viernes, 30 de octubre de 2015

El tiempo de los nueves

Llega el tiempo de los nueves. En mi memoria guardo la luz que me trajiste, la que iluminó mi cuerpo, la que me dio palabras, la que me dio flores, la que me dio lluvia, y en el agua me dio mi mayor deseo. Me dio tu voz, me dio tus ojos, me dio un alma que se entregaba a la blancura, me dio el mismo cielo que te vio traspasar la mirada de los ángeles, la sucesión de las nubes y en el mismo corazón plantó un bosque de nardos florecidos.
Amor, qué hay en las ingles que viven sólo con tu nombre. Qué hay en los maizales que se elevan sólo con tus besos. Qué hay en las alondras que vuelan sólo para verte.
Hay un manantial de fuego que crece enardecido. Es un río de lava que no se apaga, y que no conoce los huesos de la muerte. Es un arroyo ígneo, una fuente que escupe las llamas del amor, eternamente, y en este lado de las sombras, estas aguas ardientes viven en la mano de un Dios que en el aire permanece, sólido como el esperma.
Amor, qué hay en mí corazón que llora.

El misterio

Amor, qué misterio distingue las edades de la piel, la piel que sigue siendo adolescente. En mi mirar lejano, en mi deambular por las sombras, encuentro un espejismo.
La cruz de flores se levanta sobre el muro, y en él envuelve su silencio. Callada, me paro alrededor del caos. Siento tu piel y mis arrugas, cuando habla el ángel y me dice que la carne es inocente.
Amor, nuestro sufrir es incruento. Se lo damos a ese azul que viene por las noches, y que tiñe el mar con su mirada. Se lo damos a la sangre que se fuga en el mismo amanecer en que transcurre. Se lo damos al pétalo que inflama el mismo corazón de la flor en que acontece.
Te me doy, en esta circunstancia, en este tiempo de margaritas nupciales, cuando avisas al vigía de la torre para que descienda los peldaños y queme la escalera.
Amor, a poca distancia de la sucesión del frío, a breves pasos de la nieve que vendrá, que cubrirá las cabañas y ese humo de carbón presto para arder, se acumulan en mi pecho las huellas del agua que dejaste con tus labios.

jueves, 29 de octubre de 2015

Me das la sombra

Amor, que me das la sombra, que te ocultas de mis ojos, que hablas en el silencio, que escuchas conmigo el Réquiem que eleva sus notas a la noche, dime si en mis manos nacen las olas que el mar devuelve hasta la playa.
En esta arena que vivió otros veranos, ahora recala la soledad. Parece que los mares bañan los desiertos y depositan las flores de su vientre.
Hay una blancura que no vemos y que se refleja en el punto más interior del ojo. Allí se ven los trocitos de cielo, y como en un barranco, vemos desde arriba los matojos, las piedras y los ríos que surcan las oscuridades más latentes, prodigiosas en su estudio del mal, en el estudio de la decadencia más salobre, en su asco.
Quiero seguir al águila desde el pozo oscuro donde miro. Mi hombre, te buscarán los buitres, querrán la carroña del dolor, querrán tu muerte, y yo desde aquí sólo puedo ofrecerte el blanco que he guardado para ti, el que me dio una de las nubes que encontré en mi vuelo.

El incienso

Amor, en el incienso se miran esas hojas que no cesan de caer, y surge el humo, el humo aromado por las ramas de esos árboles enhiestos, que desnudos se ven frágiles.
Me llaman las secuoyas, dicen mi nombre con un halo de eternidad, como si al estar sola pudiera ver más claramente cuál es el rumbo del incendio.
Amor, que unes el alma, que haces del otoño primavera, que das las primeras flores, los primeros ángeles que vienen a comer del agua de la sangre.
Si esta separación es para siempre, ¿dónde andaré sin el reposo? ¿Qué manantial surgirá entre mis piernas que abreve el tiempo y la distancia?
¿Qué locura me amparará si en tus manos no hay caricias? ¿Qué verso herido te hará llorar, qué beso estallará en mi boca que no llegará a tus labios?
Cogeré el sayal y le oraré al Dios de mis mayores,el que se venga y que tritura, el que tiene la potencia de ser fuego y de separar el mar, el que es Verbo y que nació de mujer, desamparado.

miércoles, 28 de octubre de 2015

El declinar

Amor, en este declinar de la penumbra, ahora que el sol se va allá lejos, la distancia es tan enorme que mi carne suspira porque la sangre la abandone, suspira por tenerte entre mis brazos, y besarte, como se besan las alas de los pájaros.
Amor, ahora que estás lejos, y que me vives sin vivirme, y que yo te vivo arrastrándome en palabras, palabras que no me consiguen tu cuerpo, ni tus labios, ni esos ojos que vi una vez y me devolvieron toda la claridad del cielo.
Amor, que en mi resides, que en mí nombras al buey y a la paloma, que en mí renaces y que en mis manos resucitas, te doy la poca hermosura que haber puede en esta carne que te llama.
Amor, es un prodigio que más allá del tiempo, en este espacio incandescente, se repliegue el atardecer de esas brasas en que se transforma el día, y tú, que vas detrás de las cigüeñas te enamoras de la cuna y de los pechos que amamantaron tu ansia, y redoblas el tambor con la hojarasca que es propia del otoño como las ruinas son propias del mundo.

La luz del otoño

La luz del otoño me es inerme. Pulula indefensa por el día y no sabe anochecer. Se va tímida, igual que se ha venido y se vuelve a visitar el otro lado, y en el otro hemisferio donde brilla en primavera.
La luz del otoño es como tú, que vuelves sin venir. Es un sol que calienta tras el cristal de la ventana, el manubrio con que cierro el pozo en que el agua se distiende, el portón que encierra la casa del rico y lo protege.
Amor, qué silencio más callado es este octubre, y en sus reflejos apenas puedo vislumbrar estas palabras, y me viene el alma, como tú, discreta y ruborosa, sorprendida de verte aún entre mis brazos.
Qué agua hay en este sol que me reduce, qué senda recorre el curso de este río, cómo se va fraguando mi destino entre los sauces que derraman su poder entre las algas.
Amor, no te detengas. No cruces por donde está oscuro, por donde la sombra duerme. Su pesadilla es atroz, como atroz es el barranco de la muerte.

