pierdes en la ruta y te encuentras en el mismo centro del corazón, reza por nosotros. Sendero de orquídeas, en este solsticio el sol saluda la intemperie.
Amor que calla y que se encarna en el silencio, recoge las aguas que el río removió y llevó hasta su seno, hasta las piedras más recónditas, hasta las lilas escondidas, y en los lugares sagrados tomó la forma del Nombre.

jueves, 24 de diciembre de 2015

El espíritu

Amor, me ha preñado el espíritu de palabras. Las llevo en el vientre, entre los pechos, en la sangre de mis ingles, en las uñas, en los pies que llegan a las alturas sin alzarse de este suelo que cobija mis visiones.
Amor, entre los árboles te sentí. Eras brisa y eras cielo que venía y me llamaba. Eras hoja y eras tierra que surcaba entre mis brazos, que me cubría todo el cuerpo, y con tus besos me nombrabas, me decías que era tuya y que por siempre lo sería, y yo quería entregarme a ese cielo que bajaba para encontrar en mí el amor más firme, más auténtico, el amor que es amor sobre todas las personas, sobre todos los verbos, y que se une más allá de la carne y que se expresa bellamente con el sexo.
Amor, que rozas mi intemperie, que vives en los barrancos al filo del abismo para salvar a los que caen. Amor, tu sombra es la luz de tus cabellos, tu sombra es la mirada de tus ojos, y en la claridad de tus pupilas se derrama toda el agua del silencio.

Las paredes blancas

Amor, las paredes blancas tenían los balcones irisados. Del cielo caían los pétalos azules, como tus ojos, y rojos, como el viento. En la puerta se leía como todavía no era la hora, como no debía entrar en el pasaje de las almas, donde entraban a cientos y sucumbían al heraldo de las flores.
Amor, en la explanada había árboles, y en los jardines había edenes pequeños y medidos, y a la espera del ángel y la barca relucían al fondo los cristales de la ciudad que duerme, levantada.
Amor, en esas aguas sólo se refleja el espejo de un mar sin las corrientes, los manantiales sin ruido, los ríos que forman lagos y que no se mueven, profundas procesiones sin alba ni tormentas, aguas grises vivas y estancadas.
Amor, hay un castillo rodeado por un bosque oscuro. Castillo blanco de grandes dimensiones, alma buena que todavía se respira en el olor de los claveles.
Amor, los santos me reciben. Les veo platicar con la costumbre de ver la divinidad a cada paso, en los claros diamantes de allá lejos que viven en nuestros propios corazones y en ellos permanecen.

Un amor estremecido

Un amor estremecido, un amor de flores temblorosas, un enjambre. Mi hombre, vendrán las amapolas a buscarme en la negrura de esa oscuridad que se palpita y es madre de luz a su pesar, madre del alba que aparece tras las horas más intensas, cuando todo duerme y el sol todavía no se muestra ni en un solo rayo renacido.
Amor, madre oscura, sombra atávica de un recuerdo que anochece, deseo de la bruma de los sueños, pálpito en la niebla que entrevé los ojos de la noche.
Llueves en la guarida de los lobos, en los sagrarios más ocultos, en las ingles perfumadas. Llueves en la rotación de un mundo que se vuelve sagrado en tu mirada.
En alemán, la luna es masculina, su blancura. Sus mares áridos, la memoria de su semen en esas olas sin gravedad ni espuma.
Amor que respiras el humo de los dioses, que inundas con tu sangre el firmamento, dime si en ti puedo habitarte, puedo vivirte y nombrarme en tu silencio.

Hay un país

Amor, hay un país que se extiende tras los astros, detrás de las secuoyas. ¿Sientes cómo cae la luz en esas casas que limitan con el cielo? ¿Oyes cómo la voz del nigromante se opone a las estrellas? ¿Escuchas mi voz, que es como un fantasma a la orilla del infierno, y ese miedo que viene cuando se ve su oscuridad, los gemidos de esa oscuridad que son las pesadillas de los monstruos?
Amor, quiero hablarte, decir, nombrar en el silencio. Que el silencio sea un silencio religioso. Un silencio donde la adoratriz se nombre, y que te adore. Un cristal luciente en muchos marcos, una ventana de colores donde el blanco sea la respuesta de esa luz innominada.
Los pájaros anochecen. Se quedan en los nidos y vislumbran el ámbar de los ángeles.
Amor, ¿qué ceguera impulsa mis palabras? ¿Por qué no puedo ver el ansiado recorrido que me lleva hasta tus ojos? ¿Qué se me oculta a la mirada, que sólo siento la brisa y el amor de esa brisa que se derrama con el aire? ¿Dónde estás, dónde esperas encontrarme? ¿En el seno de esa noche que tirita entre las cenizas de esta madrugada?

martes, 22 de diciembre de 2015

En esos valles

Amor, en esos valles donde se va la muerte, en esas montañas en que los lagos se eternizan, hay un polen que las flores se olvidaron.
Amor, las mariposas sobrevuelan ese polen, y florecen. En tus ojos florecen las estrellas. Derramas los pétalos en los labios y en la luz se posan las caléndulas.
Amor, qué rastro me dejaste con tus besos que miro sin verte en ese cielo donde te encarnas en la luna, y siendo luna nueva me entregas ese mar que sangra en primavera.
Amor de riberas y de ocasos, cítara que se toca entre los astros, necesidad última y primera, aguas que tiemblan en los mares, olas de océano con espuma que la noche convierte en algo oscuro, nido de pasión desenfrenada, sin espuelas ni flagelos.
Amor, amor que vienes en la cara más nítida del diamante, que colocas en él el porte y la figura, la sangre más pura del doliente, el enamoramiento más duro y engendrado por el poder de la palabra, que empalmó el cierre más oculto, el más extraño, y que consiguió abrir el alma.

Te busco en las estrellas

Amor, te busco en las estrellas. Más allá del cielo se viste la penumbra. En ella queda la amapola. Amor, viene el invierno con flores renacidas en esta primavera, flores que surgieron en el mismo frío y que en el hielo se derramaron con sus pétalos.
Encarnación del bronce, hierro que se doblega en el acero, tu piel se tiñe con los colores que el verano te dejó en esa misma piel que desvanece el paso de la escarcha.
En ti los manantiales, en ti la tierra que recorren, la hierba cristalina, los ríos que se detienen en las rocas que anulan sus certezas.
Amor, más lejos está la oscuridad. Y en ese deambular oscureciéndose brilla el tiempo, su duración y la esvástica de su duración, y su mañana.
Amor, los cipreses lloran. Están solos. Son los guardianes de los huesos, de la ceniza final. El campo santo se llena de ese deseo que en sí lleva la muerte. La muerte es la guardiana de tu semen, la madre que te acoge entre sus piernas y yo soy su mensajera.

Qué hay en la noche

Amor, qué hay en la noche que se vuelve tras tus pasos, qué hay en mi corazón que se anochece.
Mi hombre, cómo se pasan las ausencias, cómo en mi pecho sobrevuelan los murciélagos, y nos traen la oscuridad.
Mi niño, deja que amamante las crisálidas, deja que vengan a mí las mariposas y que mi leche se acentúe en tu mirada.
Mira cómo me desnudo. Me desnudo para ti, para tus ojos. Te doy mi alma y anhelo tu blancura. Deseo que te alcance el firmamento, que lleguen las estrellas y se te pongan en el pelo.
Mi amor, me escondo del destino. En su transcurrir se disuelve la penumbra, se entregan las palomas.
Entre esa luz que permanece cuando arde la mañana se incita a la sombra a renacer, y entre las llamas de ese sol que te acontece hay una ternura abrumadora, una ternura que te lleva hacia mis pechos, hacia la intensidad de unas ingles donde el agua se junta con el cielo.

Hay una soledad

Amor, hay una soledad que me acomete en la distancia, en mi deseo de ser tuya, en mi ansia de poseer el secreto de ese corazón que late oscurecido, en mi dolor por no tenerte, por dejar que se escape el espejismo y no poder prenderme en las estrellas.
Ansío esas estrellas que iluminan los oasis más frondosos, que caen en el agua en su reflejo, que me sirven de espejo con los ojos que se iluminan pensando en ti, rememorando las cosas imposibles, las imaginaciones más ardientes, el poso que deja el enamoramiento más profundo, la hondura de este tiempo transcurrido.
Amor, los días son intermitentes. Son enormemente grises, como el lago que se funde en la montaña y necesita el manantial para ser el azul de tus pupilas.
Mi amor, si fueras mío tuyos serían los pétalos de la noche, el oro que cae en la luna y en los astros, los lunares que me crecen al amarte, el sudor de esta piel que te desea, mis fluidos más íntimos, más intensos, las hojas de los bosques, la hierba que se tiende y que te espera.

domingo, 20 de diciembre de 2015

Brisas

Amor de brisas y leopardos, amor que te escondes en el fuego, húmeda raíz fortalecida, en ti soy como una flor diminuta entre las flores, una lava que es siempre llama entre tus labios.
Amor que lloran los caminos, persistes en las aguas como el semen, adoras los trigales, te atreves a gritar el pulso de la sangre.
Diamantina fuente de los lagos, me acostumbras a tenerte, a arraigar contigo en la corriente de ese río que no cesa de fluir, que es como la amapola que florece en el invierno entre estrellas tan rojas como el viento.
Entre mis piernas se abre el espejismo, entre mis pechos laten los enigmas, los secretos que canto en todas partes y mis lágrimas te llegan envueltas en palabras.
Prístina, te doy mis alhelíes, mis caparazones, mis metales. Construirás con ellos nuestra casa sin paredes, sin tejado. Toda transparencia.

Amanecen

Amor, amanecen las gaviotas. Nunca te fuiste, amor, por esos cielos en que vuelan las libélulas, en el aparecen mariposas como pájaros con alas de colores, inmersas entre pétalos y entre árboles con auroras como ángeles.
Amor, nunca te fuiste, y en tu regreso me das el amarillo de las lilas, el rojo de la savia, este cielo que es azul, como tus ojos.
Amor de cuevas escondidas, amor de los exterminios de las rosas, no quedará en alto ni un solo ramo de amapolas.
Amor que dulcemente amas, que escondes en tu seno los labios como besos, que imaginas las llamas levantadas y los juglares muertos de amor y derrotados en esa jungla en que los verdes eclipsan la esmeralda.
Amor que ciernes los espejos, amor que vives con los ojos del océano, dame la espuma de tu semen, dame la lava que te surge entre las piernas en un manantial sediento de mis aguas, albas que caen como erinias, noches que a sí mismas se suceden, cinturas de mares espesados al venir el frío, lluvias de plata, pieles en el sol amanecidas.

La luminaria

Amor, la luminaria me conduce. Llego a ti por los caminos marcados por los astros, cuando tus labios me ponen las palabras precisas y contadas en la boca, y me salen a mordiscos, con los dientes llevados a su extremo, punzantes y calientes.
Amor, las palabras son como las citas en que las rosas se revisten con sus pétalos, como el cielo que nos baja en las estrellas.
La lluvia es una frontera. Nos da nieve cuando es fría, y llovizna en la palidez de su transparencia, como el amor, que nace en las ingles y se extiende por todo lo que vibra y muere.
Amor, que llegas en esas madrugadas en que el sol late y se esconde, y naces nuevamente cuando la vela está encendida, cuando la llama siente el candor de esa inocencia que pervive y que renace entre las sombras, cuando la muerte se duerme entre mis brazos.
Amor, que en las alas nocturnas te adormeces para despojarte de tu furia, vives en mi sueño y eres como la luna que se esconde cuando es negra, cuando palpita y desvanece su ceguera.

