martes, 26 de abril de 2016

Poesía y Anarquismo 5 de mayo en Barcelona

Poesía y anarquismo, hoy. Poesia i anarquisme, avui.

Ateneo de Barcelona. Jueves 5 de mayo a las siete de la tarde.

Coloquio/Lectura de poemas con:

Ferran Aisa, David Castillo, Teresa Domingo Català, David Caño y Marina Oroza.

domingo, 24 de abril de 2016

Soy

Amor, soy adúltera e incestuosa. Soy la que derrama sus ingles en Oriente, la que entrevió en tu mirada las exaltaciones del corazón, la que en su silencio guarda los motivos del deseo que, suicida, renació en tus ojos.
Soy la estrella que se encarnó en tu piel, y el espejismo que vino con la luz. Fui uva en tu cuerpo, el vino que yacía entre tus labios, el aroma de los racimos que se desvivía por tu olor, un anhelo penetrante que atravesaba el alquitrán y se decidía a ocultarse entre las noches.
Seré diosa entre las lágrimas. Seré la misma encarnación del llanto. Lloraré el mismo tiempo que transcurre.
Seré sangre triste. Mi alma se alimentará con la tristeza. Devoraré los clavos de la cruz y me incinerarán las golondrinas.
Moriré lejos de ti, y en tu mirada veré los pasos del amor, las sucesiones dolorosas de las muertes que reviven en mi cuerpo como velas incendiadas.

Los pétalos

Amor, los pétalos de las flores se desnudan. Queda sólo el silencio en el páramo de las devastaciones, sólo la ceniza en ese silencio donde quedó para ausentarse, sólo las llamas en que vivió por su negrura.
Mi Amado, dame ese corazón que aún me fluye entre las ingles, dame esos labios que murieron en la latitud del mundo.
En las alturas las visiones me conceden el ofrecimiento del alba.
Mi sangre recorre el árbol de Dios. Tus ojos se anegaron con los ángeles.
En el itinerario pervivió la excusa del anochecer. Me impregnó de su oscuridad para ser más blanca.

Qué muertes nos esperan

Amor, qué muertes nos esperan. Los pájaros dejaron de volar, iluminados por la muerte. Eran la misma muerte que nacía de la aridez, ese anhelo de agua, esa lluvia que derretía el hielo y transitaba con lo oscuro.
Amor, eres mi luna, la que se muere entre tus brazos, la que apacigua mis temblores cuando el miedo se introduce entre mis piernas.
Amor, qué esconden las ingles, qué infinito hay en ellas que son como algas en los fosos, que son como moluscos abiertos en un desierto de agua.
Amor, hay un mar en ti. Un solsticio que se acerca en los cerezos. Unas hojas que penden del silencio.
En esta muerte llega tu blancura. Llega el frío que siempre se nos esconde entre los hombros, nos pesa, como si la tormenta fuese mineral y aconteciese sólo por la noche.
Mi Amado, se inician las sombras. Enciendo las velas, las que te ofrecí, las que incendiaste con tus besos.

Qué silencio

Amor, qué silencio me transcurre. Me vibran las alas que el vencejo se olvidó, cuando el amanecer llegó para quedarse como un gorrión atolondrado.
En las espaldas del tiempo ocurrían los desastres. Se sucedían como amapolas desfloradas.
Entre tus labios encontré el amor, el que crearon mis palabras, y fui nuevamente la que soy, en la esencia que me diste.
En ese espejo, en ese mirar insomne, me entregaste el idioma de los sueños, la ofrenda de tus párpados.
En los lugares sagrados bendije los amuletos. Los llevé a aquellas aguas donde el Cristo caminó, y me mojé con aquellos besos que me llevé para inundarme.
Amor, en ti pronuncio las flores. En ti sostienen la mirada. En ti el semen me anegó en vísperas de una luna que estalló en sus mares.

sábado, 23 de abril de 2016

Qué caudal

Amor, qué caudal lleva el cielo en sus ijares, que piensa la lluvia y luego llueve, llovizna hasta la extenuación del mundo, hasta que el amor se muere y resucita de todos los momentos.
Mi hombre, si en la sangre se quedan los naufragios, si en ellos pervive la hermosura como tañen las campanas en el mar, tu cuerpo será mi sortilegio, mi agua bendita y sosegada.
Amor, ¿qué sientes cuando el alba cae sin piedad sobre nosotros? ¿Qué piel se esconde en la mirada cuando los ojos ocultan el milagro?
Amor, la claridad transcurre y en esta luz se ven volar los papagayos, se ven las irisaciones de las rosas.
La claridad transcurre entre los fuegos que alguien encendió cuando los días alargaban su ternura, cuando las horas se superponían entre sí, y la tarde confusa y asustada latía en los umbrales de la precipitación, mientras la noche pugnaba por acariciarse en el seno de la luna.

viernes, 22 de abril de 2016

Qué liturgia

Mi Amado, qué liturgia se prende entre tus piernas. Qué semen consagras en mis ingles. Qué pulsiones se derraman en tu boca que absorbe el hálito de la eternidad.
Amor, descubres la sombra de mis pechos. Los alientas y los lames. En tus labios se convierten en dos pájaros temblorosos, dos flores llenas de ramos.
Ahora que pasó el frío y las noches ya no se estremecen, inventas la esperanza. Y queda el ardor de la sangre que te llueve desde el cielo.
Amor, la penumbra ya se ha ido. El gozo oscuro sucedió y se encabalga en mi mitad tardía como una tarde entre rosarios.
Amor, la tormenta vino y se marchó. Nos dejó los relámpagos de Oriente, y la voz de las crisálidas. Cuando quebró los filamentos se embebió de su aire, del aroma de su aire, y cesó de latir entre las aves.