El templo

Amor, hay un templo en la llanura. Las estatuas son de bronce como es de bronce mi reinado cuando se retiran las sombras. Las sombras se adormecen en mis manos. Son como letanías pequeñitas que al decirlas mueren. Son como guisantes negros que se atragantan y se asfixian. No perduran en el corazón del frío.
Amor, entro en el templo como entro en ti. Cierro la puerta con cuidado. Miro si hay ventanas, y si sus cristales me reflejan, para verme con tus ojos.
Un jarrón me devuelve las flores. En el delirio me persiguen. Pisan el suelo tras de mí, aromándolo, como se aroman mis sueños por las noches, cuando vienes y me follas como un santo.
Amor, qué encrucijada mantiene el templo en el desierto, qué rojos de amaneceres se contemplan desde la cruz de su mirada, qué aves submarinas se dejan caer sobre su suelo.
Amor, crucíficame a la entrada, deja que mi sangre caiga y me redima, deja que tu sangre se funda con la mía para atravesar toda la sed y que en mí se contenga la lluvia de la divinidad.

martes, 27 de octubre de 2015

La caída

Amor, qué profunda es la caída. El anochecer viene muy pronto, cuando la tarde apenas empieza a caminar, cuando el árbol se acurruca frente al odio y las flores terminan de nacer.
En este otoño que apenas ha empezado sigue mi canto triste, siguen los versos de derrota en esta realidad que me concierne, y que concibe las hojas con amor.
Si mi amor se alza contra el mundo y contra la gravedad, contra ese Universo que te alcanza, ¿qué frutos podrán brotar de mis pechos famélicos? ¿Qué solitaria convención puede adherirse al coño que se levanta, furibundo, contra el mal?
Amor, en este octubre que vuelve a fallecer, que está muriendo, qué agonía me espera en el invierno, cuando crujan las tablas de la ley y te me mueras.
Amor normando, que riegas las plantas que amanecen, no me dejes sola con el dolor de un hemisferio. Amor de estrellas, amor de dinosaurios que, adormecidos, miran las flores en el cielo, dame un beso de buenas noches.

Los ojos que me miran

Amor, qué candentes son los ojos que me miran, con el azul inmenso que me traes a las manos como si me trajeras el mismo azul con que contemplo el transitar del mundo.
Amor, escucho tus palabras y viene la alegría. La alegría es como una piedra redonda que descansa en la hondonada, que un niño recoge y tira en el arroyo, y forma círculos como círculos hay en las moradas de ese cielo que te vive.
Amor, como los cocodrilos tengo hambre, y mi ansia es violenta. Pero se apacigua en esos lagos donde los cisnes no dejan de bailar.
Mi hambre es de siglos, de milenios, un hambre que devasta lo que toca, que se alimenta de más hambre y que vuela por los parajes desérticos en busca del agua divina del sosiego.
El deseo es como un punzón que quema. Un garfio envuelto en carne. Unas esposas que se cierran en los brazos. Un unicornio ciego. Hay un voto de inmensidad en mi carne que se agita. Mi entusiasmo es profundo y su ansia perdura en ciernes de ese beso enajenado.

lunes, 26 de octubre de 2015

En el diluvio

Amor, en el diluvio hay un magnetismo transparente que todo lo abarca, que todo lo sueña, y que se enciende al transitar la madrugada por las distintas flores del dolor.
Amor, hay una latencia en el deseo que todo lo permite, que se asombra de su propio palpitar y piensa en amortiguarse pero crece, y el deseo es más deseo todavía.
En el corazón hay un pulso que se queda siendo pulso, un reloj que no sabe de esos tiempos que marca el calendario, un reloj que sólo marca los espacios de esas horas que a sí mismas se transcurren.
La materia es el alma que se encarna, y la sangre el fluido de los ángeles, que preñan las nubes con su semen.
Qué cataclismo hay en ciernes en el nombre del amor, y qué delicadeza se extiende en el lecho de la guerra. Con las armas en la mano te digo que te amo, y esos girasoles pendientes de secarse son como la mirada de Dios sobre los hombres.

Al lado de las sombras

Amor, qué frondosidad se me establece al lado de las sombras. Hay un lado en la tiniebla que es de sábanas ardientes, de noche estremecida en su pureza, y la contaminación que vuelve el aire en escarlata es como un muro del infierno.
El infierno es como una oscuridad que nace allí donde el alma va en los sueños, y el mal gruñe entre los extrarradios del Ser, donde los pájaros lloran.
Amor, las estrellas se desnudan y queda sólo la luz que va a poniente, una luz que es cristalina y que rehuye la opacidad del cielo.
Siento cómo se gangrena el dolor, y se destruye. La felicidad no tiene nombre y se esconde en los amaneceres junto a ti, en los besos que acarician los instantes que son nuevamente repetidos.
Amor, sé que la distancia es grande y que lo que me vive tan sólo se imagina hasta llegar hasta tu mar, el que tú nombras. Mi mar es como un león que duerme, una partida con las cartas marcadas, y un tahúr que escribe versos azules en el gris del firmamento.

domingo, 25 de octubre de 2015

Me ofreces la mañana

Amor, amor que me ofreces la mañana, que me das el alba, que me entregas el rosa y el rojo de la aurora. Amor que me das las noches, el pálpito insomne de la oscuridad donde las flores se esconden.
Amor de dos, tres, cuatro escaleras que se dirigen al desván, que siendo altura se desdice, mientras me das el azul ígneo de las amapolas que se destiñen en mi vientre.
Amor, en las culebras hay una hermosura que se les desprende con la piel, sus escamas dulces. Me veo en esas serpientes que arrastran su pellejo por el suelo para después amanecerse con su piel nueva, como si fueran a un orfebre y abandonaran la vejez, en sus resplandores de alegría.
Amor, hay una alegría que subyace entre las piedras, un camino que sólo es de arena y que reluce como un niño cerca del mar.
Hay una sangre más roja que el veneno, es una sangre que llena las pupilas en su semilla acuosa.
Amor, ven y mis párpados serán mariposas elevándose hacia el pétalo más firme de las rosas.

Das luz y vienes

Amor, que das luz y vienes como un gorrión que no durmiera, y te encarnas en el gavilán y en la paloma. Me dejas en el vientre una palabra, y la escucho sin cesar. En tu discurso me pides que te ame, y que envuelva en el sueño un espejismo.
Amor, hay una gama de matices en el cielo y un ángel que vigila: en su mirada busco el resplandor que te contempla, la blancura que te atañe, y en el fondo de tu palpitar veo el bosque que rodea los castillos.
Una oración encrespa mis labios y me impulsa hacia el amor, como me impulsas tú hacia tus ojos.
El camino del Cordero es el camino de la Cruz, y sus vestigios se me quedan en las manos.
Dame los labios para que te bese entero. La caricia permanecerá en tu boca.
Cómo se balancea el alba, cómo me nutre con el deseo de ser tierra. Cómo llegar hasta esas nubes que nos miran y que esperan a llover. El agua desvanece la tristeza. Hay una melancolía absurda que viene desde del hueso: es el recuerdo que más amamos, un galimatías de agua y barro.