Ser azul

Quisiera ser azul, como tus ojos. Despertarme en el azul y vestirme de ti, como tus manos. Asaltarte con mis besos, decir en vano los nombres de los dioses en tus labios.
Amor, quisiera ser rosada como el alba, más blanca que la nieve en esas cimas que saludan a los cielos con sus piedras encrespadas.
Amor, quisiera ser fuerte como el hierro para darte una escalera, para que subieses conmigo hasta los astros en el vuelo de los sueños.
Quisiera ser sal, como esos mares que le cantan a la luna la palidez ígnea de su espuma, el oro brocado de los soles que queman las latitudes de las flores.
Quisiera ser la avanzadilla en la trinchera para colmarme de tus ingles nuevamente, para tenerlas en mi boca y parir como la yegua un espejismo lleno de tu semen.
Quisiera ser luz para adorarte, para llevar tu mirada entre las velas que se extinguen porque quiero ser azul, como tus ojos.

sábado, 19 de diciembre de 2015

Retrocedí

Amor, retrocedí a esas noches en que tus labios me dormían, en que tus besos eran como sueños que venían a serenar el ansia de tenerte, porque eras mío y en mí te reposabas, y me podía desvanecer entre tus brazos y sabía que el amanecer se dibujaba en los cristales que reflejaban tus caricias.
Era madre de nenúfares y de rosas, de flores que me latían en las manos, y con ellas formaba un espejismo que se ocultaba entre temblores de tallo abierto y de memoria.
Amor, me diste el sosiego de mirarte, de embellecerme con tus ojos, de que mi deseo se encarnase en las palabras, y que las palabras multiplicaran mi deseo, y en el batir de las alas de la noche me entregaste el poder oscuro de la nada, y yo la hice fértil.
Amor, en mis orillas se junta todo el agua. Toda te la doy, entre mi fiebre, entre este dolor apasionado que busca tus huellas en el cielo.
Amor, ¿qué hay más duradero que la muerte? Te la doy también, para que me escribas en la hierba, para ser en ti como la lluvia que te resbala y que cae de las estrellas.

viernes, 18 de diciembre de 2015

De mis besos

Amor, te colgaste de mis besos, aquellos que te di en las procesiones, cuando salían los santos y buscabas un lugar entre las tumbas, un lugar donde te dieran otro nombre, distinto de como te llamabas a mi lado.
Amor, en esos bosques donde nos llama la blancura, en esa luz que vemos y nos ciega, miro tus labios y son lluvia, un rumor donde la llama no se apaga, donde el fuego es siempre fuego y nunca llega la ceniza.
Amor que vienes y te llenas de la sustancia de la fe, que quemas en el incienso del dolor, dime si en mis manos puedes ver el deseo translúcido de esa tierra en que germinan los pétalos de las noches.
Amor, en la negrura viven los insectos. Se posan en los labios y les roban besos a las flores. Son oscuros, como el manantial de luz que ilumina a las estrellas.
Amor, te espera la luna en mi regazo para que nades en su mar, para que en esa sal lunática te adentres en el corazón más tembloroso que brilla por los cielos.

jueves, 17 de diciembre de 2015

Qué hay en mis lágrimas

Amor, qué hay en mis lágrimas que muere después de haber llorado, qué pájaros vendrán por la ventana para decirme que me quieres, y en sus alas traerán el tatuaje de un corazón atravesado.
Amor, te llevo en las ingles, te llevo en la materia de que están hecha los besos, un poco de brisa y una pizca de agua, y el roce de los labios.
Soy amarilla como un poco de hojarasca. Se me quiebran los lunares. Se me rompen los deseos. En mí finalizan los umbrales de la desesperación.
Los árboles lloran el otoño. Tristes, se inundan de rocío. Hay un mar a sus espaldas que crece en su oleaje por la espuma. Lágrimas de mar que impregnan el aire con reflejos de sol amurallado.
Amor, me vistes con tu llanto, con la escarcha de tus lágrimas. Me miro cuando lloras en el agua que destilas en los ojos, y veo cómo arraigo en esa tierra que me diste, en esa frondosidad en la que el alma se contempla y en sí misma es, como son los bosques y los prados donde bebo del caudal del aire que respira entre los márgenes.

Bendice las gaviotas

Amor, bendice las gaviotas. De tus manos dales alas para que lleguen al lugar donde te fuiste, que en tus besos encuentren las medallas que llevan en el pecho, y en la boca la flor hambrienta de un corazón que se alía con las sombras y se duerme.
Amor, qué soledad me dejan las estrellas.
Hay una bruma que en el cielo se desata. Parece que la traen los caballos. Parece trotar con las guirnaldas. La bruma es gris, como gris es el humo que se persigue con las nubes, como gris es el recorrido estelar que se ve tras las ventanas, como el cristal translúcido que mira en las cortinas cómo Pegaso recorre las planicies.
En el inventario me dirás quién soy, quién hay detrás de mi mirada, quién se envuelve entre tus brazos, quién te llora, quién se ríe hasta llegar a lo más hondo del amor.
Quizás es una quimera recordarte, poseer hasta el último átomo de tus ojos, volar en las enredaderas de tus manos, llegarte y decirte que en mis labios hay un sitio para ti, para que permanezcas en mi sangre.

martes, 15 de diciembre de 2015

Hay un río

Hay un nido en el lecho de ese mismo río donde se permite que la sangre corra en el mismo límite que las aves han vencido.
Hay un amor que se enamora de los mismos ojos con que lo miran, desde la mirada hasta la posada donde el Amado espera que la Amada vuelva.
Hay un corazón tan grande que no cabe entre los pechos, y que se da en los besos y en la sangre que corre en ese mismo río que es desde un principio el agua mansa de todos los volcanes que estallan.
Hay un desierto que verdece de nuevo entre los soles, entre las flores que nacen, renacen de entre las manos que guardan silencio.
Hay unos labios dispuestos a besar el negro de la noche, labios y faros de motos y coches que invaden la oscuridad con sus cruces de luz.
Hay un misterio que no deja de ser sueño. Palpítame, amor, en los acantilados, en esas rocas que estallan entre las rosas con esquirlas de amapola.

Moriré en tus brazos

Amor, moriré en tus brazos cuando el alba deje de sangrar, cuando cante el estornino y su trinar me envuelva con las flores que me diste, las que eran blancas y yacían en el beso, y en su blancura había un negro tallo que las rendía con la noche.
Amor, mi corazón es un contrapunto de miradas, un crisantemo aposentado en el extremo de tus lágrimas, un mirador donde el mar crece enamorado, unas flores que el tiempo me secó de entre los labios.
Me abrazarás un poco y mis orejas dejarán de tener frío. Me dirás palabras en silencio, y el silencio florecerá en esas palabras. Serán mudas y perennes, y sus hojas verdecerán el deseo que es rojo entre mis piernas.
Hay una sangre que se quema al renacer, un murmullo que queda en las cenizas, un Fénix que se alza de la tierra, del árbol de la tierra y arde en sus raíces. Las ramas llegan hasta el cielo donde el ave vuela en su extensión de pájaro y latido.

lunes, 14 de diciembre de 2015

Viene la nieve

Amor, viene la nieve y tus huellas no la pisan. Estás allí, donde duermen las luciérnagas, donde las estrellas no iluminan, donde los mares mueren por carencia de sal, y la sustancia que da la sal está en mis ojos con las lágrimas.
Amor, el agua se aprisiona en el curso de los ríos, queda yerta, congelada, se ahoga en el pulso del invierno, y en el hielo permanece.
Amor, me besas en esas rosas tardías que el frío no quemó, en esas brasas que subyacen del verano, en ese palpitar que se encarna en el solsticio y que en el solsticio se acrecienta.
Amurallada, siento tu beso como un trinar de flores, siento tu boca como una ocarina y tus labios como la oración callada de diciembre que va avanzando en el Adviento.
El amanecer me vence, entre ese sol que aparecía entre tus piernas, en esa aurora entenebrecida, con el rocío que cae sobre el reflejo lunar de tu mirada, en esa plata que se extiende por tu cuerpo y que me da el oro de todas las alucinaciones.

Tu sangre

Amor, tu sangre es mi camino. Arderá el monte el día en que regreses, las cimas se deshelarán y a cielo raso caerán los ángeles con la mecha hidratada por la cera.
Amor, descubres en mis ojos como el velo se parece al pelaje del armiño, como el blanco se oscurece cuando el suelo se llena de mandrágoras, y la mirada se me tiñe de azul, como tus ojos.
En qué estuarios me perdí cuando ya no me llamabas, qué cunas visité buscando tus pupilas, qué lejos derramaste el agua en que los cisnes bailaron al morir.
Amor de grandes dunas y de estepas, ¿ves cómo el beso que me das se me enamora y no quiero otro beso que tus labios?
¿Ves cómo la luna se aposenta entre mis dedos, en los huecos de mis manos?
¿Sientes cómo se inmiscuye el amor entre las huellas que orientan el poniente?
Cómo mi corazón es de escarcha y la sangre se me calienta al respirar el rastro de tus venas.

En mi alma

Amor, en mi alma vive la blancura, el acento de los ángeles. Como un fruto que terminas de comer, sí es la humedad del beso, esa manzana comida entre los dos y que nos robó del paraíso.
Me quiero junto a ti, fuera del edén, a lo largo de ese río que se extiende junto al caudal del cielo y que lentamente nos transcurre.
Amor que envuelves el mismo torbellino que te crea, amor que eres amor por encima de las rosas, por encima de las lilas, porque te cubres con las flores que me nacen en las ingles y son tuyas.
Amor, que careces de las sombras, que vienes por los lugares en que el corazón se enciende solitario, dime si en todas esas flores encuentras cómo vive el frío entre las lápidas, cómo más allá de la tierra hay un mar donde morir es necesario.
Amor, contigo las deforestaciones son más bellas que la fecundidad, las luciérnagas son diurnas y se exclaman en el sol. Escancian su luz en el silencio, donde las sombras callan y se abrasan.

domingo, 13 de diciembre de 2015

En las planicies

Amor, en las planicies hay una plantación de flores. Las flores oscuras, tocadas por la mano de los muertos.
Se derraman entre túneles donde la luz no es bendecida. Son las flores que crecen a lo largo del dolor, cuando el pensamiento se envuelve en la tristeza.
Amor, no estás, y conmigo te siento en las bandadas en que vienen los peces, en las escaladas de que es capaz el saltamontes, en las lágrimas que derraman las culebras en su cambio de piel, cuando ninguna luz las ilumina.
En la tierra soy despojo del dolor, el que me cubre con salvia y con almendras, el que desespera de encontrar el reguero de polvo en que las estrellas permanecen.
Amor, que giras en tu propio palpitar, que tú mismo ardes, dame las cenizas de tus llamas. Me bañaré con ellas y con el aceite de la consumación.
Amor, que vienes y te vas cuando alzo mi voz del lodazal, cuando me viene la palabra y en los escombros de la luna encuentro tu memoria.

