viernes, 31 de julio de 2015

La espera es un umbral

La espera es un umbral. Es como acariciar la luna y sumergirse en sus mares donde la plata desvanece la oscuridad intensa de un beso limpio de estaciones. Se adentra el verano. Se conduce por caminos invisibles, por la inevitabilidad del ser, y soy una rastreadora de unicornios que persigue tus huellas en los astros. Dejaste marcas en mí, con las palabras. Señalaste un territorio, un lugar para la nieve, un lugar para la playa cubierta de esmeralda, con ese ramo de mar verde, con esa profundidad en los corales que anuncian que un día el agua será roja. Amor, en este lado del planeta es por la tarde. La tarde gime entre olores de ámbar, entre deseos de semen, entre la sed y el arraigo de esa sed en las entrañas, con un vuelo desatado que cubre lo que vendrá, lo que se ignora, y miro pasar los aviones, y miro pasar las golondrinas, y las palomas que pacíficamente comen pan en las aceras y que la canción sitúa en Barcelona, aquí, casi al lado de mi casa, y sueño pasearte en esas ramblas y perderme en ti, tras encontrarme.

¿Sientes...?

Amor, ¿sientes cómo las nubes pulsan en el cielo? ¿Oyes el devenir que se oculta en sus pasiones de lluvia contenida? Hoy las nubes se alimentan del azul y grisifican esa superficie donde están quietas, sin aire que las mueva, nubes altas como grandes edificios que permanecen sellados al suelo donde arraigan sus cimientos. Como un cíclope que nada ve a su alrededor, y al que le late el único ojo de su frente, noto cómo la lluvia va cayendo, como va repartiendo los pedacitos del amor en las gotas del agua que atraviesan la gran masa molecular de un julio que termina en los umbrales del frío. Amor, si la llovizna me trae tus palabras, si en tu silencio germina mi deseo, y se hace enorme, cuando se derrame la escarcha de los cielos y nos traiga el amor para vestirnos, seré como la lluvia misma derramándome en tu cuerpo, derramando mi esperanza en los lados en que el corazón reza una plegaria para que derrames tu cuerpo junto al mío, y esperaré tu sangre como aquel que espera que el ángel no asesine al primogénito.

jueves, 30 de julio de 2015

A mi alrededor

A mi alrededor crece la hierba. Crece la sangre y se dilata, como se dilata la penumbra entre los cuerpos. Luminaria, vienes y es el mediodía. Cuando nace el sol viene ese deseo con el tiempo, nace ese instante desnudo que iluminas con tus ojos, y de ti las horas me visitan. Por las tardes el manantial rebosa con la lluvia, y se refleja en las flores que lo cubren. Amor, si mi cuerpo se me va, si el ópalo me derrama en ese lecho oloroso del amor, si te anhelo por encima del agua, si te sueño y te veo en los cristales que me traen tu hermosura, el deseo es tan enorme que no puede con la lava que me vive desviviéndome, con ese deseo en mis manos y mis labios con tu beso. Dame tus ángeles para que se peinen en los árboles, para que se olviden las alas y me las puedas dar entre las ramas. Los pájaros me han traído las estrellas y con ellas bordo un mantel para nosotros, para ponerlo en el balcón con nuestros nombres, para que la sangre inmaculada caiga en nuestro lecho, y que la luz fulgure en nuestras ropas más que el cielo.

Qué continentes estrellados

Amor, qué continentes estrellados nos perviven cuando me estallas en los muslos y devoras la miel que me nace entre los pechos, todo panal ardiente, colmena que se abre como un pensamiento. Entre mis piernas hay un volcán que antaño se tragó el magma que le nace y su erupción es de flores ardientes, lava de pétalos que se conduce por el cruel territorio del amor. Penetras en esas instancias donde no entró nadie, en esas soledades que resguardo y que son enteramente mías. Escribo y posees mi escritura. Escribo y te siento. Escribo tu nombre, se me derrama en los labios, y siempre será tuyo. Atrocidad, baja del cielo, cubre mis manos ensangrentadas porque me arranqué el corazón, se lo di a mi amado y él se lo quedó para tenerlo en sí, junto a sí, y ahora le late entre las manos. Recorrido de estrellas, ojos con el iris naciente, dioses que despiertan en el umbral del deseo, decidme si en mi seno cabe un amor enorme.