Qué pronto me consumes

Amor, qué pronto me consumes. A qué alturas llega el huracán de tu silencio, qué flores brillan en los umbrales de tus besos.
Las hojas siguen cayendo de las ramas: es la muerte que las llama. Amor, qué sucesiones más tremendas de amapolas en esas alas que surgen de las almas. Cómo el azahar se convierte en rosa roja, abierta en su transitar de espinas.
El urogallo canta sus canciones estremecidas mientras el águila sobrevuela el amor, allí donde Dios se sienta y calla.
Oh sublevaciones del instinto, allí falta la palabra. La palabra que amanece florecida, el deseo que se abate como un clima pedregoso, que deshace la escarcha y la vuelve agua caliente con que transfigurar el día.
Oh soplo atento de la divinidad, qué encajes me trajiste, y yo, que no quería los bordados, ahora me los pongo por doquier, en mi carne que reclama la belleza de tus ojos que me miran desde el alba con un palpitar ardiente.

Crecen las rosas

Amor, crecen las rosas. Las noto en la piel que me acaricias, las noto en los besos que me das, en las distancias que recorren. Son besos de dos, de espacios infinitos. Siento la caricia en los labios y cómo las derramas.
En las tetas, como si tuviera espinas, me lloras, y tu llanto traspasa mares y hemisferios. Al entregarme noto cómo la saliva se mezcla con el semen.
En las pausas vive el sueño, y en el sueño brilla la esperanza, la esperanza de que un día lloraré en la fuente de tu esperma.
Amor, qué caricia apasionada me mantiene pegadita con tu sombra. Qué zumo de amapola te daré para que te laves los pies por la mañana.
Amor, en ti respiran esas flores que muertas vagan por el cielo y se convierten en estrellas.
En ti germina el café y se alienta un deseo que abarca toda la lucidez.
En tus brazos empiezan todas las dedicaciones.

viernes, 23 de octubre de 2015

Estoy desnuda

Amor, estoy desnuda. La piel se me acontece, se me llena del color del cielo cuando el sol está a punto de salir. La piel se me llena de alba, y en la mañana va creciendo, como si con las horas yo pudiese enrojecer y darte con ella un ramo de amapolas.
Cerca del sueño, cuando se despiertan las aguas, hay un nido verde que se abre a la luz. El nido verde en la rama verde que se vuelve amarilla, el nido verde en el árbol verde que se va cayendo y llega hasta el suelo en su delirio amarillo.
Amor, en mi desnudez me cubren los arroyos, me cubren las luciérnagas, me cubren las papayas y los melocotones, y te doy las flores que renacen en mis ingles y se entregan al palpitar de las tuyas.
Entre las piedras nacen las oquedades, esos vacíos que no pueden conservar el deseo. El deseo se fuga, llega hasta mi cuerpo y lo convierte en carne caliente. La sangre vertida penetra en la hierba que crece en los picos de los pájaros, y deviene instante, un momento que se separa del tiempo y se prepara para un ciclo de amor y de muerte.

Vislumbro el deseo

Amor, vislumbro el deseo, en ti, de ti, y a partir de ti en lo alto de la cruz de las iglesias, sonando en las campanas, perseguido por las cigüeñas que allá arriba predican su candor, con la inocencia de una niña que, cuando llueve, se moja con el agua cara y pelo.
En estos días otoñales que regalan por las tardes un halo luminoso, un halo que en pleno mes de julio se me escapa, en este octubre que corre a su final, este sol es el sol de esos tus ojos que me miran en una distancia abrasadora.
Amor, me mirarás desnuda, rodeada de hiedra, con los pies en el verde de las rocas, salpicada de arena y con la espuma entre los pechos, surcada de mar y navegante por el archipiélago de la luz, entre esas islas separadas por la sal que desgranan y cuentan las estrellas que caminan por el agua.
Amor, qué letanía se desparrama en estas hojas que escribo con la delicadeza de un corazón que gime, de la sangre que llega hasta ese mismo corazón corriendo en las arterias, y en los pulmones te respiro y te sé, porque te amo.

jueves, 22 de octubre de 2015

Poema de Alberto Davila Vázquez

Me embriagas como un bosque, como una playa, como un crepúsculo.
Como un párpado muy mate, bajo un nido vulne-
rable.
Me embriagas con el bucle, los dedos,
las esquirlas, los gestos,
con las variables de la carne, a través de la piel paciente, al
decir;
con la cintura ceñida a la luz
de los sometidos frente al ansia; con ésto que me avanzas,
la historia que se desliza en el sueño, la visita blanca y el
proceder inimaginable,
rizado sobre el pubis, en el brote acogedor,
el equilibrado desgarro entre las piernas exactas;
con ésto que me despiertas,
el culmen del cautivo, y el vaho, y la raíz
que asoma de un natural interludio;
con la tregua que ahora indemnizas y que más tarde tendrás que
administrar;
con aquel invierno; con la ciudad
íntimamente insertada y afianzada con fuertes cimientos para
que no se pueda desplomar;
con la sombra tensa que aquella tarde, engrilletando el
flujo de la saliva,
tan cruelmente nos amputó, o la que taja el
aire justo
antes de la próxima secuencia;
con la rompiente, la aureola, la sangre,
la estrategia bajo los cobertizos, las rejas del rito,
el légamo y los guijarros y las crisálidas,
hermosas como texturas de nostalgia,
como texturas y texturas de nostalgia, que con ímpetu retorciesen
insistentes, sin ceder,
hacia un vórtice estéril, un vórtice invisible, un lugar que
no ha sido creado,
un lugar que no fue creado jamás, frío e inhóspito
(frío e inhóspito como cráneo deshabitado, golpeado y horadado
por un grito irracional);
con ésto y tu rapto y tu vestigio en ocasiones cuando observas
el ecuador de la llama sin mirar, sin enjuiciar,
sin observar, sin gemir;
con la amenaza del desasosiego incluso, el desencanto del
pasado y la alucinosis del hallarte aquí,
y la letanía de peregrinar y perder.

Así me embriagas, y te observo diluirte como se observa una
vieja fotografía
que pútrida y vacía arde,
una fotografía lejana,
una fotografía plena, inteligente, noble,
una fotografía que pudiese devorar.