En estas latitudes

Amor, en estas latitudes sobrevivo mientras la luz se va ocultando, mientras la siembra se termina y nace el frío como del fondo de las aguas.
Amor, condúceme hacia el cielo donde escribo tu nombre con estrellas, llévame y expande el polvo de los ángeles, el que usan para mirar el regadío, y regalarte la brisa con la escarcha.
En estas noches que recortan el filo de la tarde, en esta oscuridad en que se evita la luz adolescente, dime si no me permanecen las libélulas que se quedan en la luz y la persiguen.
Amor, en qué circunvalaciones me llevaste, con ese palpitar, con esa llama que se envuelve en hiedra, como esa hierba que me crece en tu mirada.
Como una amapola que sólo se abriera en la negrura, como esa hoja del árbol en la que el negro se respira, soy más blanca que el caudal de la luna, más tierna que el brote del cerezo, más limpia que el rocío.
Como las piedras soy dura, tallada en la memoria del dolor, y yuxtapuesta, enamorada del lobo y de su rosa, del azul de tus ojos, y tu risa.

viernes, 11 de diciembre de 2015

Hay una nave

Amor, hay una nave que resiste entre las fulguraciones del frío. Está llena de batracios, ranas que sueñan siendo ranas con insectos, con el lodo, con el agua redentora, que las llevará a la balsa donde podrán saltar en pos de las libélulas.
Yo también salto por si vuelo. Por si me salen alas en las manos, por si tengo plumas en los pies y al pisar el suelo piso el nido de las bandadas de cigüeñas, y allí en lo alto escucho el repicar de las campanas como una canción que se ausenta de mis párpados.
Amor, me alzo en ese vuelo, para caer después desde el mismo cielo donde están tus ojos que me dan las alas, y yo oscurezco las mismas nubes que me dan la lluvia, ese agua que es alba entre mis manos, esa sangre que es más sangre todavía que el vino consagrado, ese mar partido en dos por el que paso con las heridas lacerantes de una yegua recién parida, el latido constante de una respiración amante. Amor, en tu ausencia canto, río y lloro, deseando llegar al sitio donde están tus labios, deseando el beso que me darás cuando el campo santo cierre sus puertas a los muertos.

He llegado

Amor, he llegado a la estrella para verte, para contemplar en tus ojos lo invisible.
Amor, cómo te quedas en mi casa, cómo me duras, como si en la repetición de la palabra hubiera un acento mágico, como si viniese un hada y me dijera que en ti se cumplen las promesas.
Hay una ablución en este amor que es inmarcesible. Es de agua pero también de brisa, y lleva en el aire el candor de aquello que intuimos sin poder llegarlo a ver, mas lo sentimos en la inocencia de la piel, en la pureza.
En mí hay un corazón de niña que desea jugar con tus besos y tu pelo, que se ensortija entre tus ingles, y te ama. En mí palpita el mar entre las olas, y en la alegría de la espuma con que ríe se esconde tu pecho de varón, tu latir de hombre tras los pasos de las garzas otoñales.
Amor de santo y seña, de colmenar añejo, guardas las lilas secas y recuerdas su olor, y el deseo de su olor, y el tacto de su olor, ese aroma que se desprende cuando las flores sueñan, y en esos sueños vuelven a crecer en la ternura de una tierra amante y húmeda.

jueves, 10 de diciembre de 2015

Vendrán pronto

Amor, vendrán pronto los inicios del invierno. Con las hojas secas se vestirá de frío, y con la nieve se desnudará de esta oscuridad que nos mantiene en la calma de la muerte.
Amor, el invierno vendrá pronto, entre caballos negros y alazanes blancos que convierten el trote en la danza de los hielos.
En esa intemperie congelada, en esos bríos que se estancan en las cimas, en esos ríos que dejan de correr hay un pulso de corazón que vive sepultado en el amor.
El amor es como una tumba abierta en el suelo, en ese suelo duro, seco, que germina en el silencio.
Hay una sobredosis de escarcha en ese cielo que se cierra por la tarde, una noche que impregna el rocío de un alba tardía y húmeda por el brocal del sueño, un sueño que ofrece flores cuando pasa al lado del que duerme, y durmiendo sueña ese mismo sueño ofreciendo flores, y las recoge, y las pone en un jarrón. Son flores blancas, flores que nacen nevadas, flores de esa oscuridad que permanece, y que se nombra a sí misma en el blancura. En ella palpita y se convierte en noche.

miércoles, 9 de diciembre de 2015

En estos vestigios

Y el segundo, tambien sin acentos...

Amor, en estos vestigios que perecen, en estas heredades, donde estaran las mariposas, donde se escondera el recelo hacia los petalos marchitos que se nos deshacen en las manos como la hojarasca caida en este otono que no entiende de flores en sus noches.
Amor, la luz se va menguando, cada vez esta todo mas oscuro, cada vez hay mas penumbra, y la negrura termina por invadir todo el sembrado.
Amor, no me dejes sola. Ven, abrazame, dime que amas este utero esteril, que mi fecundidad esta en mi sangre, y que en mi sangre te complaces.
Amor de hiedra, de piedra conquistada, de roca alta y orgullosa, hay un camino en el fondo del agua que lleva a las naves al vacio. Es una senda mojada por el rocio de las olas.
En ese agua te llevare conmigo. Te llevare a los confines mismos donde el agua se termina, donde solo hay un desierto pedregoso, con palmeras y camellos. Sus jorobas nos seran las sillas y la palmera sera nuestro alimento.

En los hijos te vivi

Un poema sin acentos, se me ha desconfigurado el teclado...

Amor, en los hijos te vivi, entre las amazonas que suspiraban por tu nombre. Quisieron cortarme uno de los pechos. Me negue. Mis pechos eran mios, en la pulsacion del aire, en las circunvalaciones del amor, donde los arboles daban sombra y la quitaban.
En la sustancia hay una sangre oculta. Entre la materia se esconde el corazon de todo aquello que pervive, de lo que se eterniza entre la luz, y entre la luz se mueve, agitandose en una danza imperecedera.
En esos hijos que pari y que abandone en tu intemperie habia nitrato con glucosa, una mezcla de amor y decadencia. Los converti en pecios de un naufragio que aun no se habia producido, un declinar de las banderas, una muerte que devoraba a los pequenos, que se comia los liquenes de su frente y los cubria con sus huesos.
Amor, en esos ninos se encarnaba el Minotauro. Esos ninos eran mi fiebre, mi deseo, mi sexo pudriendose entre las placentas, mi odio descarnado.

martes, 8 de diciembre de 2015

Hay una cruz

Hay una cruz en la pared labrada por el sol. Su esencia es de mar, y son gotitas del océano que cubren de espuma el recorrido de una sangre ausente.
Amor, en qué estratos, en qué sendas olvidas a aquella que seré, la que pronuncia el Nombre y a la que la serpiente decidió inocular el veneno antiguo de lo que piensa y sabe.
En la cumbre del Amor hay un águila que espera. Veo en sus ojos el anillo que prometiste me darías, con el que sellaste la tumba del albatros, el que no podía ir en la nave del marino, en la embarcación destinada a la zozobra que se ancló en el mismo mar que navegaba.
Amor, en ese anillo me grabaste. Pusiste mis labios que cerraste con un beso, y que abrirá la hierba cuando el corazón lata despacito, como un pequeño bucle que corriese hacia su fin sin conocer la danza de la muerte.
En esas piedras que alguien levantó hay hormigas que recorren la proximidad del invierno, cuando el sol luce pequeñito y entre la tierra se encuentra el deseo de ser la madre de las ensoñaciones.

Extraño

Amor, hay un extraño encantamiento en esa luz que va encorvándose, que silente va surgiendo, y como las alas del murciélago la noche va extendiéndose a través de las estrellas.
Amor, en este desvarío diminuto en que los ángeles son visibles, hay un espolvorear de astros en el cielo. Como partículas pequeñas los vemos renacer y en esa madrugada que nos viene se acumulan como hiedras.
Amor, el silencio de tus labios es el acento con que los árboles se besan. Cómo las ramas y las hojas se florecen.
En esos intervalos en que el tiempo fluye, hay una distancia abrasadora, un largo recoveco de caminos con una sola encrucijada.
Amor, me traes la brisa de los prados donde los pétalos permanecen, donde esperan amanecer la primavera cuando los trigales se eleven para la mayor gloria y alabanza, en un sacrificio bendito de la tierra.

domingo, 6 de diciembre de 2015

Anduve por las cimas

Amor, anduve por las cimas, por los riscos, anduve por los cielos estrellados y ya te habías ido. Detrás de las columnas de las nubes sólo había lluvia, sólo un agua derramándose en las esquinas del viento, sólo las gotas y la nieve que caían dulcemente y anegaban la tierra, la inundaban y estremecían el paso de tus huellas.
Amor, preparé la cena. Unté el pan con el aceite. Puse aceitunas negras. Bacalao y un par de huevos duros. Esperé. Esperé a que tu alma quisiera reposar y volver a nuestra casa. Esperé a que las nubes dejaran de ser agua. Esperé que el viento se calmase y que la brisa me trajese tu nombre con los nombres de las bestias, las que rodeaban el fuego, y me lamían.
Mi Amado, avanzan las noches con sus rutas, avanzan los astros y en el retroceso en que el hoy se vuelve ayer estás ahí, mi amor, con las transparencias de una piel en que me miro, en los pliegues de tu boca, en los secretos que guardas bajo los párpados amantes, en esas ingles que un día me entregaste y que hoy son la mayor de mis imaginaciones.

Hay un fluir

Amor, hay un fluir que se mece en las sombras de los días, ahora que son cortos y en penumbra. La mañana despierta con los hojas ocres de un invierno a punto de nacer, un cestillo que hicieron los gorriones mientras el otoño transcurría, con sus picos de aves y sus alas.
Amor de tejados, te persigo en la lejanía de tus ojos, siguiendo tu mirada, yendo más allá de tus pupilas, extrañándote.
Mi Amado, se levantan las cercas del jardín y se entra por las rosas, se entra por las raíces de las rosas, pisando tierra firme, estremecida por los pasos de la luz de las estrellas.
Dónde están las montañas que nevaste, dónde la lluvia que cayó por ti en mi regazo, dónde el mar que te alejó de mis pisadas, dónde el amor que me corroe.
Hay un hechizo en el tiempo que transcurre. Pasa y vuelve, como si un día repitiera otro día, como si el lecho fuese siempre el mismo, como si las mismas flores nacieran nuevamente, como si al encarnarse con los pétalos la muerte dejara de ser la mensajera.

viernes, 4 de diciembre de 2015

En qué tiempo

Amor, en qué tiempo florecieron las mimosas. Se aletargaron. Pareció que la sangre les latía como si profetizaran el adiós, como si fueran flores para adornar las tumbas de los vivos, esos sarcófagos que viven la costumbre entre sus manos como un pan caliente.
Prendí un ramo de invierno en la cintura, un ramo de frío, de escarcha penetrante, y me subía por la piel y descendía los tramos donde el hielo levitaba, como si la nieve pudiese ascender hasta los cielos donde cae.
Amor, será la profeta de tu nombre, la que anunciará tu venida, y cuando llegues me postraré en el pesebre de tus labios, en el rocío inmenso de tu boca. Te miraré. El tiempo seguirá girando junto a mí y me envolverá en sus trinos de reloj, cuando llegue el momento de la muerte.
Mi Amado, qué volcán me cubrirá con su lava mortecina, qué hambre disparará sus montículos cenicientos, y qué barro echarán sobre mí, qué lluvia lavará los restos de mi cuerpo.
Mi Amado, náceme, envuélveme en tu vello, en tu pecho de varón, en tus ingles de agua.