Qué alquitrán

Amor, qué alquitrán se esconde en las aceras. Qué trasluces imagino al pensar en ti y al recordarte, bajo este cielo azul, como tus ojos.
Como tus ojos, este cielo azul que me recorre en los pasos de la niebla, tras la lluvia de una madrugada que selló mi sueño para que estuvieses junto a mí y me derramaras.
Amor, este cielo azul como tus ojos va girando lentamente, como un amante que siembra palabras redentoras en torno al fuego del hogar, como si la noche se incendiase en tu mirada.
En las playas clandestinas se esconde el mar, y el mar es azul como tus ojos. En su respiración oculta los añiles que revelan las profundas hendiduras de ese cielo que se desvive en tus pupilas.
En sus guaridas hay lobos azules. Sus aullidos son la plata que la luna se quedó, y que en ella permanece, mientras la voz de las estrellas pervive en la negrura y desparrama ese añil que las observa, que es azul como tus ojos.

A dónde

Amor, a dónde fuiste. Volaron las gaviotas y el mar se quedó solo. El mar se quedó con las olas cabizbajas, que eran una letanía que avanzaba repitiéndose en la arena, y que dejaban los barquitos de papel en esa playa donde naufragaban los presagios.
Amor, la soledad es como un silencio largo, como una golondrina que cubre la distancia de su vuelo con olas y con pétalos sembrando con sus olas las flores en el cielo.
Amor, en tu mirada vi cómo los batracios se llenaron de misterio, como si las ranas y los sapos escondieran los enigmas de una raza perversa y submarina, y en tus ojos pudiese vislumbrar cómo el hacha se cierne en torno a esa mariposa que lleva el corazón en sus colores.
Amor, esas ranas y esos sapos se enamoran. Sienten la nostalgia de las aguas, la perdición de la noche.
Son sustancia viscosa. Material inflamable.
Vestigio de memoria.

miércoles, 20 de abril de 2016

Qué hay en las flores

Amor, qué hay en las flores que amanece, qué hay en el agua que es tormenta y tierra submarina.
En los fosos abisales los peces humedecidos por la sal se desconciertan: no conocen la luz y la dimanan entre sus braquias de profundos despertares.
Mi Amado, la fiebre es más fiebre al levantarse. Tiembla y suda entre las ingles y fermenta con la fruta. Es como un recorrido en el cielo con nubes escapadas de los ángeles.
Artemisa levantó su muro. Derribé la muralla de la diosa y fui venérea, venerando a la antigua, a la nacida del semen marino y de la espuma, la que fue infiel y mintió por el deseo que le nacía entre las piernas.
Amor, eres misterio nuevamente, y arrullas los cantos de esos lobos que te esperan. Sabes que en el deseo la sangre sustantiva todos los nombres del corazón, y penetras en el cuerpo como un alma que se perdió con su blancura en el espacio infinito en que las aves se engrandecen.

Hay un canal

Amor, hay un canal que llueve por mi cuerpo. Se moja y, como un pájaro, se me encoge entre las manos.
El agua tiene estrellas que te besan en los pies, en los alvéolos, en las arterias que van al corazón y allí te permanecen.
Beso tu sangre y mi deseo es como un árbol que crece y que arraiga en la tierra, en el barro de la tierra, en el musgo que se apropia de esa tierra, y en las ramas veo cómo se acantilan esas hojas en que el tiempo nos transcurre.
Busco los ojos de la muerte. Son caníbales. Son como amaneceres insensatos. Son como crepúsculos de viento. Se desentienden en sus sombras y en ellas se desvanecen.
Morir es volver, y volviendo amamos, y te amo extendiéndome ya muerta. En ésta mi muerte sabia que conoce sus ijares, y que ignora la materia, sé que ausente vendrás para vengarme, como el ángel que mató a los primogénitos.

En mi tristeza

Amor, en mi tristeza hay un oasis de diciembres. Ahora que vino la primavera, que llueve en los cristales y la lluvia se nos queda, nos late el deseo como un corazón que se descubre, mi Amado, entre las rosas que la sangre le lleva, y en ellas permanece.
Brillan las cigüeñas. Esperan las campanas, los mediodías que cantan a maitines, como si la aurora no despertara hasta las doce, como si fuera dormilona, y la pereza la asaltase como asaltan los árboles con sus ramas vespertinas el pozo interior de la noche.
Brillan las cigüeñas y las veo volar entre tus alas. Te las prestan para que puedas venir hasta mi cama, hasta mis piernas, y penetrarme en la costumbre de entrar y poseer por un tiempo reducido todos mis sueños, desnudos en tus brazos.
Amor, qué alegres son tus besos. Cómo inciden en mi cuerpo. Cómo me alojas y me vistes, cómo me alimentas, cómo tus ojos desnudan la negrura, cómo iluminas la misma luna que me nace entre los pechos.