Alberto Davila Vázquez

Poema de Alberto Davila Vázquez

Penetra sin temor en este cuerpo, admira los esfínteres
hiperventilados, los desinfectantes ácidos,
las brújulas, las viscosas entrañas monótonas, los obsequios de
tu obsesión;
recupera tu obsesión todavía cáustica en el alma,
agazapada en un resquicio de los pulmones o en el malecón que
encallece por las poseídas venas;

penetra en este cuerpo y contempla cómo se alborotan las heces,
cómo las heces se refugian en el rizoma condescendiente,
cómo hurga y se despliega la potencia de los ojos, la
invertebrada opacidad,
la articulación de la conciencia, el engranaje de tu deseo;
cómo se fisuran las papilas en que excitada naufragas,
cómo las suaves ingles combustionan, cómo ascienden hacia las
brasas,
cómo las células de la sangre interpelan, cómo
estertora el pene,
cómo se transparenta y huye hacia la claridad del recinto en que
crepitas, las íntimas glándulas geológicas, el difuso temblor de
las axilas, el calambre de la espina dorsal y la médula;

qué despaciosamente están inyectándose en el espíritu los elementos de
equilibrio y sosiego,
los óxidos de los gemidos, los arriates del
éxtasis,
los latidos, la hendidura y la raíz;
cómo en los ligamentos se inserta el espurio epicentro,
el insomne cráter con que emulsionaste la saliva, el lóbulo en
las fauces tras la llama de la cópula,
tu mirar incitante en la bóveda ilesa del abdomen,
tu huir y tu regresar continuamente;
cómo se deshabitan las heridas, cómo se sumerge el tórax;
cómo se lubrica en los tuétanos, con órbita
ensimismada,
la brea de los tejidos, el alimento del seísmo en los cabellos,
la sístole y la diástole del acorazado néctar, del flexible bifurcarse en tus
meandros;
venga, imprégnate en este semen, calma el ansia, observa
cómo se exanguina a diario la fiebre del amor, cómo
taja el nervio,
mientras por la grieta del mortal peso de la memoria
supura
el violento oído de la luz en el elevado silencio.

Alberto Davila Vázquez

Dormito en los recuerdos

Amor, dormito en los recuerdos. En los recuerdos que fueron y serán, los que son y los que han sido.
Los recuerdos se amalgaman y se mezclan entre los que fueron y los que querríamos que fueran, y en ese colchón nos derrumbamos cuando la madrugada nos trae sus sueños y deseos.
Entre esos sueños te pienso y me desnudo, me cae la ropa con el ansia de tu semen, con la necesidad de tus guirnaldas, las que ponen en las fiestas por la calle para adornar la carretera.
Hay un anhelo niño entre mis brazos, una entrega que se me pone en los labios y me dispone al beso, al pétalo del beso, a la flor de tus muslos, a la oscuridad de tu cuerpo.
Amor, que lindo es el lecho donde duermes, cuando se callan las flores, cuando se anuncia el misterio que es sólo enigma en la tierra, cuando la mañana trina en los árboles y el alba anuncia la venida de Dios en el cordero. Cuando la tarde oscurece y ahora, con esta tiniebla caída en los pisos, la luz derrotada se inmiscuye en las lámparas eléctricas.

Se derrumba

Amor, ves cómo se derrumba el tiempo, y despacito se acicala como una concubina, cómo cubre todo con la claridad, y en su deseo oscuro es finalidad y destino.
Hay un canto que me surge de las ingles, y de las ingles va hasta el alma, hasta esas flores que el alma reproduce en los altillos de las casas, donde se guardan secas junto al polvo que la vida acumula en los desvanes.
Amor, en este canto quisiera llegar hasta tu sombra, y bendecirla. Amor, ¿cómo puedo nombrar la oscuridad? ¿Con qué palabra puedo abrirla, para cerrarla después y que se vaya? ?¿Puedo borrar las fronteras del día y germinar la nada con el deseo absoluto de ser verbo?
Querría soslayar la muerte con mis besos, con mi cuerpo desnudo, con el corazón entretejido de silencios. Querría sembrar el cielo con los pétalos de la tierra.
Absorber el cáliz del Cristo que caminó sobre los peces, y en el mar que estalla frente a ti, construir una casa de agua que arraigue en la corriente.

Todavia

Amor, todavía hay sol en esta tierra en que está a punto de apagarse. Vive con los besos que te doy y que te envío como envían los cisnes sus plumas cuando están a un paso de morir.
En este día que se cierne sobre el suelo, que va a iluminarse con los fósforos para encender las velas, amor, que se derriten sólo con tu nombre.
Se me cuajan las hojas, se me licuan las manzanas. Sé que vendrás en las alas de las águilas, en los ojos de unos huracanes que te traerán, y entre mis manos serás quién eres.
Es mi deseo tenerte y desnudarte, encontrar el rastro que dejan las hormigas, un rastro de pan y de cebada, de café y de estrella que no ha sabido encontrar su cielo y te ha esperado.
Amor de herbolario, de finas hierbas y calientes, de sustratos peligrosos, de ansia salvaje de llenar esos vacíos que se producen en la noche, cuando todo es oscuro y está negro.
Parece imposible que anochezca, que este sol que se solivianta pueda irse, pero se va, y a ti te llega a horas distintas, y con él se va mi añoranza de lo que aún no ha sucedido.

martes, 20 de octubre de 2015

Amaneceres

Amor, qué amaneceres me trajiste, en qué hondonada esperé que aparecieras, qué curvas sorteé para encontrarte. Y finalmente en qué tumulto me lamiste las estrellas que en su fuga me trajeron.
Amor, tantos dones... ¿Qué voy a hacer con ellos? Un vestido largo, de espalda abierta y poco escote, que llegue hasta los pies y sea rojo, y cuando me desnude que sea como una arteria que recoja la sangre que sembré, la que te di, cuando tú me diste las arterias para que la contuviesen y así construir un templo que se levanta por encima de los dólmenes, rojo y sagrado como las caricias de tus labios.
Amor, mi centinela, amor de bronces y brocados, cristalizas en el aire que respiro, en las amapolas que sequé para tenerlas guardadas en la invisibilidad de la memoria.
Amor, en tus besos encontré lo que le faltaba al agua, y el agua dejó de transcurrirse, dejó de ocupar otros lugares, y vino con su humo transparente, y se cayó al barranco para cubrirse en el abismo.

lunes, 19 de octubre de 2015

Tu humanidad

Me gusta tu humanidad, cuando desnudas las flores que me diste y de ellas salen pájaros, los que vuelan hacia el abismo y no distinguen el vacío profundo de ese prado donde las fuiste a recoger, para darme con ellas la desnudez de los amantes, la que es sabia y preciosa.
Amor, en la mano que te doy hay hojas rojas que el viento transmitió en su ordalía, como juncos tendidos al lado de ese cauce que se vacía por las noches.
En mi mano te las doy, ese escarlata que sabe suspirar y que suspira por su color prendido en el cabello, en ese pelo que no se doma ni con aros, que es hirsuto y siéndolo es hermoso.
Amor de columpio y de caballo, que sabes amanecer y que en el crepúsculo adoras a los muertos, vives en mi alma de canícula, en mi agua subterránea que fluye por mis manos cuando escribo.
Amor, en el beso que espero se diluye el sentimiento de estar solo, y en la soledad vive ese preciado pastel que esperamos comer juntos, esa nata, esa crema y chocolate, esas fresas, esa fruta que compartimos en el aire como vándalos.