Me levanté

Amor, me levanté. Cruzabas desde lejos, desde la huella infinita donde el agua se te reflejaba en los ojos, y con ella me mirabas como si la misma mañana me mirase desde las fronteras de la aurora.
Amor, qué renacida despierto entre tus brazos, qué colisiones se elevan con tus besos, qué afluentes acuden con tu voz, qué cuerdas se desatan.
Amor, entre los cuerpos cultivo la penumbra. Ahora, que se acerca el solsticio nuevamente, siento como esa oscuridad se me aproxima, cómo la negrura se hace carne y se desvive por habitar el alma de los pájaros.
Vivo detrás de mi corazón. La sangre se me espesa y me fluye el líquido amniótico.
Soy la amante, la que te anidaba, la que construía un dique como una fortaleza donde besar tus labios, donde vestir las uñas y llevarme conmigo todo el sol, para que sólo a mí me iluminara, para que vieras gota a gota mi desnudez y yo fuera para ti la vestal que guarda el nudo de las constelaciones.

jueves, 3 de diciembre de 2015

Cómo se cruzan las hespérides

Amor, ves cómo se cruzan las hespérides. Mira cómo crecen las petunias. Hace calor en este otoño con diciembre a punto de nacer, con los brotes que esperan las crisálidas y con las flores que se vuelven mariposas.
Te mueves en los lindes de las ciénagas, allí donde no hay barro todavía, donde el agua permanece siendo agua y el cielo se estremece por nosotros.
Vendrás cuando la noche se convierta en madrugada, cuando la madrugada sea aurora, cuando el alba repique, y por la tarde se irán a enterrar los crisantemos la agonía de los muertos.
Las hojas de luz tiñen el camino con las hiedras. Te regalé una enredadera, para que la pusieras en el ojal, para que supieses que la raíz debajo de la tierra se agrupa humedecida.
Tú me diste el mundo, el que gira y gira sin parar, el que temblando desfallece, es muy oscuro, y de esa oscuridad nace el azul del viento y de la brisa.
Amor, hay pétalos en el alma que miran desde los frescos de colores, desde el balcón abierto donde los pájaros divisan el origen de sus propios nidos.

Un instante

Amor, hay un instante en que el destierro se evade de las sombras. Como un exilio imaginario, bajo las piedras hay un destino que te recorre los pies, las uñas de los pies, las pieles de las uñas, los abrazos de los dedos, los besos en los dedos y en los pies, las libaciones del vino.
Amor, sé de la sed, conozco sus senderos, los abrevaderos en que para, el agua que aparece, el latido que se asombra en la sangre ahíta.
Llené de piedras los canastos hasta flambear la madrugada, hasta luchar con la penumbra y entrever el tono rojizo que los astros le dan a la nocturnidad, sus flores azabaches y sus árboles sombríos.
Amor, hay un cúmulo de cigüeñas tras mi espalda, allá arriba donde los monaguillos se dejan los rosarios.
Esas cigüeñas recién paridas me traen letras con tu nombre como hogazas de pan, el pan de los creyentes. Bebo del jugo de la arena, de la humedad de la arena, de la sangre del pájaro que muere en la arena, y de su corazón.

martes, 1 de diciembre de 2015

Enfilaste

Amor, enfilaste el camino de las dudas. Te diste a las sirenas que no cantan, que envuelven tu piel en sus escamas y y devoran esas noches que son negras, cuando ningún astro pulula por el cielo.
Vi esas sirenas, las vi rodeando tu hermosura, comiendo la luz que me traías y que se extravió en sus bocas acostumbradas al silencio.
Comían de tus ojos, de la luz que les dolía, y era una luminosidad sagrada, unas lágrimas bendecidas por el mar en que habitaban, extranjeras y extrañas en el mismo mar en que vivían.
Resguardaste tu mirada. La envolviste con tus párpados. Y cuando volviste a mí me la entregaste y sólo con tus ojos yo bebía de la maraña que el deseo apretujó, y ese deseo volvía a ser mío, volvía a declararse en mis caderas, se me aposentaba en la cintura y se me consumía en esas ingles que ansiaban tu respuesta.
En este diciembre que empieza y se acerca hacia el solsticio, tú también te acercas, en una Natividad constante, como si el Osiris que te nace me encontrara y yo siempre uniera tus pedazos.

Junto a tus pies

Amor, junto a tus pies encuentro el ansia, el modo de volcarme hacia el deseo, la manera en que el amor se constituye en un ramo de anacondas, cuando el cristal es una retina en que se quedan fijados los anhelos.
Ese beso que te di, el que fue el último, no sabe de mensajes. No entiende las palabras. Sólo es beso, sólo los labios que se dan, las lenguas que palpitan, los dientes que tiemblan, las encías que sostienen, así el beso carece de palabras aunque se dé en la boca.
El cielo es como un nudo que se cierra. Se atan las nubes con pedazos de alas. Vuelan arraigadas a las plumas, mientras yo construyo la casa con geranios arraigados a la tierra.
Entre las sombras, la oscuridad. Entre los sables, las espadas. Entre nosotros, el mismo alba que renace y la misma noche que se encarna en la luna. Entre nosotros miles de estrellas fallecidas, voces que se desatan cuando la sangre llega y pide su tributo de mancebos y doncellas.

lunes, 30 de noviembre de 2015

Me desfalleces

Amor, me desfalleces. Allá lejos, donde trinan los pájaros dormidos, se extiende un mar en calma, un mar que sólo se abandona al oleaje en los momentos en que el corazón deja de latir.
Allá tan lejos, cuando se nombran la huida y la derrota, cuando se abre la emboscada de las sombras, y no puedo tenerte entre mis brazos, no puedo sentir tu aliento, y de tu boca, las palabras, sólo el vacío, sólo la intensidad de no tenerte, sólo la bruma de la desolación en la mirada.
La mirada me devuelve tus motivos. Te marchaste a encontrar el unicornio y te encontraste con Medea, que asesinó a aquellos hijos que tuviste y que eran míos, a los que busqué nombre en el deseo, los que olvidé al parirte entre las sábanas de mi orgasmo, entre el rumor y la clemencia.
Amor, sueño con los árboles florecidos, con el agua redimida, con la lluvia que cae en un espejo, con las horas que vendrán cuando regreses, cuando vengas a buscarme entre las flores, entre la paja del henar, entre la viña y los racimos de la viña, cuando los dioses bendigan nuestros frutos y me des la última vela de tus constelaciones.

Qué largo

Amor, qué largo es el silencio. El silencio es como un túnel alargado y muy oscuro, sin coches y sin trenes, presa de un olvido atroz, y abandonado. Así, cuando las palabras callan, pervive la negrura del instante en que todo se reposa.
En esa inmensidad sombría, apagada la luz en sus inicios, sobrevive el amor como un murciélago a punto de nacer, y en esa sangre que consigue pasa las noches esperando que el día no renazca para no verse perturbado por la luz.
El amor tiene esa parte oscura. A veces sus caminos son inexplorados. A veces transcurre con brío y con dulzura pero se encrespa y se encabrita, cambia y revoluciona el agua calma y la convierte en puro torbellino, en ansia indomable y peligrosa.
El amor nos pide a veces que demos nuestra vida, nos pide la entrega y la distancia en esa entrega, nos pide hasta la carne más amada, y si somos capaces, si somos lo suficientemente poderosos entregaremos hasta la última prenda valiosa que guardamos en el armario donde el alma es algo más que una palabra.

domingo, 29 de noviembre de 2015

Sucedí

Amor, sucedí en las aguas, cuando las lluvias me trajeron la inmovilidad del frío, cuando me visitaron las caléndulas tras el cristal de la ventana y me dieron todo el polen que las mariposas se habían olvidado.
Amor, sucedí a principios del invierno, cuando los brotes aún tienen que nacer, y surgió el alma y el fuego de ese alma enloqueció en las cordilleras, en esos tramos altos donde las gamuzas se enzarzaban en luchas con la nieve, que poblaba de blanco las praderas donde yo me sucedía.
Amor de estribadero, que acunas y acallas el silencio, me dirás si en el blanco de la calma puede aparecer el negro de una noche que disfruta con el canto de esas estrellas robadas a la eternidad, cuando el muro muere lentamente y la luna se silencia.
Amor de esparto que eres alba, río creciente de los días, aceleras el deseo y los recodos donde vive, donde se expone a la mirada de la luz, mientras los ojos crecen y la pupila se entreabre como si en lugar de agua corriese la lava en su camino.

Los desfiladeros

Amor, los desfiladeros son altos, y me vencen. No puedo subir hasta los cielos. No puedo llegar hasta la presa donde el agua se queda quieta y duerme.
Las nutrias bailan junto a mi, mientras te escribo. Las veo en su oscuridad lacerante, en su bulimia, y yo te escribo, no ceso de escribir, como si en las palabras el amor viniera con un santo y seña diferente, como si en tu esperma hubiese versos y yo me los comiera.
La misma muerte está cansada de rezar por los cadáveres, y yo, que rozo con los dedos tus ausencias, muero un poco más cuando me besas, cuando sueño que me besas.
Amor, si fueran tus labios los que me dan el camino de regreso, si envolvieses con tus uñas el fluir del mundo, yo sería una serpiente y mudaría mi piel en el otoño para darte mis escamas, la suavidad de mis escamas, la barbarie de una sangre que se derrama cuando la Tierra gira y vuelve a sus inicios, a esas tempestades incruentas porque se dan en su propio centro. Qué lava me darías, qué fuego me visitaría por las noches, empalideciendo la oscuridad más intensa, tañéndola de rojo.

Qué tristezas

Amor, qué tristezas recorriste. Allí donde las lágrimas, derramaste las alas de tu semen, aquéllas que lo hacían volar entre los árboles, las que acudían al llamado de tu voz, y pretendiste guardarlas junto a ti.
Se te rompieron y rotas me llegaron, quebradas en su incienso, perdidas en su perfume de varón, con las espuelas de un jamelgo que trotara sin parar, como Pegaso, en su misma victoria y en su mismo fracaso.
En la derrota duermes junto a mí y te deseo, como se desea el baile de los cisnes danzando hasta la muerte.
Mi fruta, mi kiwi delicioso, el palo santo maduro en rama alta, te viertes en mis ingles mientras te fustigas en el tiempo, te alzas contra el tiempo y me llevas en ese trotar salvaje.
Las moras silvestres se me derraman en la boca como se derrama el silencio.
Amor, que me incitas a dormir entre tu pecho, dime si encuentras la coraza allí donde las ingles se encontraban con el hambre.

viernes, 27 de noviembre de 2015

Qué ternuras me perdí

Amor, qué ternuras me perdí. Fui peregrina. Llegué hasta donde estabas, hasta el núcleo mismo de tu huida, allí donde caíste y levantaste la espada más enorme.
Entre los juncos residías. Entre los arrabales decidiste ir junto a ese río que transmite el tiempo, y pasar allí las horas mirando las piedras que el agua transportaba al estuario.
Miré también las piedras. Las miré, sus opalescencias, sus migajas, sus extensiones de arena y del lodo en que la tierra convertía la nieve más pura de las cimas.
Arbusto que rodeas la vicuña, y que en tus llamas gimes el desierto árido del Nombre, que liberas en sus ramas las vocaciones de los pájaros, los pájaros que anidan en esas ramas en llamas de la desesperación.
Amor, te hallé desnudo. Tu cuerpo era como un ramo de violetas entregadas al suspiro de Dios, y entre las flores la hierba crecía poderosa, agua verde cubriendo las alas de los ángeles que vinieron hasta ti para encontrarme.