lunes, 18 de abril de 2016

Qué hay en los ojos de los muertos

Amor, qué hay en los ojos de los muertos que se espera. Los muertos pueden parar el crepúsculo, deteniéndose en la noche, con sus manos llenas de eternidad.
En sus labios el amor se ha convertido en una leyenda innominada. Anónimos, se despiertan en los mares que se vaciaron de espuma.
Hay muerte en el corazón, que se viste de esgrima. Y en el pensamiento se abren las flores blancas del azar, que son destino y senda en que transcurre.
Nace el alba y el deseo renace entre las sombras letales de la destrucción. Todo está lleno de cadáveres. Todas las luces, todos los murmullos se devuelven al silencio.
El amor es también silencio. En las manos, en los ojos, en los labios, en los pies. Las ingles también son silenciosas. Se llena el cuerpo de silencio.
El cuerpo es como un árbol. Se prenda de sus hojas y las mira. Mira el otro árbol. Desea hacerlo suyo. Y lo asesina.

Me muevo

Amor, me muevo en el abismo. Miro cómo desvaneces las pulsaciones del aire, cómo se ilumina el recorrido sagrado de la sangre.
En este hemisferio, a esta hora, la mirada del cielo me concierne, con su iris de estambres, con el beso que se le quedó en la piel, como en la mía, y que descendió suavemente con el sol, alumbrando con las lágrimas.
Mi Amado, hay un extrañamiento. La nostalgia se derrite en los afanes. El silencio se aproxima a la voz, y la consiente. Se fijan los signos del poder, y se convierten en deseo.
Y el deseo se oscurece, como si sólo naciera de la noche, como si la noche quisiera ser una luminaria, más allá de sus astros, de sus ojos, más allá de las pupilas que le crecen y que se transforman en estrellas.
Y las estrellas se deslizan en ti, y en ti crecen, y en la blancura tus ingles son más blancas, más puras y más cálidas que la luna.

domingo, 17 de abril de 2016

Se me perfuman

Se me perfuman las manos. Se me convierten en lluvia oscurecida, en el rocío, en el agua en que Artemisa se bañó y dejó fluir su cuerpo lunar, en su latido de insomnio y en la crueldad de sus oráculos.
Amor, se me perfuman las ingles por las noches cuando tus rosas amanecen; se me perfuman los corales que recogiste en mis entrañas, y son como vibraciones, como selvas que me cabalgan madrugadas salvajes en la sangre.
Amor, me das las horas más terribles y más oscurecidas. Me das el llanto de la estrella que se posó en tu pelo y que brillaba desnuda en la oscuridad, llena de tus ojos.
El incienso me impregna la mirada. Es de humo y mis pupilas se asemejan al silencio, cuando los párpados entierran toda la luz en sus profundidades de mar y de desierto.

En los desvanes

Amor, en los desvanes hay guardada un arca que encierra los fragmentos de ese tiempo en que los árboles nacían en voz baja y susurraban entre brotes de memoria diluida en el deseo.
Amor, eres mi memoria. En ti los besos son leves murmullos de los labios, roces de flores en la boca, grito que se eleva entre las ingles como espejismo de la muerte.
Amor, hay un pájaro loco entre mis piernas. Quiere volar y aún no sabe. Separar las alas y no puede.
Quiere embarcarse con su nido pero ignora que los cielos se entreabren con el agua.
La noche se vuelca en la esperanza y se cansa de la esclavitud de la negrura.
Amor, los cerezos ya te han florecido. Las rosas se miran en tus ojos de varón que me devuelven la mirada de Narciso.
La mirada vive en ese lago penumbroso que ignora crecer y donde el cisne se contempla entre sus aguas, ve sus plumas y es nodriza de sí mismo.

sábado, 16 de abril de 2016

Soy Yocasta

Amor, soy Yocasta, la hechicera. La sucesora de las madres. La incestuosa.
Soy Medea, la asesina. La maga que se comió el conjuro y preparó el veneno.
Soy Helena. Por mí se incendió el mundo y las Troyanas quedaron desnudas.
Soy Electra. Con ella te beso y con Orestes, preparo el carro vencedor de la muerte.
Soy Ifigenia, y mi sangre lava los pecados del mar, los salvajes aullidos del agua, y lluevo inocente sobre los vestigios de un mundo que muere.
Soy Fedra, y en mi pasión salpico las murallas con el flujo de mis albas, de mis crepúsculos, y mis menstruaciones llenan las paredes de la alcoba.
Soy Antígona, y llevo a mi padre ciego por los arrabales de los corazones, allí donde se llora por los crímenes.
Y soy Perséfone, y su mitad de primavera.
Y soy Teresa.

Los nidos

Amor, se me esconden los nidos en las manos. Te los ofrezco entre las flores que cayeron a mis pies, para que la piel se me erizara y las piedras fuesen más suaves que los pétalos.
Me quito la camisa y veo cómo los pájaros me sobrevuelan en los pechos. Sus alas son de águila imperecedera.
Amor, eres mi sustancia, la que llevo en la boca, la semilla de un deseo que es metal ardiente, carbón inoculado de esta lava que me acontece entera.
Amor, si los pliegues se me derriten en la sombra, si los diamantes sueñan con nosotros, habrá una fuente en lo alto del camino de la que mane agua de la aurora, y el crisantemo que crece en la ventana se teñirá del rocío que cae en el alba en los veranos antes de que el sol se eleve entre las jarcias y se lleve el mar hacia los cielos.
Amor, Antígona me dio su nombre. Con ella, entierro la sangre que llueve desde el azul más alto de la estrella.