El frío

Amor, cuando venga el frío y sea invierno, después de la fiesta de los muertos, haré punto para ti, y mis chaquetas, los jerseys y las pantuflas serán de estrellas enlanadas, de colores distintos y difíciles.
Amor, el cielo hoy se vive en gris. Está nuboso, y la humedad desciende de las nubes como un cáliz vacío que ofreciera una sangre ya bebida, un vino que se consagrara en los arrabales de la felicidad, y que bebiéndolo nos llevase de la mano hasta el puerto donde llegan los navíos de la guerra, siempre dispuestos a morir.
El espejo más enorme es de la muerte. Ella nos mira sin distancias, siempre dispuesta a darnos ese beso que tememos, ella no sabe de inercias, ni de botes, ni de piedras derramadas en el mar.
La muerte, amor, es anarquista. Y en su asamblea decide quién, dónde, cuándo, cómo y el porqué se nos escapa, porque no sabemos entrever en sus pupilas el motivo, ese porqué que todo lo desmiente.
Y en el amor la muerte resucita.

domingo, 18 de octubre de 2015

Las hondonadas

Amor, mira en las hondonadas del placer, las que se disponen a acurrucar esa hermosura que en el alma se acontece, esa belleza que se posa en las ingles y se agita, como se agita mi cuerpo con sus flores.
Amor, tú que me das el corazón espurio de la noche, me entregas las horas más firmes, y el momento en que renaces, como una sombra que se pegara a mi piel, como la sombra de una amapola que murió y que me dejó la preciosidad de su materia, tú eres la sustancia de mis sueños, los anhelos más visibles, el conocimiento que se viste de ternura y que sobrepasa todo fundamento.
Amor, tú que te despides en las horas ígneas del ensueño, tú que tienes en tus manos el poder de detener la madrugada, te doy el fragor que me subyace, este continuo desprenderse de la ubicación de las palabras, como si las palabras tuvieran alma, y en la laguna se reflejasen con los colores de ese cielo que se desvive por amarnos. En tu boca se dibuja ese beso que vendrá a situarnos en una memoria inédita.

El mundo

Amor, en las simplicidades se recorre el mundo, en las piedras vive el agua y en el corazón habitan las luciérnagas.
Amor, me extravié con las llaves del abismo y amanecí entre tus ingles, como si en el precipicio hubiese una red y tú me estuvieses esperando.
Amor, amanecida entre tus labios como si los sueños se cumplieran en un atisbo de piel de luna en un negro resplandor inexistente.
Amor de soles que todo lo perdonan, amor que surge de las interioridades que devoran la luz acontecida, que en tu peregrinar se ausenta en el mismo camino en que te vuelves, dime si en mi regazo de mujer sobreviven las estrellas, si en mi sangre vuelan mariposas que se acercan a la respiración de unos pájaros que enmudecen.
Amor de ajos y cebollas, cómo me picas en el pecho, cómo me reflejas en las manos el ardor que en el almacén se abre a la alborada.

sábado, 17 de octubre de 2015

Abre mi mirada

Amor, abre mi mirada. Que salga el sol por el iris que te mira, que gire la luna por en medio de mis ojos, para que al mirarme puedas ver cómo se dilata la blancura.
En estos ojos que conocen el dolor laten los brotes que anunciará la primavera en unos meses, caen en tierra fértil las hojas desde el árbol, que arraiga sus pensamientos en el suelo.
Entra en mis pupilas y dime si ves un atisbo de maldad, dime si en las ingles me nacen esas hiedras que dejaron su veneno en los muros donde la tijera las cortaba, dime si mis lágrimas no cesan de tapiar mis párpados cerrados.
Si la noche es mía, ¿dónde colocar la madrugada? ¿Qué oscuridad vendrá en las horas últimas cuando el día parece fallecer y nunca recobrarse?
Amanece en tus ingles, amanece entre tus piernas. Hueles a soledad exterminada, a semen derramado, a sudor salvaje, a jinete que remonta las montañas con una yegua ambarina que conoce los secretos de las monturas negras y absorbentes, que ruge con el viento, y calla.

Encendí el mundo

Amor, encendí el mundo, pisé la tierra donde beso, pisé la hierba que venía derramándose, pisé el mismo cielo que volvía tras mis pasos en esas estrellas que te nombran.
Envolví la soledad en dedalera, y en la flor de la mandrágora te di mis últimas abluciones, las que hago por las mañanas y a primera hora de las tardes, cuando los pétalos me salen en las manos y se acurrucan en mis dedos.
Amor, este otoño se queja de la lejana primavera y sus lamentos persiguen una bóveda, una bóveda cristalina que permita transpirar, que permita que el sudor que acontece con el sexo sea una agua más, y bienvenida, y que su olor de celo y de deseo desemboque entre mis pechos.
Amor, el aire se lleva el humo de los cigarrillos que se consumen en ceniza, el olor del almizcle de la hembra que transita por mis ingles, como olía mi perra, como huelen las mujeres cuando la sangre se transforma en el lagar de la vendimia, con los racimos envueltos y sagrados, para que Dionisios celebre sus rituales y el vino salpique tu cuerpo estremecido.

viernes, 16 de octubre de 2015

¿Dónde está tu piel...?

Amor, ¿dónde está tu piel, que me acontece? ¿Dónde el ladrido que me guía? ¿En qué espacios se quedó la nada, que me robó tu ausencia y ya no tengo ni un pájaro en los besos que contigo te llevaste?
Amor, en los ladrillos y el cemento que los llena busco tu nombre, que se oculta. Y ocultándose me deja sola, en las puertas de algo inmenso que se llama soledad, y que se cubre con morfina.
Busco ese arlequín que me entregaste, busco ese arlequín en las baldosas, en las fábricas, en los campos que se extienden dentro de mi casa, en los trigales que están lejos, entre las flores que crecen detrás de los cristales y que beben luz, como mis ojos.
Amor, devoro el aire que transpiras, que te une a mí, como los santos, y en este correr del calendario que se apura, y no deja resquicios en el tiempo, en este calendario te prometo que el Réquiem sonará todos los días, y su tristeza y su hermosura llenarán todas mis tardes mientras espero nada sin espera, sólo viva en el deseo, sólo ausente de mí misma.