En esta luz

Amor, en esta luz me sobrepasas. Cuando me iluminas persigo las estrellas. Cuando te enciendes busco los fulgores. Cuando me quemas ardo en las brasas que me anidan y anochecen.
En ti, soy luna y llego hasta los cielos. En ti soy bucanera de las imposibilidades, de las calaveras que enarbolo, de los esqueletos que entierras bajo el mar con tus zapatos.
Amor que acompañas las velas que anuncian el deseo, que son deseo librado al viento que estremece sus colores, dime si en esas telas se resume todo aquello que te di y que ya es tuyo, como mías son tus oraciones.
Amor, cómo me transitas. Recoges la madrugada, y me das un ramo negro, magnolias oscuras para eternizar el alma desprovista de lo blanco.
Así, desposeída, me cubres con el agua que sobró, la que los árboles no bebieron, y que se quedó en los abrevaderos con los pájaros que dejaron de volar para imbuirse de la hermosura que se desprendía de tus ojos.

Cómo el norte

Amor, veo cómo el norte se abalanza. Al lado de la oscuridad se cierne el cielo, en sus lenguas de costumbre, en su tiritar vacío.
Amor, qué hay en ese cielo que me llama, que me dice, que me lleva a los presagios, que me incita a buscarte en el fondo de tus ojos, allí donde sé que soy más que ninguna.
Amor, en las edades cenicientas encontré un pulso que me llevaba a declinar, que me traía en las emboscadas más terribles, y encendida lidiaba con las horas en un sacrificio absurdo.
Me das el cielo, el que se ve surgir por las mañanas entre la tenebrosidad, perdidas las alas oscuras. En ese cielo construyo el espejismo de tu amor. Construyo el misterio de tu amor, su espectro firme de blancura, su idiosincrasia de niño amante entre las ubres del amanecer.
Deshabito el cielo cuando vienes, cuando entre los caballos del alba te deslizas con un beso en los labios, cuando tu boca me dice que los ángeles me viven la mirada, y en las nubes sedientas se ampara mi corazón.

jueves, 26 de noviembre de 2015

Mueres

Amor que mueres y renaces, amor que eres la ceniza del fuego y la brasa que ardió, que el aire se lleva hasta el mar y que te conviertes en espuma.
Amor que eres sal, sol, mi eterno soliloquio, que en el río derramas tu fuerza y lo conviertes en riada, en manantial que baja por las rocas y se lleva las piedras más enormes, que le dan un roce de tierra y de borrasca en esa tierra que se extiende hasta llegar a los afluentes.
Amor que lloras como un niño en mi regazo, que me abandonas para ir a ver las gaviotas más allá donde los mares pierden su nombre en la línea en la que flotan, donde el horizonte ya no existe y es una frontera que se acaba, en este idilio de luces y de lágrimas.
Un caballo relinchó en el límite donde el cielo se termina. Le relinchó a la luna su tristeza, el estar apartado de su yegua, condenado a ser el semental del rico, inseminando hijos, potros tristes.
Un lobo le gritó a su loba, y la loba respondió en su pelo, en su boca llena de caninos, en los dientes lobunos que le dan el beso.

Me extravié

Amor, me extravié. Te busqué por si yacías entre la sombra de las noches, por si los papagayos te habían visto caminar entre sus alas, por si hablabas con las nubes y pedías el sobreseimiento de la oscuridad.
Te busqué en mi pecho por si allí habías caído, te busqué en mis ingles por si estabas, y no te encontré hasta llegar a las estrellas. Allí, en una pequeñita habitaste un pozo oscuro y no se te veía desde el suelo.
Quisiste esa estrella más que a mí. Yo no te daba la luz que ella te daba, yo no tenía entre mis piernas un pozo tan enorme, no había en mí ninguna oscuridad donde reposar de tu destino.
Amor, me convertí en astro una noche que suspiraba por tenerte. Le pedí al ángel que me diera la luminosidad de Venus, de las Pléyades, y que también me concediera la distancia de una Andrómeda para llegar hasta tu cuerpo, hasta tu alma sombría y desgastada, y se me dio, y a cambio yo di mi vida en esta tierra que a veces lloro en este espacio en que puedo amarte siendo el fulgor que anida entre tus ojos.

miércoles, 25 de noviembre de 2015

Qué espacios prometí

Amor, qué espacios prometí, qué distancia se me impuso como ley, qué aullidos escuché desde la cama: los de los míseros, los que no saben entrever en las sombras la belleza.
En el camino divisé el mundo: era amplio, y se extendía y era mar, y se elevaba y descendía por los valles, y allá lejos el océano rugía como rugen los árboles en invierno, y en los árboles el bosque oscurecía ese sol que vela por nosotros.
Amor, que vives oscuro, que te ocultas y te callas, que sabes a esperanza, a eterna alegría, a la felicidad más arrogante, dime si en mis palabras se ocultan los temores, los miedos vacuos, los deseos más irreprimibles, la sed que todo lo devora.
Amor de estaño, plata y bronce, conoces mis garfios, mis dientes tristes, mis uñas afiladas, la sangre de las uñas afiladas, el sueño que derrite las imágenes, los nombres escondidos.
Amor de lugares vacíos, de sombríos lares, amor umbrío que das luz en los alrededores de los páramos donde la nada es vencida en la palabra.

Poema de Alberto Davila Vázquez

Toqué el clítoris de la piedra con un
ligero movimiento circular del alma.
Así fue como aprendí a engastar la
amenaza de las cosas.
Así fue como supe que era huérfano de las
ingles del paisaje.
Solo tenía que dar de comer al gato y
tender la colada.
Dos días, un fin de semana que tuvo el
sabor de un científico en un paisaje desierto.
Averigüé de que manera se agazapaba la
luz mientras sostenía tus bragas de
encaje negro en el archipiélago del tiempo;
cómo la voz de la ausencia percutía en el
deseo de la obscenidad, en los
testimonios adúlteros de los muebles, en el
pulso paranoico de la voluntad.
Hice un pequeño fuego en la chimenea
cuando la urgencia de la espina dorsal
precipitó el misterio del grito sobre la cama.
La báscula de tu llama estaba por todas partes.
Era una novedad para la conciencia
abandonarse al profundo olor de tu nombre.

Los besos

Amor, los besos que te di se me anochecen. Se me ponen en la espalda. Me bajan por los nervios, suavemente, como la piel dulce del armiño que lleva en su corazón el beso de la luna.
Amor, llevo tus labios en mis pechos, en mis ingles desnudas, en la nieve que me diste y que es más mía que mi pelo, que mis uñas, que las secreciones de mi cuerpo.
Cómo anduviste tras mis pasos cuando se desvanecía el sol, y los camellos bebían en sus jorobas cansadas, mientras yo bebía el agua que en tus manos me ofrecías.
Amor, llevo en el coño tu perfume, en las disoluciones queda tu aroma sobre todo, y es ese olor el que me enciende, el que tirita entre la carne, y es anónimo entre los nombres.
Amor, me preñaste de oasis, de palmeras y de dátiles, de aguas profundas en que la hondura se ocultaba, de arenas relucientes y sombrías, y los relojes iban acumulando un tiempo que no se sucedía, que a sí mismo no se traspasaba y que era eterno, y en ese tiempo imaginario me follabas como nunca me follaste.

lunes, 23 de noviembre de 2015

En esta extensión helada

Amor, en esta extensión helada que se abre, en este páramo sombrío donde la oscuridad todo lo vence, tiritan las luces de las velas, las que encendí a las puertas de tu nombre, las que vi por la ventana cuando abrí las luces a la luna.
Amor, me llené de brea. La repartí poco a poco por mi cuerpo maquillándome, y me llené de su aroma, marítimo y más puro que el aroma de las rosas. Te lo ofrecí como quien entrega un espejismo, un reflejo de océano o un misterio atrapado en el cristal.
Te di mi sangre, la que lleva en su curso los pétalos de ayer, los que murieron asustados por los besos, los que se te secaron en los labios.
Amor, se me cuartea la piel, se me enloquece. Se me pinta de amarillo, de fulgor de hojarasca y de desuello, de mar que desespera por llegar hasta la orilla.
Te entregué las gemas, las piedras más valiosas, y fui hiedra que se consumió a si misma en el fuego devastado de un deseo que convirtió la carne en la derrota.

Te vi en mis sueños

Amor, te vi en mis sueños. Viniste y estabas junto a mí. Me adormecía. En tus labios se separaban esas horas que transcurrían más despacio y me abrazabas. Como una niña recogía mi cuerpo junto al tuyo y te besaba, y no quería nada más.
Desperté y me vi sola en nuestro lecho. La cama vacía recordaba que te fuiste sin mirarme, que no me prometiste y que te espero en contra de todos los presagios, que me dicen que no volveré a verme en tu mirada.
Amor, ¿es cierto que desesperaré de esperar en esta espera que mantiene la esperanza? ¿Qué tus ojos no me dirán que soy hermosa? ¿Qué en tus labios se sentará el olvido y mi cuerpo perderá tus huellas?
En mis manos tengo el poder de crear manantiales. Con las piedras que me diste surge el agua de esa tierra devastada. Humedecida por la sal salgo a tu encuentro. Volverás, y en tu regreso te pediré mis amapolas, las que te di junto a la escarcha para que no se marchitasen.

Los lobeznos

Amor, con esta lluvia se callan los lobeznos. Los cogí de la gruta cuando la loba murió y los amamanté entre mis pechos, desde esta carne que parece impía a los ojos de los hombres.
Amor, eran pequeños y peludos, y su dulzura era de milenios de cuevas y de asaltos a las cuevas.
Como un lobo, te acuestas a mi espalda. Como un lobo, me maldices, como si yo fuese un depredador que quisiera robarte el deseo y apropiármelo.
Amor, esos lobitos me crecen en las piernas, se me derraman como pétalos de luna, se me encienden como tempestades borrascosas que se olvidan de transitar en los anhelos.
Amor, quiero alimentar a toda mi manada, mientras yo me alimento de ti, de tus ingles y tus ojos con tus lágrimas.

domingo, 22 de noviembre de 2015

Transcrurro entre tus labios

Amor, transcurro entre tus labios, entre la transparencia. ¿Qué ocurre cuando las nubes están bajas? ¿Quién las ordeña, quién las señala, quién las magnifica?
Preñadas están de ti, de la guía monocorde del silencio, de la atalaya donde miro por las noches y veo cómo se comen la blancura.
Amor, qué significan las estrellas que me laten en el pecho, qué alrededores me consienten reflejar las huellas que dejé en los exilios más recónditos, en los bulevares encerrados en domingo, cuando las aves se posan en el frío y pueden mirar los ojos ciegos de los ángeles.
Amor de amores, que le rezas a la sed y al quebranto de la sed, a la homilía y a la nada, dime si en tus palabras puedo comprender el fuego que se inscribe con la voz.
Amor, me llevas a esa quijada en que los huesos se rompieron, junto a la piel en que se enarboló la hierba, y en tus labios vi crecer las hojas, y en tus ojos, como si en tu mirada pudiera ver los árboles encarnados en noviembre.

Qué fuerzas...