miércoles, 29 de julio de 2015

Detuviste el tiempo

Amor, detuviste el tiempo. El tiempo se llenó de mariposas, de venas que se abrían sin sangrar, de crisálidas ardientes que palpitaban del frío interior de su propio fuego. No amanecía. La oscuridad hablaba y su voz era la voz de ese Mesías que falta por nacer, que nos contaba que la sombra tenía su reverso, y no era la luz sino el mismo cielo teñido de los rojos que la aurora nos entrega y que en ella misma crecen. La noche era noche propiamente. Noche con luciérnagas en el beso, noche en el alma que envolvía los cuerpos, la desnudez de los cuerpos amantes, el peso leve de esa misma desnudez teñida de oscuridades que aniquilaba la soledad, que se embebía de la sangre que surcaba las arterias del cosmos. Noche hecha de carne, de latido de la carne, de piernas, brazos y muslos abiertos, noche penetrada por la estrella, por la luz de la estrella, por el astro triunfante, por la bestia que quiere devorarla y que en su hambre recuerda el amor con que el Verbo habló entre las tinieblas.

Cómo me amaneces

Amor, cómo me amaneces. En qué mar cayó la luna y devoró las olas, devoró la sangre de las olas, su sal y el estallido de la espuma que se contagió del blanco latido lunar que siento entre mis piernas, el pulso de la mujer que está oculto allí donde el sexo habla con la lluvia. Amor, esa luna me vive dentro, entre los muslos, se agita en mi sangre redentora, y su palidez me engulle hacia sus mares para nadar entre los fósiles que nadie ha visto como si el sol pudiese entrar en sus simas más profundas, en sus mareas maternales, en el fondo mismo de su feminidad. Es en ese amanecer que me levanto, como se me levanta el corazón, con el deseo brutal de poseerte y a la vez dejarte ir, como si pudieras ser mío unos instantes, y arraigarme, para partir en la búsqueda del arca donde viven las estrellas. Amor, desnúdame. Que me salga la luna y su fulgor, su brisa emblanquecida, su rosario oscuro, teñido por la noche, y en mi coño consagrado quédate. Dame el resplandor de ese sol que te acontece, el brillo de ese mediodía que me entregas cuando me ciñes con tu cuerpo.

Acontecí

Amor, acontecí. Me fui temblando entre los días, entre sombras y tinieblas que trajeron esas nubes en penumbra, y soñé con ese cielo que a sí mismo se llovía en los instantes que dejaron de nacer, porque el Eterno todo lo detuvo y a Sus pies susurró la escarcha, y floreció. Di tumbos en las manos del deseo. Me deslicé por esa nieve que corría en el lugar en que amanece, y suspiré la niebla que ocultaba el corazón que se vestía de luciérnaga. Amor, qué nidos se esconden en la plata. Qué ríos anhelo perseguir entre el bambú como si mis lágrimas no se congelasen. Camino por senderos ignorados. Amor, cómo brilla la luna, en qué senderos aparece, más redonda que el estanque de ese cañaveral que sientes tuyo, esas curvas que recuerdan la ternura y el tiempo en que las soledades terminaban de ser, el tiempo en que las fresas caminaban y enrojecían en mis labios. Amor, qué distancias me vestían, qué piedras hallaba en ésa tu blancura, como si mi desnudez se te pegase, como si el blanco se adhiriese a esos acordes con que el sueño musita las palabras del amor.