La noche

Amor, siento el recrudecerse de la noche, siento como las bodas de Canaán se me repiten, como el agua cotidiana se convierte en el insomnio de la bebida alcohólica, como si el vino tuviera el poder de convertirse en mar, y siendo mar sugerirte que estuvieras.
Amor, tus flores son distintas de las mías. No sé sus nombres, ignoro su fragancia, que como tu olor se inmiscuye en las palabras que intentan disponer de este tiempo que no sólo es mío, que comparto en muchedumbre, como es la muchedumbre la que terminará leyendo e ignorando lo que quiero decir en estos versos.
Quiero decir que te deseo, que esa luz que me convierte en luz es sólo mía, que tu cuerpo es el cuerpo que la luna me dio para abrazarte, para besarte en los instintos, para que la carne se desnude y hable en el lenguaje de esas flores que nacen en tu tierra.
Amor, en tus ojos el mundo me transcurre. Siento cómo giran los planetas, siento sus convulsiones más viles, sus desprendimientos, y en este alud la nieve me devora.

Hay un dique

Amor, hay un dique que espera la piedra, como yo espero tu memoria. En ese dique el agua cubre, como me cubren tus recuerdos, cómo me cubres tú cuando me amas.
Amor, viene el otoño, viene la noche y recogerse, cuando el sol ya ha andado su camino y da vueltas y más vueltas en la completa oscuridad, cuando sólo queda la luna que quiere descendernos y mirarnos blancamente, como en un espejo sacro.
Tengo como herencia la palabra, la que existe dentro del caudal, la que tiene la frontera como cauce, y en estos versos que escribo clamo contra el mundo.
Amor, nos beberemos la penumbra. Será nuestro postre, el café que se prepara en la cocina. Las estrellas serán de azúcar y de la luna vendrá la leche condensada de sus mares.
Amor, en este sucederse hay una noche que vuelve hacia los pies, para que pisemos su negrura, para que vivamos intensamente su oscuridad, para que nos soñemos, y al soñarnos seamos todavía más reales.

Estás en la lluvia

Amor, estás en la lluvia. Mi hombre de tormentas, de nubes oscurecidas, de ese sol que por un momento se eterniza oscuro, y parece que nunca más volverá a salir entre sus besos.
Parece que nunca más el sol volverá a salir, que la sombra se une con el agua con el propósito de inundar el cielo, y el cielo permanecerá inundado allá en las alucinaciones del deseo.
Amor, octubre llueve. Aquí el otoño es suave, melancólico, un otoño sin grisura. Esta pequeña muerte conoce el llanto de la lluvia, conoce la tristeza de los pétalos, el apagarse de las velas, el fuego reducido en los hogares, con esa leña fina que viene de los funerales de los árboles.
La leña deja marcas en la piel, como el amor. Son pequeñas y rojizas, los últimos mordiscos del almendro antes de hibernar, antes de que marzo lo vista con sus hojas
Así mi piel se entenebrece, y parece piel de flores, un enjambre que me llena de miel, que me pasea entre panales, y me concede femenina, con una pulsión por despertar entre mis piernas, e iluminarme el corazón y las brasas de ese corazón latiendo en esta distancia enorme.

Esta tarde

Amor, esta tarde el Réquiem suena en el mismo corazón, ese que se envuelve en la distancia, y que devora lo visible. Como un zócalo donde se enterrase el alma, así vive el suelo donde piso, esa senda que se ilumina en las llamas que purifican mis palabras.
Amor, si detengo el corazón y entierro el alma, si me pierdo buscando entre tus piernas dónde se me esconden, si en tu polla encuentro el nexo con la eternidad, extraviada quedaré entre las huellas que han dejado los astros en mi carne.
El cuerpo desea el agua, empaparse, hundirse, inundándose en la lluvia. ¿Qué hay más allá del agua? Hay más agua. Vivir en el agua, en la cama del agua, en sus sábanas blancas, en su transparencia infinita. El amor sólo es amor.
El deseo de ir más allá de todos los océanos gime en las naves derrotadas.
Hay un deseo que en sí mismo sobrevive. Es el beso que todavía no se ha dado, el brazo que aún no ha contenido, las ingles que todavía no se han juntado, en el ansia de recuperar lo que te di, el corazón que se extravió en tus bolsillos y el alma que voló para encontrarte.

Dios del Jordán

Dios del Jordán que viniste para amarnos, para desollarnos con parábolas, para inducir en las metáforas todo el amor del Padre que traías, para darnos en nuestros sepelios la esperanza de que el amor triunfaría pese a todo.
Creo, Señor, en la victoria del Amor, creo en tus corazones divididos entre los santos y esos pecadores que visitan nuestra tumba, la que la de Magdala bendijo con su pelo.
Amarás al Nombre sobre todas las cosas, le amarás, le honrarás, porque el Verbo que cayó entre nosotros nos dio la clave del tiempo.
Amor, entre los canales del Sí veo cómo se me lleva tu voz, tu palabra clara y transparente.
Amor, llegará el día en que se haga realidad esta quimera, y entonces hablará el alma que vive entre mis piernas, y entre las tuyas tu alma gritará y se oirá el Réquiem en las nubes, con la obsesión de los ángeles por venir entre palmeras, por situar la virginidad en los olivos y dar mi sangre en el Calvario, y serás mi Getsemaní, matarás a la doncella que me vive entre lo blanco.

domingo, 11 de octubre de 2015

Entre tus brazos

Amor, qué delicias divisé entre tus brazos, cómo tus muslos se erigían contra el tiempo, cómo tus ingles levantaban el pulso de un corazón soliviantado.
Amor, en qué márgenes vivía antes de ti, en qué raíces, qué cemento se pegaba y relucía, dorado y exigente.
Amor, en qué madre abandoné las pulsaciones, en qué padre crecí, y con el caos vislumbré una playa grande, una playa enorme e infinita. En esa arena me tumbé, y sobrecogida vi cómo aparecías entre la arena vulnerable, en el agua nadabas y yo era como Circe amamantando; cuando te vi supe que bebería de tus ingles, y al entregarme al espejismo en esa tierra que todo rodeaba, crecerían las flores que planté con la semilla.
Anochecía refulgiendo la luna entre los vasos, entre las copas sucias y cucharas, y con un suero las cosía, como pequeñas amapolas de metal que esplendían en tus ojos.
Y yo sería andrógina, con mi pistilo y mis estambres.