Amor, qué fuerzas me diste, qué potencia hay en mí que se mantiene al filo de la noche, cómo se engarzan los ecos que subsisten cuando la aurora reza por nosotros.
Amor, qué maravillas nos trae la mañana, cuando yace el sueño en nuestro lecho y el sol nos inunda de zapatos.
Amor, hay una arcilla que se nos pega entre las uñas, un idioma que se inventa nuestras sábanas, un delirio de día que invade los espectros.
Qué tentaciones me suceden a tu lado, como si quisieses que me elevase junto a ti en las praderas de azucenas.
Qué ternura me enseñaste con tus ojos de miel, y asustadizos, con la mecha encendida de un pajar que nos vio entrar en las estancias.
Amor, dime si en los pechos guardo un espejismo para ti, para ponértelo en la boca y que ese beso que me das sea el beso donde la memoria se aposenta y ama.

jueves, 19 de noviembre de 2015

Planeaste

Amor, planeaste en la cumbre atardecida, cuando las águilas volvían a su casa y marchitaban el suelo por la noche en ese cielo oscurecido. Las aguas se bebían el caudal anunciado de tu sangre, su perdón y su caricia.
Amor, en esa oscuridad postrera en que la lluvia se aparece, renacen las tinieblas de este día próximo a la unción, cuando las gaviotas comprendan la palabra y la carne ruegue por nosotros.
Amor, congregué a los tulipanes. Les dije que te amaba, que en ti se cumplían las promesas, que en tu cuerpo revivía el beso oscuro de las flores, y que en el nido donde los árboles suben más arriba habitaban las secuoyas.
Amor, me entristecí cuando me dijiste que te ibas, que regresabas allí donde tu madre puso el sello donde la muerte perseguía al cementerio.
Allí debías ir y volverte hueso, lejos de mí, y anochecido, amigo de la sombra. Y yo con la amapola de la sombra te seguí, y llegué a ver el camino que dejaste, donde cayeron las estrellas.

Salir

Amor, he conseguido salir de las murallas. He dejado atrás las piedras, y me he dormido allí donde la noche no entraba todavía, allí donde los pájaros se habían caído de su nido, y llameaban las antorchas.
En los alrededores de la muerte hay una senda que conduce al vértigo. En ella viven las anémonas, en sus lagos precisos y sus aguas mortecinas. Allí me bañé, con las libélulas en la piel y con la espuma jabonosa concebí un cisne blanco que se bañaba en el esperma.
Amor, esculpí con cera el nombre de tu espejo que estaba dibujado hacia el oriente, y pude ver cómo el sol salía entre los tramos amarillos y escarlatas de una pasión ingobernable.
Había trece escalones tras el sueño. Todos los subí, hasta llegar a los desvanes dónde guardas la dulzura, y la comí, la devoré, no dejé ni una suela huella tras el cielo.
Amor, sé que te llevaste mis zapatos y borraste el rastro del gemido, el que lloraba preso y decadente, al filo del no ser, y de la mentira.

miércoles, 18 de noviembre de 2015

Un cielo

Amor, hay un cielo azul que se desploma, que hierve con los pájaros. Es un cielo rural de las palomas, que sobrevuelan las calles donde hallan sus picos y sus ojos.
Allí donde te miro, miro un deslizarse las secuoyas desde lo alto de sus hojas hasta el suelo, donde se mitigan sus colores.
Amor, en esta noche cruda donde las estrellas han dejado de latir, se sobreentiende el Nombre que da origen a las cosas, se entrevé en la tiniebla unos inicios de una vorágine oscura, que nos envuelve en sus alas ardientes.
Me lavo en la negrura de las rosas, y en su limbo, que tiene el negro del infierno, me coloco una coraza hecha de los graznidos de los cuervos para que la muerte encuentre mi sonrisa, con los labios humedecidos para el beso.
Amor, que en las luces nocturnas me descubres, me quitas ese velo que trasciende todas las palabras, y me ves la sangre que circula entre los pechos.

martes, 17 de noviembre de 2015

Por las mañanas

Por las mañanas aparece siempre el sol. ¿Y si un día no volviera? ¿Y si se quedase envuelto en esas telas que lo cubren por la noche, entre las sábanas oscuras y las mantas coloradas de la luna?
¿Y si se escondiese de nosotros, si se cubriera con las hiedras que oscurecen las estrellas?
Amor, no te me escondas, no te repliegues a los valles donde nunca nadie fue, de dónde nunca nadie ha regresado.
Dime si en mis labios puedes encontrar el camino que derrapa hacia los cielos, el sendero único donde sólo se pasea en una dirección, la escalera que sube sin cesar hacia los desvanes de los ángeles.
En el sótano guardo un espejismo. Es de miel, como los lunares que te cubren, ese mar de lunares que en voz baja susurra una oración y a sí mismos se suplican.
Amor, que testimonias el desierto adonde fuiste, que te viste con la zarza y con la luz en que esa zarza decrecía, dime si en la arena construiste un templo con mi ofrenda.

En este nombre

Amor, en este nombre me nacen las crisálidas. Me nacen pequeñitas por la noche cuando sueñas con los pájaros, cuando sueñas con sus alas, y en esas alas ves las mariposas.
Amor, que dejas atrás los puentes inexactos que cruzan por los ríos, por las travesías de los ríos, por el lecho rocoso donde el agua se te olvida, el agua que recojo por los dos, el que te guardo en el cesto donde las gotas se acumulan.
Quiero nadar por los afluentes de tu cuerpo, por las avenidas de tu carne, cruzar por los peldaños de tus piernas y besarte el cuello blanco, de niño rubio y melodioso.
Amor, qué invasiones me preparas a la vuelta, qué guerras me traerás con tu regreso en esos ojos que me quieren ver desnuda.
Amor, siembro miradas. Las dejo caer como semillas, y las riego con las lágrimas. Estarán ahí en la primavera, cuando el sol renazca poco a poco en su desvelo, cuando las flores empiecen tras su ocaso a revelarse como puntitos de la tierra.

domingo, 15 de noviembre de 2015

Desierto

Amor, qué desierto enorme la distancia. Qué sal se vuelca en el mismo suelo del que nace, e imposibilita el crecimiento de las flores. El peregrino camina por las sendas que ha dejado la ceniza y en ellas se desfoga.
Amor, en esta arena que me nace, en esta piel que se desuella, hay una redención obnubilada. Es la sangre que bifurca los caminos, que lleva hasta la encrucijada donde el corazón voló dos veces, donde el cuerpo se une con la savia, donde el amanecer llega retrasado entre las cáscaras que ocultan las membranas.
Amor, qué nardos se abren cuando pasas, qué rosas me tienes destinadas, qué deseo me fluye en la piel y me carcome como si me dejases en un sarcófago y allí me desvelase.
Amor, en qué pie te posas que te has ido a ver cómo las estrellas relucían, y a tu paso las magnolias han blanqueado los sepulcros. Entre lianas, versículos´y salmos te posas arrancando a todas las esposas.

Qué dulcemente

Amor, qué dulcemente cabes en mis manos, cómo tus besos me llegan a la boca, como si me mordieras un poquito con los labios y con los dientes me firmaras en la carne.
Yo te firmo con palabras, todas mis palabras, las miles y miles de palabras que te he escrito, las que crean la tormenta, el vendaval que me entra en la ventana, los cristales que tiemblan y los postigos que se abren.
Amor, hay un camino que desciende hasta las cuevas. Allí nos ocultamos de la noche. Allí la luna no puede vernos, y nos llega la luz de las estrellas.
Amor, cincelé una piedra. Le puse tus ojos para que no me faltase nunca tu mirada, para que pudieses verme desde donde quiera que estuvieses, y en tus ojos ser el sol que esconde esa madrugada que tiene en sí la primavera.
Desde qué azules más hermosos me llamaste, y le pedí a Artemisa un disfraz de ciervo. Le pedí también que los perros no me devorasen y que me dejara ver tu desnudez en el destierro.

sábado, 14 de noviembre de 2015

Te di

Amor, te di un ramo de brillantes para que te los pusieras en el pelo, para que te los pusieras en los labios, para que me dieras los besos que guardaste para mí, los besos que eran míos y esperaban mis labios para dármelos.
Amor, en el océano los perdiste y en el agua no los encontraste, y yo los esperaba. Me diste un ramo de amapolas para que las pusiera entre los pechos, para que me las pusiera entre las ingles y que allí se derramaran los besos de las flores, y yo los deseaba de tu boca.
Como no los podías encontrar me diste el océano, para que el agua me besara, para que me diera entre las olas los ramos de amapolas y los besos, y sumida en el horizonte que hay más allá de la mirada te buscase entre las ninfas y las hadas.
Entre las ninfas y las hadas hay un hombre con brillantes en el pelo, con escamas de serpiente entre las piernas, con un falo que adoro y que es más mío que la existencia de los duendes, y al que entrego el amor que me nace de las vísceras con el ansia de su esperma.

En el sueño

En el sueño, Amor, he olvidado cómo son los destellos de las rosas, cómo caen las nubes del verano. En qué guarida dejé tu cabellera, qué tesoro escondí de tu mirada.
En el otoño, Amor, en el otoño, el sol estalla en amarillo, y amamanta con su fuego las estrellas invisibles. Y la luna, que se preña con su semen, sigue blanca y fría con los sabores de la nieve.
Amor, noviembre es como un sueño que se olvida entre los estertores nocturnos y arrabales plantados con farolas, con esguinces de luz y girasoles en sazón y enamorados.
A las vueltas nace la blancura que se escapa desde el cielo. Es como un imán que se adormece allá en lo alto y que devuelve la palidez de la mañana tras el rojo de la aurora.
Y el rojo de la aurora es escarlata, el escarlata de las letras del amor, el que nace entre las rendijas de la luz que se cuela sin piedad alguna por nosotros los durmientes.
Y durmiendo nos encuentra la desnudez, y el olor de esa desnudez es como un cebo que despierta la crisálida de donde nacerán las flores más blancas que habitarán en nuestro cuerpo.

¿Qué hay...?