lunes, 27 de julio de 2015

Dónde están las flores

Amor, dónde están las flores que te di, dónde guardaste la blancura. En ciernes me vibra el corazón, me regalas el aire que respiro y la sangre que se levanta contra el cielo. Tengo estigmas en el coño, los noto surgir entre temblores, y nacen de un deseo que se vuelca entre las pulsaciones del frío. Hay un camino que se sueña, un acantilado que persiste en el borde de ese mar que se termina, en esa línea imaginaria en que se separa contra el cielo. Un tambor extraño desgarra las notas secretas, las que nadie ha tocado, las que llevan en si la nostalgia que se abre en amapolas. Las luciérnagas han venido y te rehuyen, dejan sólo la luz que las abraza en la inmensidad azul que nos embiste. Amor, las grullas han hablado. Se refugian en la luz que las domina, desamparadas en la sombra que las sigue. Qué instantes desolados, cómo nos miran los ojos contra el cielo. Amor, en ti se desnudan los claveles y se mecen los momentos, como si el tiempo sólo existiera en los labios caídos del amor, como si la hierba desvaneciese el tacto ígneo de tu piel, como si entre tus piernas sólo hubiera un latido que se inmiscuye en una esperanza loca. Es oscuro el recorrido de un deseo que es inmanente a ese acecho que mira a través de las palabras, un verdor dentro de ese azul que se enreda en la mirada que susurra contra el cielo.

domingo, 26 de julio de 2015

Me derrumbé en los pétalos malditos

Amor, me derrumbé en los pétalos malditos que cogí cuando te fuiste, cuando la luz se me ahogaba y el corazón cesó de respirar, y mis lágrimas fueron tuyas como mío es el espejismo. Cada noche espero ver el palpitar en las estrellas. Cada día amanece con el cielo cubierto de esmeralda. Cada tarde se oculta el sol y sale por tus ojos. Camino y pelea del camino, ciudad estrecha, por tus calles los profetas adivinan con cigüeñas. Amor, perdoné todo el mal que otros hicieron, mas no olvidé el dolor. Él me hizo fuerte en una fragua triste. Allí vislumbré el poder de un Dios que nos recrea y nos otorga un cuerpo para amar. Se mueven las flores del dolor y todo lo iluminan. Crecen en los cristales que se cierran en invierno y allí terminan de tejer la primavera. En los aledaños del volcán se ciernen las lilas y se emborrachan con la lava. Te doy palabras a cambio de tu esperma. Me das una estrella que cayó a tus pies. La cogiste. Era para mí, para que cuando se me muriera en el regazo te pensara, y te cubriera con los besos que me daba en su agonía. Amor, se encaminan las águilas por debajo de los árboles. Van caminando para ver si dejas huellas, si puedo perseguir tu rastro entre las hojas que se rompan cuando septiembre entre en tu mirada.

Me desvelas cuando callas

Amor, me desvelas cuando callas, cuando viene el silencio y me posee, cuando en lugar de ti me das las hojas que pronto caerán, y entre los árboles, tendida, con el corazón en la palma de la mano, te digo que si quieres seré tuya y tuyos serán mis bosques y los prados donde se alimentan las abejas. Amor, sólo deseaba que continuase el rito del deseo, que entre sábanas imaginarias devorases lo que hay en mí, no sólo mi cuerpo. Quiero desnudar el alma, que tus besos me lleguen allí donde terminan de ver los ojos, quiero amanecerte, que redoble en mí el corazón cercano de la ausencia. Tengo dos corazones en el pecho. Palpitan en el musgo que me crece entre las piernas, se reflejan en mis muslos y palpitan entre sueños. Soy mujer y anhelo flores. Me deshago del acero. No preciso de armadura. Soy mujer, y como soy deseo un templo donde el amor regrese, me haga sentir niña y mis lágrimas se pueden caer porque tú me las limpias con tu semen.