Hay una luna

Amor, hay una luna que baja a ver las sábanas y acostarse en tu regazo. Hay una luna que sobrevive en el pozo más intenso de la oscuridad, y sola en su alta laguna abovedada se cubre con un burka.
Se cubre con un burka y no la vemos, sólo los ojos que nos miran penetrando todos los rincones, todos los relieves, todas las esquinas en que nacemos al amor, y demostramos que somos vástagos del linaje de una Selene que se exilió en el cielo
Amor, en mi canto hay un acento triste. Me siento triste por todos los lunáticos, los que creyeron que en la luna había más vida que en la tierra y allá se adormecieron, y al dormirse soñaron sueños blancos, y al despertar vieron blancas las paredes y un cerrojo en la ventana.
Amor, en la ceniza están las huellas de la vida, las que me dejaste en la piel con los cigarros, ese leve tono gris en que se levanta la calzada, esas carreteras que deambulan con los coches, en ese asfalto en que el que ruedan los parabrisas amplios como besos, esas bocas que besan la inmensidad del mundo en unos labios.

De noche

Amor, de noche me escuchaste. Me escuchaste la plata, la que cogió el orfebre para construir esa alegría que me nace del fondo de las ingles, de esa alegría circular que me alimenta la sonrisa, el ver la hoja en el árbol y no la que se suma a la hojarasca, ese vislumbrar la luz que acontece y habla en esa plata que te digo.
Amor, me escuchaste el oro, marchito ya el bronce de mis manos, aprendiste a ver entre las sombras los destellos de ese sol que se escondía en el brillo de tus ojos. El espejo reflejaba esa intensa luminosidad en que el oro aparecía.
Amor, en mis palabras hay un rastro en que la sombra resplandece. Un iniciarse el tiempo en que las manzanas eran doradas como la diosa que entregaron a los hombres para que les rociara de tesoros.
Amor, he cubierto el laberinto. He cubierto las pirámides. He cubierto esa cama donde yacimos los dos, cuando la memoria se desnudaba y sólo se vivía en ese instante, cuando la memoria se vestía con el sexo, y con el sexo desvanecía las oquedades vacías de los astros.

jueves, 8 de octubre de 2015

Presentación de Luna Muerta por Enrique Villagrasa González

Teresa, quien con su propia sangre se desnuda

Quince sonetos y una prosa lírica deslumbrante es lo que nos ofrece la poeta y dramaturga Teresa Domingo Català (Tarragona, 1967), en este librito, que es una pequeña joya literaria y que homenajea a dos grandes poetas de la literatura universal: al poeta Juan Eduardo Cirlot y a la poeta Anne Sexton, quien escribió el célebre poema Menstruación a los cuarenta, donde vida y muerte se enfrentan de nuevo en el cuerpo de la poeta. Pertenece a su libro Vive o muere (1966). Es más evidente el homenaje a Cirlot, aunque sin la Sexton, tal vez Teresa no hubiese escrito estos sonetos... O sí, no lo sabremos.
Creo, que como Cirlot, nuestra poeta también está En la llama, pues no deja de ser curioso que el primer soneto termine con el verso: de una luz envolvente que se aleja. Y el primer soneto de Seis sonetos y un poema del amor celeste (1943), de Cirlot, dice: con sus dedos sin luz exasperados. Dos versos que nos dan la justa medida de ese extraordinario potencial expresivo de la Poesía.
También como la Sexton. Teresa es capaz de escribir poesía sin máscara alguna siendo como es mujer confesional y con su propia sangre se desnuda.

Teresa, pues, es una poeta que tiene una trastienda propia en la que sabe esconderse y en la que necesita esconderse a solas para poder escribir y de ahí nacen estos sonetos que la autora crea confiando en la inteligencia y sensibilidad de sus lectores, logrando estimularnos y de qué manera, pues la lectura de este breve libro permite adivinar a unos, y a otros confirmar la voz de una auténtica poeta. (Debemos pensar que el soneto es a la poesía como el cuento a la narrativa: por su concisión y dificultad en la escritura).
Creo firmemente que los días y las noches de la poeta son turbulentamente poéticos: Mi bóveda de acero consumido/ es masa de alma, espíritu desierto/ y desciende y camina como muerto/ el oscuro fulgor de lo no sido. Nos dice en el primer cuarteto del primer soneto. Todos estos sonetos están llenos de pequeños detalles que dan verdad y realismo a los mismos: Me hablarás al oído mientras duermo/ y mi cuerpo sobre tu cuerpo yermo/ germinará con flores y gaviota. También la sigo en facebook.

Y creo que ella acierta al hablar de lo que conoce, está en el camino de los grandes poetas; pues, si recuerdan al poeta alemán Rilke, este decía aquello de sálvese de los temas generales y vuélvase a los que le ofrece su propia vida. Intente, como la primer mujer, decir lo que ve y lo que experimenta y ama y pierde, y que mejor pues que escribir sobre el tema de la menstruación, que bien conoce como cualquier mujer, sin ir más lejos, aunque de esta forma ni de ninguna otra que se le parezca, en lo que llevo leído de poesía escrita por mujeres he visto tratado este tema y de esta manera tan lírica: verdad y belleza se dan la mano en sus versos: para oler en tu sexo vagabundo/ el aroma del ciclo de la sangre. Salvo como ya hemos dicho la poeta Anne Sexton quien escribió el poema citado. (y la lió, y últimamente las redes sociales se han hecho eco de una fotografía de una artista pakistaní, creo, quien colgó la foto en Instagram y se ha liado también, o sea que poco o nada hemos cambiado...)
Sigamos con Teresa.
Es difícil escapar a la fuerza de estos versos que componen estos sonetos y no otros: Al fin, luna, nos vemos en la tierra, tal vez escritos más para ser declamados que para la lectura silenciosa y atenta. Es maravilloso emocionarse con estos versos; y emocionantes son muchos de ellos, como: Porcelana es el lecho que me inunda/ con helechos nacidos de pizarra/ con la pluma, la pluma que me narra, / que anuda el corazón y lo circunda.
No me cabe duda de que es un libro de alto voltaje poético que rezuma amor por la mujer, a pesar de su ciclo de veintiocho días o tal vez por esto: Transcurren los días y las noches y tú, eterna amante de la luz, admiras desde lejos su resplandor y su lujuria, altiva como una mujer enamorada.