Amor, ¿qué hay en la estrella que se muere? La vela la ilumina como se ilumina el mar, con el reflejo de las aguas en el cielo.
Amor, qué azul perdí en los bolsillos, y se desarraigó de la tierra donde a sí se poseía, y volviéndose a arraigar creció en el suelo, y fue a parar a un sembradío donde crecieron flores más azules que tus ojos, flores más rojas que tus labios, y mañanas amarillas como el pelaje de ese sol que lucha por nosotros.
Amor, qué luces aparecen en los márgenes, como si estando fuera fuesen más bellas, más claras y más blancas que las lágrimas.
Alrededor del camino que elegiste hay una elegía: un canto fúnebre por aquellos que se fueron y nunca regresaron, los que se pusieron a andar a ciegas y olvidaron su propio nombre en las esquelas. Recuerda cómo me follabas, recuerda que en tu semen están escritos los pétalos y los besos de los pétalos que te di en las afueras.

jueves, 12 de noviembre de 2015

Nadé

Amor, nadé contracorriente por los riachuelos del ansia. Eran pequeños en su inicio pero al unirse formaron el Amazonas del deseo. Me perdí en esas aguas que agostaron mi cuerpo, que humedecieron el alma y me llevaron hasta tus labios que se habían escondido.
Siempre estuviste y yo no lo sabía. Te habías ido sin irte realmente, oculto entre el follaje, entre las ramas de un bosque oscuro e ignorado.
Entre los árboles vi un templo ignoto. Un templo que los pájaros construyeron con su pico y con sus alas, donde los ángeles estaban esculpidos con las piedrecillas que habían recogido y así el suelo se encarnaba en el mismo cielo que veía desde abajo.
Amor, te encontré sin guía y cuando el bosque se convirtió en desierto supe que la arena que pisaba era la tuya, y cuando las dunas te cubrían supe que en su interior había una casa hecha de oasis y de palmera del oasis donde estabas, y cuando salí al mar te vi a ti, en una barca, caminando por encima, como el Cristo, y allí la sangre te dijo que te amaba.

miércoles, 11 de noviembre de 2015

Hay un punto

Amor, hay un punto que vence en la penumbra. Es de algas y de mundo subterráneo. Vierte la sal y la conserva entre los adalides, entre las cruces que se levantan frente al sol.
Amor, dime si me amas con un amor suicida, dime si mi corazón te llena por las noches de alas y de vuelos de murciélagos, dime si en la negrura puedes habitar tus nidos escarlatas.
Amor, hay un agujero en medio de la sombra. Es todavía más oscuro, y en él podemos ver en toda su pureza a la tiniebla, ese negro prístino que se envuelve en la soledad más abstracta del mundo.
Amor de centros húmedos, amor de madrugadas, vienes, me llenas de brocales, y toda yo soy un brocal en que tus labios vienen a beber.
Este agua oscura que me nace entre las ingles, este bordado que llevo entre los pechos, tienen la marca del insomnio.
En las grutas más hondas, en las cavernas más profundas, late la oscuridad, y se encarna en mí, en mis menstruaciones, esa sangre que es mi ofrenda y mi tributo a la esclavitud de un deseo que es eterno y monstruoso.

La ternura

Amor, hay una ternura que es más tierna, más suave, más dulce, más afrodisíaca, más terrena que los matorrales que respiran a mis pies, más rosada que los últimos brotes de las rosas.
¿Qué voy a hacer con mi ternura? Su valor es inestimable. Nadie podría darme nada a cambio. Ni todo el cielo más las nubes y la lluvia, ni todos los ángeles sentados a mis pies podrían darme algo que pudiera parecérsele.
Mi ternura es como un saco de patatas; como un saco lleno de almendras y de nueces; como un kilo de chocolate negro, más amargo que un kilo de tristeza.
Mi ternura es árida, y su caudal resurge entre los pinos. Hay abetos donde llega y los pinta de blanco, como si fuera nieve, porque es fría, ya que no puede calentarse entre tus labios.
Amor, qué posturas más extrañas coge la ternura: parece un niño jugando con un árbol, subiendo por el tronco, fornido y anhelante, jugando con su savia, con la resina de su savia, como si la ternura estuviera en la sangre y allí se fermentara.

El sol de noviembre

Amor, el sol de noviembre se va yendo. Se asoma todavía con los árboles y va perdiendo su firmeza. En el suelo se acumula la hojarasca y las hojas amarillas tiñen la tierra con sus ramas.
Yo también soy amarilla, y amarillo es el cielo en el que sueñan mis corazones con tu cuerpo prendido de las nubes.
Amanece pálido, y la piel es como un trozo de ese cielo que se convirtió en serpiente. La serpiente lo sedujo y lo declaró santo en el infierno.
Amor, que te pintas de negro como un clavo, que me das la cruz y yo la quiero, y me clavas, me sufres, me suturas, me das las llamas que quedan en las velas, sus mechas pequeñitas, para que te pueda iluminar junto a mis ojos.
Amor, qué fuegos me rodean, con qué hogueras me pretenden. Yo, que te amo entre las devoraciones, por encima de las cordilleras, en medio de los archipiélagos, respiro el mar en cada rotación que da la luna y como la hierba de tu semen.

lunes, 9 de noviembre de 2015

Estás

Amor, estás dentro de las rosas, dentro de los besos. Vives en mi alma, allí resides, con pájaros de luz y con palabras que intentan mostrar al mundo este corazón que late por los siglos, en un tiempo de cristal que no refleja la hondura de los ojos.
Amor, en este lado del cristal miro cómo la noche se ha cernido contra mí. En esa oscuridad te puedo ver, reverdezco por las noches, y como un murciélago blanco extiendo mis alas frente al sol que ya se ha ido.
Abro las tumbas, los sarcófagos, entro en los interiores de las cárceles, elevo mis plegarias y veo cómo vienes, cómo extiendes tus mares junto a mí, y luego me abandonas.
Como en un precipicio salto para llegar al punto de inflexión donde las olas se vuelven horizonte y desde allí el cielo parece más lejano que en la orilla de la playa.
Amor, que todo das, y a quién todo doy, dime si en la premura de este deseo hay un corsario dispuesto a asaltar las naves blancas para poner en el mástil su bandera.

Entre los presagios

Amor, entre los presagios encontré una ventana que escondía la luz. Se la quedaba para dársela a los montes que nacían en tus brazos, y en la boca te besaba, con la fuerza de una cascabel, y su veneno era tan potente como el fuego que nace desde el cielo.
Como el fuego que nace desde el cielo, así caías, así tu morada se teñía de los grises que las nubes nos traían, y entre las ingles brotaban esas aguas que descendían por los labios y se encarnaban en los muertos.
Se encarnaban en los muertos y bendecían nuestros nombres. Se engalanaban con la sangre y devoraban toda la carne que existía como cuerpo, y como lastre se iban a vivir lejos de los cementerios donde habían sido sólo unos cadáveres.
Habían sido sólo unos cadáveres y frente al yugo se ponían. Persistían en su huida, y en su victoria lacerante de llagas y de pústulas convencían con su acero, y poblaban las guerras como zombis, y sus pijamas cuarteados se rompían en el acto del amor.

Subí

Amor, subí a las nieves que guardas junto a ti, y sólo vi lo blanco. Era un espejismo de blancura, un desierto helado. Por todas partes una extensión pálida, un grito en que se encierra la mañana.
En el transcurrir de esa blancura olvidé que dejaste tus huellas sin pisar, que hollé con las mías tu mirada, y me volví albina ante tus ojos.
Amor, oigo los maitines en mi insomnio. Mi piel te los escucha. Siento cómo me resbalan, cómo se deslizan por mi cuerpo con el fragor de la inocencia, de esa pureza prístina incurable que nos abandona al morir por vez primera.
Amor, qué hay en tu carne que se vuelve alba, ese sol que desde oriente determina que empiece nuevamente el sacramento, que la noche desaparezca y que la negrura se tiña con la aurora.
Amor, qué hay en el alma que elude los barrancos, y se precipita sobre el mar, Te busca entre la leña y la vendimia, te busca en el cielo y en el fuego, te busca en el aire que se prende, mientras el camino te persigue y hay un bosque en que la sangre se adormece.

domingo, 8 de noviembre de 2015

Suena el Réquiem

Amor, suena el Réquiem y estás lejos. Mi boca no puede alcanzarte, mis labios desesperan, mis ojos tienen ansia de miradas, mis ingles tienen ansia de tu semen.
Dónde te escondiste, en dónde te entregaste, que estoy soñando todavía con tus besos, que deliro por tenerte junto a un trozo de papel donde las palabras signifiquen el amor.
Como un barco pequeño que quedase sin rumbo, que aleteara en las aguas como un cisne solitario, llevo en mi coño ese arca que marcaste como mía en los fragores del deseo.
Amor, quedé desnuda. Desnuda y vulnerable. Te deseé como se desean los regalos en las fechas señaladas, te deseé en mi nombre, en mis veneraciones, en los pulsos en que la sangre me decía que nunca ibas a volver, y yo le contestaba que antes se detendría, que me llevaría el corazón por las arterias, porque tú regresarías, y al regresar la luz de tus cabellos me daría la cima del sol de medianoche, y al dormirme junto a ti en los jardines de delante de la casa un gatito maullaría con las pulsaciones de tu carne, y yo sería aquella que levanta las rocas del pasado, y las convierte en tierra.

Tejí la oscuridad

Amor, tejí la oscuridad y en un canastillo exilié la sombra. Me encontré con una tiniebla inescrutable, que pedía y que encendía en lo oscuro, y que quería apropiarse de ese cesto donde las noches auscultaban el aire en que las nubes resplandecían y esperaban el nido de las almas.
Amor, tú me esperaste. Pusiste el chaleco en lo más alto de la loma, y mientras conducías alrededor de la lluvia las ovejas me daban la lana que añadiste al tejido de la sombra.
En ella me oculté. Con ella barrí los cementerios que salían a mi paso cargados de flores que enceguecían a mis pies, y los muertos renacían e imploraban otra carne y otro cuerpo para amarse tras lo eterno.
Amor florecido que me besas, que me transcurres y aconteces, dime a qué altura debo detenerme. Dime si tu pureza me estalla en los pezones, si mis ingles verán el fruto de esos cerezos todavía nacientes.
En mi pulso reposa la eternidad. Entre los besos se cierran los párpados que ven en el interior del beso, dentro de los labios. Ven cómo se ilumina la lengua, como mi lengua te convence para ir a la guerra donde el sexo incendia las crisálidas

Las sombras

Amor, se me obstruyen las sombras. Se me caen entre las manos y los dedos no las pueden apresar. Las sombras me desdicen y acaparan los líquenes que crecen en el barro, y el agua oscura me dispone a caer en un pozo enorme donde cayó el amor.
Cayó el amor entre las aguas tenebrosas, como caen las estrellas que se rompen entre partículas luminosas, que descienden por el cielo hasta que llega el fracaso de la oscuridad.
Cayó el amor. Hay que buscar su nombre.
Las palabras son como las voces extinguidas de los pájaros, cuando las aves hablaban con su vuelo, cuando las águilas habitaban las ciudades y se posaban donde duermen las cigüeñas.
Las águilas llevaban el amor en las cornisas, lo estremecían en sus nidos y palpìtaban al lado del escorpión que inoculaba su veneno, y se dormía.
Amor, en el fondo de este brocal hay lluvia ardiendo, el agua del amanecer y del crepúsculo que nos deja el sol bajo la tierra, y que germina en las nubes y nos riega, y nos blasfema.

Un madrigal

Amor, oigo un madrigal, una sinfonía en la que la piel aletea y se desborda. Mi piel calla, no sabe de acentos, no sabe de materias en que el fuego pueda renacer, y los silencios tienen una sustancia pegajosa, un líquido que emborracha a aquellos que lo miran.
Amor, en ti soy como un árbol, y mis raíces arraigan en la espiral del vuelo de los pájaros, y se derrotan en cada amanecer cuando las lunas se me esconden en los labios.
Es entonces cuando viene el beso y se prodiga entre hogares encendidos, y las lápidas entierran su nombre con los muertos.
Amor, en este cielo que me vence se dispara un espejismo.
Hay una oquedad en el suelo que traslada sus temores. Hay piedras abruptas y rocas recortadas en un vacío que retiene los pétalos del amanecer.
Amor, me notas los latidos, sientes como mi corazón se adelanta en el abismo, como si me llevase de la mano a explorar el alba, su reverso y su milagro.

viernes, 6 de noviembre de 2015

Una bodega

Amor, hay una bodega donde muere el musgo. La hierba crece en el borde de mi coño, en las latitudes donde mis pechos cobran realidad en el pulso de tus manos áridas.
Hay una vacilación al borde de la nada: crepitan allí los vuelos de las aves que traen un beso en su picos dóciles.
Un desconcierto me apabulla: no vendrás, sé que no vendrás y seguiré sola, sola con palabras que llegarán a ser absurdas.
Espero que un amanecer te traiga a lomos del alba, en los ijares de la alegría. No estoy triste. No lamento la distancia. En ella me creo y me recreo, en ella me miro, en ella soy el fuego que escribe sin cesar, porque te amo.
Amor, ves esa estrella que se distingue en esta noche. La ves crecer en ese cielo que se aparta de nosotros, como si nosotros fuéramos los siguientes habitante, y esas estrella es como si un amante llamara a la ventana, como si tus ojos pudieran verme desnudarme y poseer la madrugada.