lunes, 20 de julio de 2015

No llames para entrar

No llames para entrar. La puerta está abierta, y la ventana. Los cristales sin ti se me vacían, y las persianas rotas sugieren esa luz que llevas dentro, esa luz que desparramas por mi casa y que es amiga de mi sombra, como si al desnudarme toda tu luz me reflejara en las miríadas de espejos que hay en tus ojos. Desnúdame tú, quítame todo. La blusa y el sostén, la falda con las bragas, los zapatos ligeros del verano, la piel que te doy, mi cuerpo, y mi palabra. Fóllame, sí, fóllame. Y después me besarás, será tuyo mi latir, el corazón que se pliega en los recovecos del ansia, y que el amor convierte en esmeralda. Amor, esperaré a que la distancia se aminore, y al llegar ese momento en que los árboles se quitan sus alhajas, seré toda para ti, y mis pechos al pensarlo se endurecen. En ese tiempo del otoño seré como esas hojas que caen en la tierra, y caída entre tus brazos te diré que en mi deseo desperté en ti miles de veces y que la sangre se me sube como si ahora estuvieras a mi lado.

domingo, 19 de julio de 2015

Las marcas siguen tu camino.

Las marcas siguen tu camino. Cuando llegó el agua las cicatrices en sí mismas se volcaron, y en la fe fueron como esas hojas que se derriban en octubre, y que el aire lleva a los lugares sin nombre, porque nadie puso un solo pie en su suelo sagrado. Amor, has venido y las señales ya no están, esas heridas con sangre negra y corrompida se desvanecieron por un cielo en que ocurren esas nieves que todo lo perdonan. El sudor me las traspasa y en su origen es como si hubieran fallecido, como si su muerte supusiera el nacimiento de las flores en la escarcha. En el lugar oscuro las cicatrices resucitan como niños que ignoran el dolor, porque están muertos. Me acerco a ti, y entre la niebla del pantano veo una tierra florecida. Es el verbo de Dios el que cae en el destino del hielo, y lo derrite, para que los glaciares se muevan en el mar, y nadie los atrape. Soy como un glaciar flotando con sus colores al sol, y el frío desvive el oleaje, ese frío que penetra en el agua y se derrama, ese frío que arde en las manos que queman todo lo que tocan. La carne es como el cuerpo y vive en los aledaños en que los árboles sienten el silencio de los pájaros. .

Amor, te me aconteces.

Las musas bajaronen la parada del autobús. Es un sitio prosaico para que baje el amor, pero el amor, si sabemos mirar, está por todas partes. Amor, te me aconteces. Pasan los coches, y me parece estar en duermevela. Siento tus paisajes, siento esas casas en que estás, y que te ofrecen, como me ofrezco yo, con un ramo de amapolas que me sudan en las ingles. Como esas flores que el sol llega a quemar, te pido el agua, y una aurora arranca en otras horas en el fondo del océano. Vivo tus amaneceres como si un ciprés se deshojara, como si el follaje que habita en mi cuerpo sobreviviera al invierno con espuelas en las palmas. Amor, cómo se suceden los viajes, cómo el verano se me anda, en qué celebraciones el amor vive en el templo, como yo misma soy una ofrenda de agua, cómo viene el aire sobrevolando las raíces, y el fuego quema con el sereno semblante de un ángel. Amor, me precipito con alas, y antes de caer me elevo entre cerezas. En mi boca sólo caben esos besos que me das, y la mañana ralentiza los detalles que expurgan el amor. Me detengo. En mis detenciones vive el deseo de correr, de envolverme en ese cielo que es azul en todas partes, y que me llevará a ti cuando la estrella se oculte, iluminada.

Siento que te oigo respirar

Amor, siento que te oigo respirar bajo los árboles, siento tu corazón en el adentro del que es muestra ese cielo que sueña por nosotros. Amor, cómo vienes sin venir, cómo vuelves sin haber ido a ningún sitio, y en este viajar constante, yo, que era el árbol que arraigaba en el incendio y que hundía sus raíces brutalmente, me convierto en nómada. Por ti puedo llevar conmigo mis raíces, el polvo de mis muertos y el dolor de aquella edad en la que el miedo oscurecía cualquier atisbo de amapola. Puedo coger esas raíces y llevármelas. Mis raíces eran duras, clavadas con metales, y sólo la fragua del amor las desenclava. En mi libertad elijo tu camino, que la vida me trajo como todo, en sus manos verdes y enrojecidas por un deseo que inventa sus propias nubes. Un día lloverá en el mar. Será una lluvia cristalina y silenciosa. Un día encontraré ramas de besos, flores en montañas donde vive la nieve amaneciendo un cielo blanco, me desnudaré de albas y de dudas y seré en ti lo que siempre fui, aunque a mí misma me ignorara.