Un libro escrito con la paciencia y soledad del orfebre, pero sin barroquismos ni adornos innecesarios. Versos que nos hablan de la necesidad que tiene la poeta de saber: Tú que conoces mis amores y mis penas, dame una respuesta. ¿Por qué mueres al amanecer y nos traes el olvido y el dolor con la llegada del nuevo día? ¿Por qué cumples con tu ciclo, por qué agonizas entre fluidos vaporosos?
Es, también, un poemario contemplativo y meditativo a la vez, que observa la natural naturaleza de la mujer y se funde con y en ella. El ánima del ciervo te acompaña/ y en mi sangre los lobos se desnudan/ cariátides de luz me desanudan/ y siento mi dolor como una araña.
Y contiene versos en los que las palabras se buscan y se rozan como pedernales: la menstruación pagana de la diosa, haciendo surgir una chispa iluminadora: las luces de neón en vez de estrellas/ acompañan el parto de la luna/ solitaria en el cielo, su laguna,/ ilumina la faz de las doncellas. Es, no cabe duda, un canto de la poeta que ama y descifra el lenguaje para después intentar la comprensión de sí misma. Han crecido las flores que me arrancas/ y mi tierra germina en el poso/ que enamora el perfil de la acechanza.
En definitiva, un libro de gran calidad y belleza donde los sonetos acogen versos firmes y contundentes: Paseo con las rocas a la espalda.
Teresa es una poeta con excelente sentido del ritmo en estos sus sonetos. Esta musicalidad está al servicio de Luna Muerta. Y es ahí donde se expresa la poética de estos poemas. Entre otras cosas se reflejan aquí el amor y el paso del tiempo y hacen de este poemario una lectura necesaria para mujeres y hombres, pues a todos emociona, conmueve y sugiere, y a todas implica: Qué blanca el alma, qué negra la nada”. Creo, pues, que este poemario nos hace sacudir tabúes y reconcilia verdad y belleza, en la medida de lo posible y con un par de ovarios.
Creo, para ir acabando, que si la sangre de Cirlot de levanta en el abismo, la de Teresa es el oscuro fulgor lo no sido, que el licántropo le pide. ¡Ahí es nada!

Gracias por escribirlo, poeta Teresa Domingo Català, porque, si es verdad como decía Cirlot que: la única dificultad verdadera de un(a) poeta es el hallazgo de su propio lenguaje, tú ya lo has encontrado: tu lenguaje es potente y está bañado en cruda honestidad.

Enrique Villagrasa González, poeta y crítico literario.

miércoles, 7 de octubre de 2015

Hay una luna entre mis pechos

Amor, hay una luna entre mis pechos, y en esa luna un avión que quiere prenderse de mis labios y besarme con sus puertas.
Como un avión de papel en ese vuelo pálido me encuentro con tus ojos, que tiñen de azul todo ese cielo, que palidece ante un sol moreno que calienta a pesar de su mismo pálpito en el horizonte donde se pierde el movimiento.
Amor, tengo la hermosura. Me la dieron, me entregaron un ramo con sus flores, con sus hojas verdecidas, con la blancura que derrama el delirio de los locos, en esos espacios blancos y encerrados con sus mismas devociones.
Amor, qué corto es el tiempo de la muerte, qué largas se hacen las horas en que imagino que estás, y cuando eres, viene la lluvia muchas más veces y al llover se cristaliza el agua, y es escarcha que se me deshace entre las ingles y suspira porque vuelva a llover otras más veces, para que caiga nieve entre mis muslos de tu esperma.

Allí

En las vicisitudes del amor se encuentran los arroyos. Pequeñitos, como simples manchas de agua, se expanden en el barro, y en la piel se convierten en lunares que mojas con tus sueños, cuando el líquido traspasa entre las sábanas de una renacida adolescencia.
Amor, el agua es madre y en mis genes llevo la maldad, ese poso oscuro, ese desprecio, ese odio que inclina la balanza contra el Dios que me enseñó lo que es humano, lo que llevo en mis dientes de mujer, que quieren el beso, el roce suave, la dulzura.
Amor, en las sienes se aprieta el deseo de tenerte un día entre mis brazos para darte este pecho que suspira en primavera en este octubre cálido, en este otoño que avanza por la luz sin querer dar un paso hacia la sombra, y en esta amplitud que el sol cercena hay un reguero con la pólvora que se guardó un hombre en el bolsillo, y que hoy enciende con cerillas.
Amor, qué días aparecen benditos, qué fulgores los sustentan, cómo se mantienen tras las circuncisiones del ocaso, cuando la luna amaga por salir con las estrellas.

¿Dónde está el miedo?

Amor, ¿dónde está el miedo? Lo guardé entre los terrones del azúcar, para comer sus derivaciones, sus fórmulas, sus tangentes y que así me abandonara.
En las libaciones vive el coseno de un deseo que me dejó un día y que volvió entre las setas, entre los hongos de los bosques donde residía Blancanieves.
Amor, si consigo multiplicarte serás cientos, miles de hombres a quienes desear, a quien poder amar entre el amarillo de esas cuentas que no salen, porque olvidé las divisiones.
A la orilla del amor entrarán los corazones con un alma verde, verde de esas hojas que están a punto de caer pero no caen, pues las restas se quedaron en los árboles y las ramas quieren sumarse al laberinto.
Amor de silencios, dibujas circunferencias, equiláteros y escalenos, y como Pitágoras encuentras la armonía entre los números, esos números abstractos de los que rehuyo la mirada, esos números que nada me dicen entre cantidades y conjuntos que salen a caminar entre los patos.

jueves, 1 de octubre de 2015

En este septiembre que termina

Amor, en este septiembre que termina, que se escolla entre las rendijas del tiempo, hay un olor que se madura entre almendros y avellanos. Es la tierra que huele, humedecida.
Como la tierra, yo también soy húmeda. El agua me colma y se acompasa muy cerquita de mi caparazón. En él perviven los anhelos de cuando era niña y esperaba una caricia.
Ahora quiero ir y dar esa caricia, quiero llegarte y florecerte, abrir las compuertas del miedo, decirte que hay agua para ti, para saciarte en tu oscuridad con el amor que hay entre la hierba.
Llevo en los genes los juegos de luz con los que Van Gogh se iluminaba, los mismos que le oscurecían el corazón.
Amor, me renaces en la sombra de un deseo que es nieve florecida, mientras te amanecen las estrellas.
Amor, qué circunstancias me traen el veneno, ese narcótico que se expresa y que me dura, que quiero exorcizar entre los ángeles que descendieron la escalera.

Se abren las velas

Amor, se abren las velas y las llamas están a punto de correr, como si los fuegos de artificio contuvieran el mismo fuego que los nombra.
Así la vida, un fondo negro y una lluvia de colores, unos colores que tiñen las palabras con un color distinto, a veces de plata y a veces de otra voz.
Como un juglar, te siento desnudo. Siento tu piel que se calienta con la mía, su efervescencia, el fulgor con que la nieve te regala, y cuando te encuentro te vivo y quiero que me vivas en medio de las circunferencias que pintamos en el suelo.
Amor, qué hay en ti que muere, qué distancia me nombra y me separa de la multitud, cuando la sangre se ocupa en recorrerte por entero, como me recorre a mí, sin dejar una sola vena por llenar.
La sangre que debería detenerse y detener el corazón en ese instante en que las manos se ocupan en llegar hasta los nidos más altos de aquel árbol que nos dio la gran caja de Pandora, por dónde se abrió el amor e inundó todos los vestigios del mundo