Amor de escarcha

Amor de escarcha derritiéndose, amor de cima plateada por esa luna que en silencio sigue las rotaciones del deseo.
Mi hombre, abril se abre entre los ojos. Hay puentes, acantilados y montañas, hay bosques y penumbra, hay asfalto y carretera, una autopista de aire que se eleva a la cima más alta del adiós.
Amor, me despedí. Ondeó mi bandera en la atalaya, puse mis penachos a tus pies, mis escudos y blasones, mis murallas. Todo te lo di, con mi armadura.
El acero me desprendió la carne, y broncínea me entregué, y busqué con el hallazgo el milagro de tus besos, de tu boca, en esa lengua que escondes las palabras que no dices, silenciosas, como un mar con las olas detenidas en su abrazo de amapolas.
Sorteé las brasas. Me perdí en el fuego salvador de los veranos, los que vendrán, los que se fueron y sólo son memoria que se alumbra entre las sombras. Y te amé, con este amor que nada pide, que nada sobrevuela, que camina simplemente alrededor de aquellas flores que nos nacieron en las ingles.

jueves, 14 de abril de 2016

Entre delirios

Amor, entre delirios me acunaste. Me recibiste con sal, y entre mis nombres elegiste la plegaria que me resbalaba entre los dedos, como sangre renacida.
Amor, qué confusiones, qué ambigüedades me vinieron. Eras mi madre, y como madre te amaba, y me mecías, me acariciabas en la piel y mi deseo se convertía en un incesto imaginario, como si el esperma pudiera brotar entre tu vello.
Hay una alucinación que te concierne. Tus manos, blancas como la luminaria de los puertos, cauterizan mis presagios. Los contienen. Son pócimas que las brujas te escribieron, hadas mágicas que volaron en tu seno.
Amor, si Pegaso es un monstruo, como yo, seré ese centauro que suspira por ser hombre, y en mi masculinidad encontrarás el peso gravitatorio de tu espejo.
Te mirarás en mí. Seré tu reflejo. Y mi cuerpo de mujer devendrá guerrera, devendrá niña muerta, devendrá mariposa con el hierro enterrado en el subsuelo.

Gime

Gime el gorrión entre tus manos. Su canto es un plañir de pena, de temblores de alas y de vuelos que no alcanzaron ese cielo que se prendió en tus labios.
Amor, qué larga es esta espera. Se me desvían los diques, los canales. Me siento estremecer entre las horas. Siento cómo este corazón se me enamora de las piedras, como si las piedras mismas fueran el camino, como en si en su borde se contuviese todo el fluir del tiempo.
Amor, esta premura. Se me encienden los relojes. Se detienen en las calles y las aceras retroceden. Los autobuses pasan sin parar mientras te amo. Y en este celo, en esta crisálida que se abre lentamente, se oscurecieron las ansias de tu cuerpo, y al ser negras se prendieron de las noches que velaban tu mirada.
Entre jirones aparecían las estrellas. Aparecían como en un campo santo, y sembraban los destellos de tus ojos, y allí te florecían, en ese iris azul, en tu blancura, en esa piel que gime como un pájaro en su nido que late entre las oquedades de la tierra.

miércoles, 13 de abril de 2016

Qué esconde

Amor, qué esconde la luz en su textura, qué sangre me da el Cristo cuando ve mi desnudez, tendida en un rosario en que mi carne es letanía.
Amor, qué cruces se me agolpan en la espalda, y cómo las recojo y las convierto en un ramo con las lágrimas.
Hubo un día en que adormecí la angustia con unas velas de plata. Las prendí, y sus llamas eran destellos azules de ausencia. Con cera me cosí la ropa de la noche y un camaleón ronco me miraba con el mismo deseo y el mismo miedo.
Amor, me naciste de los pechos, y los rumores de la leche despertaron tu esencia blanca. Más puro que las azucenas te tendiste y me nombraste.
Tu canción me daba toda la pureza, y revestida me tendí en tu risa, en tu color, en las dádivas de la tierra, y fui aborigen que nacía del agua y de las flores.
También nací de ti, como Atenea. Nací en tu mente y en la mía se disparó un naufragio: me cerní a la navegación del mar. En su timón hallé la ruta, la que me llevó a tus cercanías.
Amado, tu sangre es mi península. Tu palabra, el origen sagrado de los nombres. Tu báculo se me pierde entre las piernas, y en mis labios cristaliza una plegaria, una oración donde el Leteo no trascurre entre los mares en que la Estigia convirtió el olvido.

lunes, 11 de abril de 2016

¿Sientes...?

Amor, ¿sientes en mi cuerpo cómo se inicia la constante venida de la luz? En un espacio donde la primavera es una encarnación del cielo que ya no precisa de la escarcha y que se prende de las flores y los pájaros, de los campanarios que elevan la distancia entre sus alas.
Amor, cómo se desnudan los nenúfares. Me parece ser una flor de agua que late entre tus manos. Una flor que va marchitándose poco a poco, que en su perfume derrama el alma que la vive, y el alma de esa flor es como lluvia, y se construye con tu semen.
Mi Amado, mira cómo el olor de mi carne crece en el deseo. Cómo en mis ingles el aroma es de profundidades espesas, y en sus lágrimas es como una nave sin puerto, un eterno anochecerse.
En esta sal que me queda entre las manos, en estas devastaciones estrelladas, soy cono esa noche que viene y que ignora la luminaria que alimenta.
Amor, si en la caída hay un roce luminoso, si al abismo llega un pedacito de la luz, sé que en mis vísceras se alumbran con tu sangre, con el beso de tu sangre y tu materia.