Soy

Soy, en este sol que cae, en este cielo que vislumbra un acontecer del corazón, soy como en una piedra que al abrirse hay agua y mana como una fuente que ha olvidado su oscuridad. Hay un cielo que escapa, palpitando, y se guarece entre las lilas. Como ellas crezco en ti, en los dólmenes que fueron míos y que un día abandoné. En el beso me das la circuncisión del frío, la ablación de la sombra, y te soy, sin ser. Como una orquídea silvestre, abro mis hojas. No quiero cortar las rosas. Quiero verlas florecer en mi cuerpo, cómo mi carne se vuelve pétalo cubierto de amor, y de hierba del amor, como si la luz pudiese cubrirme, y te deseo en mí, en mi piel, en esa piel que sabe lo que saber no puede, en esas nubes que esperan para diluviar el ardor. Callan las hojas del amanecer. Esperan la noche que vendrá, que a sí misma se sucede con la negrura silenciosa, con el sueño que en sí es poesía. Cuando te escribo estás aquí, y eres, y por tu mirada, soy.

viernes, 17 de julio de 2015

Qué dia

Normalmente escribo poemas por la tarde, no por la noche. Es un ritual. Mozart y los poemas. Y algo para comer. Pero hoy tenía prisa. Quería terminar la obra de teatro. Pero no ha podido ser. Hoy no me ha venido lo cómico. He pergeñado una escena que está bien - una escena de transición - pero la escena final es pobre y no tiene fuerza, si comparo con las escenas anteriores. Así que he cogido cuatro folios escritos a mano y los he pasado al ordenador. Tenía prisa, no me gustan los trabajos mecánicos. Me aburro. Acabado el trabajo autoimpuesto - y es que realmente quiero terminar la obra de teatro y ponerme a hacer las acotaciones pertinentes - ha venido la poesía. Y ha venido desde muy adentro, desde donde vivir la poesía, en el lugar de la psique donde viven el deseo y el amor. Amor, qué día me trajiste y me dijiste que tus brazos llameaban por tenerme en ti, y yo quería envolverme entre las piedras duras que te nacían en las ingles, en la opacidad de un abrazo en que se me ocultaba mi propio corazón, porque al desnudarme no lo miraba. Sentía que al mirarlo la niña que me vive lloraría, porque tú, amándome a mí, también la amabas. Hay un amor que nace de la escarcha. Hay un amor que nace al encenderse el hielo con la lava. La nieve ardiendo, el rocío cálido de julio en la piel, agua de la noche que retiene la memoria de los sueños, los incendios, el semen que se derrama venciendo a la misma madrugada. Intensidad del deseo que lo elevas hasta el Réquiem, que me nace y me desarma. Quiero llegarte, llegar sin nada, sin ningún metal en mi cuerpo que haga de coraza, sin yelmo y sin espada, sólo con amor en los ojos y deseo en esta carne que es la mía, que conoce el dolor y el llanto, que más de una vez ha muerto, y en la destrucción ha revivido, en un ciclo incesante de renacimiento y muerte, en la que el amor construye un templo en su nombre sagrado.

En el olvido...