Qué inútil

Amor, qué inútil es el amor, y necesario. Qué necesario es su girar como la Tierra, en torno a un sol y a una luna que rige sus aguas planetarias, como rige mi sangre y la entraña de mi sangre, mi fulgor y mi caricia.
Amor, en ese espejo lunar, en ese latido que se aviva cuando pasa el recorrido de ese tiempo que es la vida, mi corazón es como un nido de serpientes cambiando de piel, y sus escamas son como los cascabeles de las cabras, un grito de alegría.
Soy feliz por este amor oculto, que encierra en sí mismo el mismo enigma de todos los amores: ¿por qué y para qué amamos si es inútil amar, como el poema, que tampoco es práctico ni visible? ¿Es mejor el amor que una bombilla? ¿Mejor que una vela, mejor que una lavadora, un lavaplatos o la vitro donde preparo la comida?
Vencida por la inutilidad del amor te sigo amando, como la luna que gira y gira sin saber que altera mis aguas y las tuyas, y que ha robado mis vísceras y que mi sentimiento es suyo.

Me miré

Amor, me fascinaste. Me miré en tus ojos, y vi en ellos la madrastra, la madre, la hermana, la tía, la hija, la amante. Vi la amiga, la que calza tus zapatos, la que huele masculina por haberse pegado a ti, la que huele a humo y a cenizas.
Amor, qué cualidad tiene la sombra que al venir no apaga nuestro lecho. Lo acaricia, lo llena de negrura, y entre las sábanas me deslizo y aún no estás. Me abrazo y me digo que eres tú, que son tus besos los que doy en la almohada, que es tu semen el que profundiza en mis brocales, y el agua de mis ingles es para ti, para que engendres un hijo de la noche.
Amor, mis pestañas tienen sed. Anhelo en ti la lluvia de las flores, las que se desatan en mi vientre y te desean con un fulgor amanecido.
¿Qué haré cuándo no crezcan más las margaritas? ¿Qué ramo de novia me pondré que te recuerde? ¿Adónde iré con este amor estremecido? Amor, dame un poquito de ternura, llévame contigo al sufrimiento, gime con las notas de la flauta y de la aurora.

jueves, 5 de noviembre de 2015

Ha oscurecido

Amor, ha oscurecido. Ya no hay jardín donde escuchar cómo cantan las alondras. Se fue el sol y con él se han ido las estrellas. No hay luna en este cielo negro que dibuja el vacío de la ausencia.
Amor, miro hacia arriba y veo ángeles que luchan entre sí. Los ángeles quieren ser esa luz que me carece, quieren llenar la nada con su flamígera mirada, quieren llevar sus alas en la noche y convertir la oscuridad en transparencia.
Amor, tu semen es sangre de huella, rastro que permanece virgen, corazón de un velo quebrantado por el silencio en sombras que grita sin voz tu nombre por los arrabales del perdón.
Mi sangre es blanca por tu esperma. Me lo inoculaste y ahora me circula, como un coche que busca aparcamiento, como una motocicleta atómica, como una partícula en el cemento que será base de una casa, un edificio también blanco, como la nieve antes de caer, como una nube que trajera un niño albino en su semblante, y en tu polla blanca hubiese un pequeño lunar claro, una señal, un prodigio luminoso.

Me desviví

Amor, me desviví. Me trotaron los jamelgos del alba, y entre lunares de luces pequeñitas pude entrever cómo tus labios me incitaban. Dudé, no tengas miedo, me dijiste en voz muy baja, y yo temí perderme entre los mares, y en el trono te dije que te amaba, que eras mi lluvia, mi aire de agua, mi escarcha y mi rocío.
Amor, me entregaste un ramo con la nieve y yo te di la arena, te di los bosques que rodean el castillo para que pudieras entrar con una llave grande, oscura como el beso que te di todas las noches, la llave de mi infancia. Yo era niña y veía esa llave en manos de mi abuelo, y me dormía.
Amor, en ti despierto. En ti soy un pedazo de urna amanecida, un canto de los lobos, un espectro que recorre pasadizos buscando el amor que me entregaste, el amor que me esperaba y me decía que era hermosa, y en tus brazos fui la bella más bella entre las bellas porque tú me embellecías, porque tus ojos me ofrecían la hermosura, y esa hermosura desnudaba mis defectos, y en el amor desparecían y todo era alma, y el alma me llovía.

miércoles, 4 de noviembre de 2015

Anochecía

Anochecía, y tú me hablabas de pureza. Me entretejías en las ingles y me amabas, como si yo fuera aún la niña que andaba temerosa por los campos oscuros, cuando la luz se envolvía entre la sangre que apaciguaba la muerte de la tarde, y los pájaros emitían el último trino con sus voces cansadas.
Amor, me das tu reino, un reino de dólmenes y escitas, un reino de flechas y relámpagos, con corales y una sola esmeralda con que me cubres el pelo, y que se me posa en la mirada.
Amor, qué tristeza vive entre los márgenes, cuando el negro tiñe el cielo con la sombra, y las velas alumbran las estrellas.
En las visiones el viento es un prodigio. Se inmiscuye entre los árboles, entre las flores. Se tiende y yace junto al mar. Se tiñe de luna, del malva de los días, y conoce el abismo donde muere.
Amor de centeno, de pan y de cerezas, dame unas aceitunas para dárselas a los muertos, dame aceite para ponerlo entre los pliegues de la piel adonde llegan los reflejos de ese sol que ya se ha ido, dame un beso, sólo un beso para dárselo a las luciérnagas.

Qué estallido

Amor, qué estallido encontré cuándo te fuiste. Cayó la mañana de repente. Amaneció al lado de mi cama, y tú no estabas. Habías ido a verte en el rocío. Y el rocío me contó que en plena madrugada cogiste la mochila, la llenaste de pan y de cerveza, y al filo del alba te marchaste, sin un adiós, sin una plegaria por los muertos, sin un beso.
Estaba aterida, insuflada por el frío, herida de noche y combatiente. Temía la llegada del invierno, la soledad de las ramas desnudas, la inclemencia.
Amor, dónde estás que desespero. Sé que estás en mí, que soy tu esposa aunque no lleve tu anillo. Mi alma es tuya, y allí donde descansa, en su lugar de hadas, te espera insomne, por una eternidad de estrellas que se apagan en tus labios.
Amor, que cincelaste la noche y le dijiste que eras mío, devuélveme los fulgores de los astros, déjame entrar en las naves candorosas que, inocentes, se llevaron mis reliquias, mis sarcófagos amantes, hasta el final de los mares donde se juntan los océanos.

martes, 3 de noviembre de 2015

Vienes de noche

Amor, vienes de noche. Eres la luna que me mira desde el cielo, el pecio derrotado, el naufragio que vislumbro frente a mí, la quilla que me lleva hacia donde el nombre de Dios no se toma en vano.
Las auroras boreales nos esperan. Me las llevaré dentro de un cántaro y serán mías, y en mis visiones te amaré como nunca nadie te ha amado, con un amor incestuoso.
Con un amor incestuoso te amaré. Seré Fedra. Seré la que no quiso un hijo y tomó un amante como hijo, y me follarás y al follarme seré madre del hombre que me folla.
Acurrúcate a mi lado. Lámeme. Sé el fuego de mis ojos, la luz de mis espaldas, la negrura de mi culo.
Amor, en este hilvanar de penumbras, en estos vasos que se rompen al azar, dime si las palabras me contienen, dime si los corazones laten por el mismo corazón, si no respiran en el agua a los arcángeles que vienen por nosotros. Si ellos son los mismos que nos dieron las espadas para que pudiéramos alcanzar el fuego de los cielos.

En este otoño

Amor, en este otoño que nos crece, viene el sol y se amilana, y a cambio de su suavidad, nos da rosas y amarillos que caen por el cielo como el Fénix de memoria atardecida.
Me das el lecho, y vienes a buscarme. Estoy perdida en el zarzal, de vida ardiente, y la Voz me dice que me vaya, que luche junto a ti, y que me enamore.
Amor, en esta tarde en que sol huye, de tonos de noche que se cierra, te doy mi fuga, y en la fuga están los labios para el beso, y en las ingles están los labios para el beso.
Amor de rotaciones, que pulsas en el viento, que ardes a mi lado en una vela, que consigues llegar a lo más alto, allí donde el cielo nos responde con una respiración valiente.
Amor de brocales abiertos, te suspendes en los alrededores apasionados del dolor. Este amor adolece de tristeza, y en su imposibilidad nacen los nenúfares y los lotos.
Amor de agua, de lluvia amanecida, amor de tierra que se ennegrece en el arroyo, dime si escuchas mis palabras, dime si algún día me reconocerás en su existencia.

Me trajiste

Amor, qué verdiazules pequeñitos me trajiste, envueltos en papel y en una caja que apenas los tenía, como si fueran un señuelo de un camino que ibas a coger y en el que yo no iba a acompañarte.
Los pedacitos me encantaron. Eran trocitos de viento, gotas de lluvia inaprensibles parpadeando juntos en su interior bordado, con una alianza de coral que me trajiste del océano.
Amor, voy con las piedrecillas montadas en el oro, piedras llanas de ese río que me acercó a sus dehesas fluviales, que me llevó con él hacia el lugar donde el corazón es siempre tuyo.
Amor de árboles que florecen en enero, me diste el frío y yo cogí tu ofrenda y la razón última de tu ofrenda, el motivo real de que todavía no te has ido.
Amor, quédate entre mis piernas, en la nieve helada de mi coño, allí donde nunca has entrado, allí donde mis labios son como una enredadera, donde el hielo es como un iceberg que se va derritiendo con el agua, y el agua es el único lugar donde las almas vienen a posarse, como si entre las flores hubiera una única flor que me viviese.

lunes, 2 de noviembre de 2015

Te diría

Amor, te diría amor constantemente, como en una caminata, como ir en bicicleta, como coger las fresas cuando despunta abril y mayo avanza hasta ser junio, y junio se prolonga. Ahora, que estamos en noviembre, viene la lluvia y el calor no quiere irse. El frío avanza poco a poco en esta ciudad mediterránea, donde el amor vive, y es latente.
Mi corazón es como un ramo de amapolas. Y ahora, que la flores se adormecen, vivo en un ramo de blancura, en esas margaritas que compré para mis muertos.
Amor, tú siempre estás. Siempre me vives, me rodeas, me incitas y me pierdes. Como un gorrión picas en los cristales, te abro y vienes, y me llegas, me amas y te deseo más que a ningún jarrón de oro, más que a la belleza de la selva. Más bellos son tus ojos.
Tu piel es mi regalo, mis besos son tu ofrenda. Mi pelo que cae es el abismo que incita a la caída, tu pelo rubio es el anzuelo que me prende entre las ingles, en mis muslos sabios, que conocen tus ingles y que hablan, y platicando te aman honrando la memoria del amor primero.