Salen los días

Amor, salen los días como penachos de blancura. Se ciernen en las ramas de los árboles como copos refulgentes de deseo. En sí mismos se devoran.
Amor, soy como uno de esos días renacidos. Me levanto de la lava y como Lázaro, camino entre las piedras que alguien quitó de la sepultura. Voy hacia ti con la perfidia de quien ama
Voy hacia ti libre y verdadera. Soy quién soy cuando te amo, y en mi camino se abren esas flores que cogí para cuidarte, para que entrevieses en mis ojos la palpitación de las esquinas que me acogen.
Mi Amado, estas tardes de abril se me anochecen en sus mismas claridades. Son preludios de San Juan, preludios de las vísperas, de las mañanas gozosas y anhelantes de un cuerpo enamorado.
Son como latidos estruendosos que caen desde el pecho hasta los violines infinitos de los ángeles.
Amor, en ti soy la más bella, la que desnuda la misma sangre que permanece entre mis labios, la que te da la trascendencia de los murmullos que el cielo derramó para encontrarte.

domingo, 10 de abril de 2016

El río

Amor, el río contiene toda el agua. No hay más agua en el mar, ni en los océanos. Sólo es agua la del río, la que transcurre en miríadas violentas, la que late entre las rocas, y que es esencialmente pura, como el semen.
Sólo existe el agua que transcurre entre tus piernas. Sólo existe el latido de ese agua, blanca como una nube en primavera, preñada de la luz de las estrellas.
Amor, si la muerte se enamora de tu esperma, ¿cómo podrá ser mi antagonista, yo que la amé como te amo a ti, con este corazón que se adelanta a la entrada en el vacío?
¿Cómo podré desintegrarme después de haberte amado, y de amarte todavía con este cuerpo y esta alma, esta alma visionaria?
¿Qué hay en ti que en ti vislumbro todos los misterios, todas las preguntas, y encuentro los motivos y comprendo lo más inaccesible?
¿Mi alma se enamoró del espejo de tus ojos mirándose a sí misma?

Qué calles da la niebla

Amor, qué calles da la niebla que habita entre nosotros. Qué luces se emborrachan de grisura.
En este abril en que se cumplen las promesas, en que el cielo es infinito en su sustancia de bóveda malherida, miro cómo los lobos sobrepasan en el tiempo la materia de las devoraciones.
Amor, en ti los cuchillos refulgen como espadas. Vigilas a Cthulhu, el morador eterno, y te inundas de ese mismo azul de los océanos.
Amor, pájaro insomne en el insomnio de los pétalos, guardián de los guardianes, trasciendes entre los muslos de las abluciones, de la sangre y de las escamas de serpiente, y oyes como el lodazal despierta en su impureza.
Camino de esmeralda, arcano prohibido y misterioso, te encuentras entre los minerales, en el sollozo quedo del reloj que suspira por el tiempo, por ese tiempo y su recuerdo, por las maravillosas latitudes de los Magos que adoraron el mes de enero con aquella estrella submarina que se inundó de noche.

Entre las flores

Amor, entre las flores crecen los deseos. Son como puntos en la hierba que se desdicen de su verde. El amarillo es como la lava fallecida del volcán que se amilana ante la crepitación del frío.
Amor, abril sigue en su carrera enlentecida por este sol que empieza a arder, por este reflejo en las aceras y el asfalto ennegrecido que gime con la noche.
En estos alquitranes piso sin dejar rastro de mis pies. En mis persecuciones te desvaneces, y no puedo encontrar ninguna huella que me diga donde estás, entre los pocos árboles que persiguen la luz de los relámpagos.
Amor, en la tormenta se acallan los rumores. Surge la voz de un mago silencioso que saca pañuelos y corbatas. Estás allí, y el mago las anuda, y son corbatas de amapola.
Te ansío desnudo y entregado como el agua del invierno, te ansío desnudo entre los sueños.
Mi luminaria, los labios musitan mi memoria, mi memoria devastada en los interludios de un ayer que fue las iluminaciones de tus ojos.

En qué sueños

Amor, en qué sueños desperté sin encontrarte. Vi cómo el corazón del viento se paraba, cómo detenía sus presagios de lluvia incandescente.
El combustible es como el mar, una ráfaga de olores vespertinos que trae la mañana entre caudales cenicientos.
Amor, esta ceniza nació de aquellas noches que se desnudaban sin cesar de las estrellas.
La ceniza vino y se alumbró con esa carne espantosa que quemaba en el añil del firmamento.
Cuando se fue quedó el secano que perdió su aridez entre la plata.
Qué auspicio me trae este cielo azul que me concede las plegarias. Qué luz escondiste en esos ojos. Me muestran la hiedra de un Dios entristecido por mis lágrimas.
Amor, qué alimento me dio el ángel para ti, qué sangre me dio para tus labios.