El poema de hoy Amor, en el olvido hay una pequeña llama que refulge, y es sagrada, como sagrados son los lutos que nacieron cuando la muerte se llevó el incendio. No quiero tocar mi cuerpo. Es para ti. Yo no sabía que en un instante un hombre me esperaba, y yo le esperaba sin conocer el momento de la espera; ahora la sangre tiene un sentido, un motivo de ser; se me agolpa en los pechos y se me seca en la piel, como si me lloviese en las venas, como si las arterias conocieran las palabras del amor. Hay una brisa de mar que nace. Está llena de crisálidas. Hoy el ritmo es de deseo. Hay un punto de temor que se convierte en más deseo, el de transitar las nubes y el de vivir en tus lugares, el de atravesarse entre las sábanas, y besarte, con el dolor de los muertos a la espalda. El alma tiene circunstancias: se alimenta de árboles, de hojas de puro verde, tan verdes que parecen un mar de enredaderas que viene hasta mis pies, y las cojo, poniéndolas en el cuello para cuidar mi voz, que no se apague, que no quede entre cenizas, porque es viernes y el amor es un regreso.

jueves, 16 de julio de 2015

Hay cien pasos que doy hacia delante

Amor, hay cien pasos que doy hacia adelante, y no sé el camino que se abre en el océano. No lo sé y al mismo tiempo si lo sé, en las imágenes que me bordan las noches cuando duermo, cuando pienso en ti y el dormir se dificulta, y te me apareces en la cama y quiero que me folles, como si el sueño se encarnase entre las sábanas. De rodillas ante ti, rezando con mis labios en tus ingles una oración a la divinidad que nos dotó de sexo, para que nos amáramos en su mayor honor, para su gloria. Oh, amor, que desde lejos llueves, y te quedas en mí para ausentarte. Permaneces dentro, y no te vas, porque has escrito mi corazón y tus palabras son el agua que me bebo. Amor, que me decides y yo voy, como si en mí hubiera un afán extranjero, un ansia extraña de volar a otros paisajes, de contemplar las flores en la tierra donde crecen, de ver el cielo desde los confines de los valles, donde las montañas nevadas se van con la misma nieve, donde la primavera es larga y coincide con los latidos del fuego.

La piedra se oscurece

La piedra se oscurece. En sí misma es tierra, y se rompe cuando el trueno viene desde lejos a traer la lluvia, cuando cae el agua sobre el sudor, y el cuerpo humedecido es como un trébol que alguien guardó en un libro, que conserva su verde y su pálpito de planta, mojado por la tinta, tatuada el alma. Me tatúas esmeraldas. Las llevo sobre los dedos de los pies y pisan fuerte. Tus manos me las dan y yo me enamoro, como se enamora la luna con sus mares secos, humedales de nubes preñadas por el agua que subió del suelo. Arrancaré la raíz del río. Será manantial entre los besos. Dejará de correr hacia ningún sitio. Se recogerá, replegado, en su mismo amor. Nos beberemos los arroyos que visita el alba, seremos una sangre sola, una sola ausencia. Un grito atravesará la madrugada. Será la noche que te cantará una nana, una estrella que desde el cielo nos guiará el corazón hacia el estanque donde los cisnes cantan.

miércoles, 15 de julio de 2015

Regreso a dónde no fui (Poema inclasificable y confesional)

Regreso a dónde no fui. Cojo el camino que olvidé. Me late el amor que sentí cuando era niña y las trenzas me saltaban al correr, cuando rompía las muñecas y jugaba al balón, cuando me negaba a ser mujer, y detenía el paso del tiempo por mi cuerpo que la sangre marcaba claramente. Ser mujer era un castigo: un no te muevas, las piernas juntas, ya no juegues con los niños, no dejes que te toquen, no te beses, cásate. Y todos los meses venía, como un recuerdo impío, aquella menstruación que tranquilizaba, no había bebé, porque el miedo era intenso y la virginidad no era garantía. María era virgen, y parió. Me miraba en el espejo. Me crecían los pechos y el vello aparecía. Y el deseo. Pero era mujer y era prohibido, hasta que un cura decidiese que era lícito. Las madres vivieron la posguerra. La edad media apareció, virulenta y amargada, entre sotanas, entre hábitos de monjas malnacidas, entre la pobreza, el hambre y la miseria moral de toda una generación de mujeres mutiladas.

Me lleno de penumbra

Amor, me lleno de penumbra. En la oscuridad se dan los besos, que iluminan lo oscuro de la estancia, que derraman flores de tu boca hacia la mía, y yo te doy en los besos lo que soy, porque te amo. En los caminos del alma me interrogo. Me pregunto cómo ha sido que el verano llegó entre los sarmientos de una vides llenas de vida, llenas de ese vino que el Cristo volvió sangre, ese vino que traspasó los racimos y se me volcó en las ingles, para que me dijeses entre versos que me amabas, que me deseabas, y me querías besar en las noches de la iguana. Amor, qué tiene el tiempo que huele a río, que lleva en sus fases el agua y que es siempre el mismo, ese río en que el líquido permanece siendo líquido y que siendo, es siempre distinto, como diferentes somos al amar, una diferencia intrínseca que va girando, que dando vueltas se perfecciona y que perfeccionándose nos lleva el alma a visitar las más altas estancias de los castillos que nos viven el corazón, y nos estallan.

En mis ojso encontrarás el alma

Amor, en mis ojos encontrarás el alma. Es por la tarde, y tras el sueño, es la hora de usar las palabras del amor, y entregártelas, y me salen de lo más profundo de las ingles, de allí donde los sustantivos toman un relieve en que los valles se llenan de lluvia. Hay un ancla en mi corazón. Busca el lugar donde arraigarse. Ha arraigado en ti, y no le importa estar desnudo, no le importa latir en la distancia, en el tiempo de esa distancia, en que aún no sé, pero sin saber sé, por el amor. Hay imágenes que llegan, que subvierten lo real. En la mirada llevo esa desnudez que sabe latir, que sabe abrirse, y me palpitan las estrellas como si en lugar de vivir a ras habitara el cielo. Amor, las luciérnagas hablan. Su voz es pequeñita, y alumbra esas prohibiciones que cayeron de la piel, la marca que dejó la luna entre mis piernas, que tu cogerás cuando me folles y en ti quedará la memoria para siempre.

martes, 14 de julio de 2015

El fuego

Amor, escuchas cómo crece el fuego, cómo va hacia las estrellas. Las llamas se eternizan y quedan en las brasas, que recuerdan lo que aún no ha sucedido, y esperan en el momento el momento de engendrarse, el instante en que mi cuerpo te hablará, como ha hablado con la lluvia. Hay briznas que escapan en realidades que ignoramos, y en nuestra ignorancia serán nuestras cuando toque, cuando llegue el día en que el destino nos las ponga entre las manos, y seamos valientes acogiendo lo que la vida nos regala, el amor que llama y que al abrirle nos cubre con las dádivas. El amor, ¿de dónde nace? La palabra tiene la fuerza del verbo. El verbo actúa, y es su poder el transformar el alma. Hay una gruta silenciosa donde la oscuridad se asienta. Cuando termina vemos un rosal con flores blancas que iluminan la negrura. Son las flores que nos crecieron en el corazón, las flores que la sangre nos deja en el tiempo del amor, como si amar nos convirtiese en ángeles con sexo, como si amar nos ayudase a conocer el origen del ansia.

Las gaviotas

Oh amor, oyes cómo las gaviotas se elevan en el mar, y cómo se inclinan a besarlo, como si el dios que lo vive estuviera muerto y lo resucitaran con sus besos. Se echan a volar y en el cielo un ángel las espera. Crece la hierba en las nubes, hierba desatada, atormentada por la electricidad que suena en un eco de luz, hierba que cae a tus pies cuando llueve y con la que me bordo un vestido para no estar siempre desnuda. Hierba en mis brazos, hierba que me cae de los pechos, hierba que en las ingles se convierte en zarza ardiente, donde habla Dios y su palabra es el Verbo. Moisés separó las aguas, y el mar se rindió a la palabra. Se rindió y, profeta del amor, atestiguo que me arrodillo en tus ingles, que tu semen cae en el desierto para alimentar al peregrino que soy, que anhela transitar para conocer y para ser, para desear y amar. Entre esos besos líquidos, el océano. Un océano que extiende sus raíces y que arraiga en la tierra prometida en que el amor es la sangre del dios que duerme.