Pequeño homenaje a Juan Eduardo Cirlot

Amor, se pasean los ancestros. Mira cómo se alza el aire, cómo la brisa se aprisiona, cómo el salitre se va del mar y conoce los caminos que se abren más allá, allí donde el cielo pierde su envergadura de azules en tus ojos.
Amor, qué dulces son los corazones que no cesan de latir. Qué suavidad hay en tu cuerpo, y mi ansia es más suave todavía, es un ansia que devoró los leopardos y ahora duerme ante tus pies.
Ocre es la tierra que pisamos. Ocre y derramada. Como lluvia. Como agua del pantano. Como Bronwyn.
Y tú me llamas, me prometes que me llamas, me dedicas una sola vela, uno de tus solos pensamientos, y te doy mis fuselajes, te doy mis embriones, te doy todas mis palabras.
Entre liturgias, un camaleón. Vibra el animal entre mis piernas. Vibra el crisantemo en el monte salvaje, alejado de la piedad y del cementerio. Alejado de este amor que cristaliza, que es como una sangre que delira por mi Amado.

Qué bella

Amor, qué bella es esa luna que está a punto de salir. Qué búsquedas esconde con su esfera. Qué aullidos la miran desde lejos, qué guardias ha velado, qué sueños profundiza entre sus piedras.
Si sus mares me responden, ¿en qué travesía encontraré tus mismos ojos? ¿En qué blancura resplandecerá tu piel y tu palabra?
Con esta sangre que todavía me circula, en estas menstruaciones que me estallan en el vientre, ¿qué impureza lavaré, qué semen me preñará con tu hermosura?
Alumbraré la misma luz que te refleja. Alumbraré el espejo en que me miro. Seré parturienta de ti, de tus deseos, de tus párpados que abren la mirada más allá del firmamento.
Amor, te miro como si estuvieras a mi lado, como en mi cama hubiera un hueco, el que forman las estrellas derramadas en tu cuerpo.
Mi Amado, mi circunstancia más querida. Sigue mirando la luna y recordando las huellas que los lobos dejaron en su cuna.

miércoles, 6 de abril de 2016

Abril

Amor, abril abrió sus rosas, llenó sus dedaleras. Se cubrirá después con amapolas.
Amor, yo me cubro con estrellas, las que me alumbran entre una oscuridad amanecida con un cielo de plomo y añilado, con un cielo blanquecino donde el alba difumina los claros de la luna.
Mi Amado, serás mi señuelo, el ciervo que Artemisa arrebató, y en mis entrañas, devoraré tu piel y tu mirada, tus ojos y tus labios, y me comeré la misma agua de tus besos.
Amor que eres en mí, que desnudas tus pies y que te huelen al camino, a tierra, a barro, a ala de ángel que bajó por la luminaria de la noche y se quedó a atravesarse entre los límites del día.
Mi corazón. Mi alma entera, blanca, luminosa. Mi alma que duerme entre tus brazos. Mi alma que respira el hálito de tus corazones. Los soles que nos llevan de la mano al alumbramiento de la sal, y nos perdonan.
Amor, te di mis pechos, te di la sangre de mis pechos, su silencio, el tambor silente de sus pasos, los rumores de la dicha, el alegre trote de una esencia que es en ti, y te sobrevive.

Qué me pasa

Amor, qué me pasa que me laten los recuerdos, que me salen las palabras de la boca, que mi lengua las pronuncia entre tus besos.
Amor, qué hay en las palabras que te besan, que ascienden por las cimas de tu esperma y en ellas permanecen como pequeñas gotas de una lluvia que no cesa de brotar.
Amor, en ti reside el Verbo, en ti se nombra la blancura. En mi corazón viven las hadas que echaron a volar y que encendieron el aire con sus hierbas, las doradas que vestían las aguas de los lagos, las que se desnudaban como ninfas acuciantes, y le rezaban a Pan en sus denuedos.
Eres esencia de mar y sándalo, incienso que arde los jueves en la memoria de tu casa, vela de santo, fuego ornamentado con tus ojos, con los mismos violáceos y los mismos rojos de un crepúsculo ardiente.
Eres mi océano, el alba donde baño mi desnudez sagrada, donde me convierto en diosa de tu semen y de la lucidez de un amor que me quebró entera y después me entregó los sueños.

lunes, 4 de abril de 2016

Me renací

Amor, me renací. Me convertí en un nido donde las ausencias se convertían en materia, en la sustancia más hermosa y lacerante, en el corazón más bello, que pensaba en ti cuando de noche veía la luna oscurecida por las nubes.
Mi Amado, cuando el día se va entre las hogueras que estallan en el cielo, cuando perdura la existencia de ese sol que se va al otro lado, sigue vivo el amor en su espejismo de ser amor y es en sí mismo que es eterno.
El amor es eterno porque es ésa su esencia. No muere con nosotros. Se encarna en esas almas que vuelven a nacer y ya niñas se enamoran.
El pecho huele a esa sangre enamorada. A las ingles sudorosas. El tiempo y el espacio se confunden en un milagro en que las dimensiones se entrelazan.
Y esto que es así, aquí y ahora, antes fue y será más tarde. Es la tentativa de la nada por ser quién no es. Es su luto, su aroma de negrura, su cruz crucificada.

El barro se deshace

Amor, el barro se deshace. El agua difumina su textura. El agua excluye las partículas de ese miedo que se ancla con la tierra y que alimenta las flores con estiércol.
Amor, en mis entrañas vive la puta más abyecta, la que sólo piensa en tus eyaculaciones, la que sueña con tu semen como dádiva, la que se enciende con el recuerdo de tu polla, la que te ama por encima de las rosas y bajo esas estrellas que iluminan mis pezones descarnados.
Amor, si entre tus besos aparecen esos sueños en que la luz se sobreentiende, si en la oscuridad de un lecho se me derrama la sangre como seña, serán las rotaciones las que me den toda esa ternura que te di entre la leche que me salió de entre los pechos.
Amor, duerme en mí, adormécete como ese perro que ha dejado de ladrar, que envejece junto al fuego, que es en sí mismo ese fuego que acompaña con su pelo, con su rabo de perro, con sus ojos humedecidos por el humo, por ese humo que sale en el ronzal y que se busca, para perderse por el aire y estallar en los nudos de todas las conflagraciones.

domingo, 3 de abril de 2016

Me reconoces

Amor, me reconoces. Ves cómo resplandecen mis ensueños, cómo me vibran las mimosas. Cómo este florecer entre la hondura me lleva hasta tu cuerpo, hasta tu piel que gime en primavera.
Amor, en este incendio, en estas exploraciones que me estallan, viven los estanques en las estibaciones de los árboles.
Amor, si la madera es también un combustible, si entre el carbón encuentro diamantes que refulgen en las profundidades de las piedras, soy como ese pajarillo inerme que canta entre las flores, buscando los aromas de un jardín que quedó clausurado en mi memoria
Amor, cómo enardezco por las tardes, cómo despierto estremecida. Qué dulce es cuando amanece y tu semen me despierta, qué hermosas son las naves en que los corazones naufragan en mis manos.
El mar es una soledad sedienta, un cúmulo azul de soledades, un cielo que se vive, un muro que apacienta, y que espera el día en que la muerte se convierta en el mismo amor que me late en el fondo de las iniquidades.

Que eres

Amor, que eres el mismo cielo que me das, y un árbol que llega hasta tus ojos.
Amor, que eres llama submarina, esa espuma blanca que las llamas me devoran, ese éxtasis de vivir en la locura, cuando el despertar es vencido por el sueño, cuando entre tus brazos se aparece toda la luz del universo.
Las mariposas sobrevuelan el ocaso. Son latidos que se llevan tu hermosura, vaticinios de la magia, sudor de los ancestros.
Amor, que en mí revives como una fuente entre los lagos y como esa fuente mansa eres espejo de mis ojos, y en el cristal translúcido de este cielo intento verme en tus reflejos.
Amor, que eres piedra preciosa, balcón al viento de las páginas limpias de tu hálito, dime si en mí se desvanecen las ausencias, se desvanece mi memoria, y en este palpitar ardiente en el que el sol subyace entre las hiedras, despiértame al beso con los labios teñidos de amapolas. Destierra las sombras para siempre, esencia de vino que brillas entre rosas.

Cogeré el luto

Amor, cogeré el luto de las flores, el perfume de su duelo. Me doraré con las espadas.
Tu caída es mi refugio, la dádiva de mis cicatrices, el llanto insomne de los pájaros.
Amor, que en mí respiras, que en mí aconteces, que llevas mi ira por los prados donde las amazonas se consagran, donde sollozan los delfines, dime si mi sangre corre allí por donde los niños lloran.
Amor, que te desnudas con el alba como el día que se desnuda de la noche, que me envuelves entre sueños, que me muestras los labios ateridos, las heridas, lluéveme lentamente, en los contornos de esta hoguera que enciendo para ti, para que me abraces en el fuego, para que abandones mis cenizas, para que me digas, entre árboles de hojas altas, que mi amor te pertenece.
Semilla iluminada, roca dura que me da la tierra, barro donde los ángeles se miran, anillo de fragancias del oro de los mares, deseo la sal de tu espesura, las oscuridades dilatadas de tu esperma.

Qué hay

Amor, qué hay en el mundo que me hiere, que te escucho y en tu nombre despliego las alas al volar, y mi vuelo desciende entre la hierba.
Amor, eres mi nombre. En ti escucho cantar las gaviotas, en ti el cielo amanece más azul, en ti el sol zozobra entre las tardes añiles y es como una amapola que cae en el beso de la noche.
Amor, eres mi palabra. La que escucho rendida de pureza, la que se envuelve con la ira, la que miente y la que arrasa, la traidora, la que cambia de arcén y de sentido, la que odia.
Amor, eres mi lugar sagrado, donde nadie puede pisar una frontera, en el que nadie puede osar ni entrometerse, donde me ciega la blasfemia, donde el sacrilegio se convierte en la ternura.
Amor, que amanezco entre tus brazos, que me ciernes desnudo entre las sábanas, que me llevas al infierno, donde la rabia se encarece, donde el amor se encarna en esas llamas que buscan la absolución a la locura más amarga.
Amor, me encuentro al lado de las vides, al lado del murciélago. En esta cueva oscura sólo pretendo amar entre la verdad y la belleza.

En este cielo

En este cielo que estremece mi llamada, con este azul que se extiende por los mismos riscos del amor, hay una colina para ti, para que abreves el alma y te descanses, para que en mis ingles encuentres una luz que resplandece.
Con este corazón te amo, y en esta mi memoria te pierdes por la inmensa profundidad de los océanos buscando ese mar que es para ti.
Entre mis piernas, ese mar. En el fondo hay unas flores que enterré en mi sangre, y en ella derramaron su perfume, en ella conquistaron todos los soles que amanecieron en mis labios.
Amor, que te sucedes en las lindes en que nadie ve, en esas invisibilidades propias de un dios enternecido, mira si en mis ojos se despierta ese mismo cielo que vi en tu mirada y que arrasó con mis lugares santos.

Desfallecí

Amor, desfallecí. Te esperé hasta el límite del día, hasta cuando el sol desaparece, hasta la estrella que salió con la premura de tus ojos.
Me envolví en cielo y en esas noches que las flores desataban. Me convertí en gusano, en lagartija para nadar entre las rocas, para poder reposar entre las grietas, y sentir el sudor de las pavesas que encendía con mi lumbre.
Amor, abrí la ventana para que la luna no se reflejase en el cristal, sino en tus ojos, y se me encarnase en la piel, en todo mi cuerpo que desespera de encontrarte en los límites del crepúsculo.
Amor, anochecí y te habías ido.
¿Naufragué en el umbral de mis hogares, en mi misma cama, con mis mismas sábanas? ¿Sembré con tomillo ese lecho que nos tuvo en el amor?
Mi corazón, a ti me llevas en este cielo que es como un compás lleno de astros, que se redondea entre los cúmulos de las oraciones por un deseo lunar y acostumbrado a ser océano con la sangre.

viernes, 1 de abril de 2016

Qué soledad

Amor, qué soledad ahuyenta el cielo. Entre los dioses bajan las estrellas. Me dicen que un día volverás, que un día en tu regreso brillarán en el Oriente cuando el sol haga su paso en el crepúsculo, y todo se tiña en el oeste.
Amor, qué sangre hay allá arriba que mis ingles distorsionan sus colores, y entre rastros escarlatas vibra el azul de los océanos en que la espuma es también azul, la espuma que refleja las mismas olas, con las mismas amapolas.
Amor, qué hay en tu cuerpo que me ofrece el cáliz consagrado, y maldita soy por la blasfema de que seas mi Dios entre los santos, entre las espadas medievales en que Lancelot fue el más vil de los mortales, en ese amor que acabó con su pureza y que le hizo un ser humano.
Eres mi Lancelot, mi más puro, mi más hombre puro entre el abismo, y es ese abismo que me hace amarte como si nunca hubieras caído en el infierno, como si tu alma me acompañase en el recorrido lunar entre los cielos.

Pronto

Amor, pronto vendrán las amapolas. Se las ve en la hierba, y perviven en la aridez de los arcenes. Esos arcenes en que corremos sin mirar a nuestro lado.
Amor, en esas amapolas soy el tallo y soy la fuente, el rojo de sus besos, las hojas de sus labios.
Hay un milagro que surge en sus raíces. Es la adormidera, que te atrapa como un cáliz.
Sombra de amor desesperada, el cielo parece inmóvil en tu seno.
Coge mis manos y acaricia la noche que nos viene, la noche que penetra en los misterios más firmes que arraigaron en el vuelo de los pájaros.
Amor, que vicisitudes me arrancan de las lágrimas, las que forman una escalera con tu llanto.
En el ámbar crecieron girasoles, y en el semáforo se erigieron las secuoyas con su propio corazón.
Hay una lentitud en el pan que me repartes, un guiño de rutina.
Es blanco el lecho vespertino, y mi cuerpo se envuelve con el fluir de esas violetas que a la montaña pertenecen.
Amor, le canto al grito, el que se queda en la garganta y se apropia del silencio.

Qué búsquedas

Amor, qué búsquedas me encuentran. Se me ciernen las manos, se me esconden. Sólo anhelo tu alma, sólo anhelo tus ingles donde viven los pétalos de los mares, los que devuelven los besos con las aguas.
Amor, qué cristalino es el gris del mar que brilla en plata con los vestigios de una luna que amanece.
Qué lunares tiene la espuma que todo lo devora. Qué hay en mis labios, qué palabras oculta la sangre mientras respira su propio oxígeno. Qué soledades en estas vísceras hambrientas del celo de las perras.
Un lobo solitario se agita con la mies y busca el camino del océano. En la garganta lleva la última comida, la última paloma arrancada del cielo.
Soy como ese lobo que come de tus manos, que se orilla junto a la playa desierta y se bebe los contornos de la carne.
Soy quién soy y mi manada me abandona. Paseo con los acentos de tus rosas.
Mi Amado, entre las noches.

Te me pareces

Amor, te me pareces a este día gris, a esta lluvia en que se inician los abriles, a este frío en que se trocó la primavera, con estos murales y con estos ojos.
Amor, te me pareces gris, como tu pelo, como este beso que pugna por salir, como sale el sol en el Oriente enmascarado por las nubes.
Las nubes derraman su aguacero, y están tristes, como tú, y tus pupilas llegan a asombrarme. En su azul se contiene el mismo cielo. En su azul hay una llama que perece: anuncia la muerte que vendrá con sus muslos vacíos, con sus áridos manantiales, que las cimas llevaron a las cumbres.
Hay una catedral entre la bruma: se encienden sus pilares.
Son de carbón, y queman.
Arde la memoria de los siglos y soy cautiva de la nada.
El sol sigue su camino de tormenta. El destino de la niebla es perecer. Las estrellas difuminan su grosor, y se desvive.
Cae con la lluvia.