Las rosas vienen a buscarme

Las rosas vienen a buscarme. Me llenan con su olor, y me suscitan sus colores, como si en mis ingles florecieran, como si en mis pechos surgiera un espejismo de amor, y mis ojos detuviesen esas llamas que pueden marchitarse. Entre las sábanas mi cuerpo se llena de memoria, olvida todo lo que no es de ti, y entre trazos de una nostalgia abrasadora, lo ignorado me sucede y vive en mi país donde nunca ocurrió nada, donde nunca tus labios se posaron en mi carne con el deseo de un sol naciente. Amor, ¿querrás follarme un día en el cobijo de tu cuerpo? ¿Querrás detener ese reloj que nos bulle y nos avisa que es finito? ¿Querrás vivirme con tus ingles, querrás quedarte un momento y besarme entera? Toda yo soy un crisol que pasa, y espero que los días te amanezcan en los ojos. Sé que me verás desnuda, con el corazón y el miedo del corazón latiendo, y te seré vulnerable como nunca he sido porque nunca le entregué a nadie las flores más hermosas que me nacen dentro.

domingo, 12 de julio de 2015

Reflexión

Ayer se conmemoró que hace veinte años que ocurrió la matanza de Srebrenica. El Estado Islámico sigue asesinando gente. En todas partes del mundo vemos hambre, guerras y destrucción. En esta Europa civilizada en las que gente supone que estas cosas "no pueden pasar" y que son propias de gente supuestamente bárbara - como si los europeos no fuéramos tan bárbaros como el que más - miro a mi alrededor con impotencia. Cómo en esta sociedad occidental morimos por dentro. Cada vez hay menos humanidad, cada vez menos empatía, cada vez menos deseos de ponernos en el lugar del otro. Afortunadamente hay muchas personas que valen la pena, pero son islas en el mar del egoísmo más desenfrenado y de la soledad más terrible. En ninguna otra época la gente ha estado más sola, más abocada a los mundos virtuales que son un gran complemento - y muy valioso - pero que no pueden sustituir la realidad. Nunca la gente se ha centrado tanto en una relación de pareja para evadir la soledad, no porque la otra persona importe. Se aspira a la disolución, a dilurse en los demás, no a afirmarse en los demás y compartir lo bueno y lo malo que tienes. Muere la pasión y muere el deseo, y con ello, muere la vida. Sólo se quieren los buenos momentos, y sin crisis no hay cambios, y sin cambios no hay vida. Todo se calcula y se mira si conviene, como si fuéramos máquinas. Como si a veces no fuera bueno elegir lo que no conviene. Se quiere adaptar la realidad a nuestro deseo y eso es imposible. Lo posible es adaptar el deseo a nuestra realidad, no negarlo ni reprimirlo ni anularlo para no sufrir. Lo negativo que sucede en la vida puede tener consecuencias muy positivas si se sabe asumir. Del dolor crecen las flores del amor. Y esa verdad la enseña la vida y es incuestionable. Negamos todo: la vida, el amor, el deseo, los límites a ese deseo, el silencio, el tiempo. Así se vive sin vivir y se muere sin haber vivido. Seamos valientes y vivamos, no como si cada día fuera el último sino con sentido, con historia, como cada momento se sucede con el otro, viviendo el ciclo del nacer y del morir todos los días, aceptando el dolor sin buscarlo, porque vendrá, eso es seguro, y viviendo el plenitud desde el café con leche del desayuno hasta el instante del sueño, esa pequeña muerte diaria que nos sume en el mundo de los sueños y que es imprescindible para un nuevo nacimiento.

viernes, 10 de julio de 2015

Las flores blancas

Las flores blancas son para damas. Las flores rojas son para locas. Las flores negras son para muertas. Dame una blanca con una rama. Dame una roja para mi boca. Dame una negra que ella me espera. Me das la azul con el Talmud y la amarilla de las esquinas en donde el verde nos humedece.

jueves, 9 de julio de 2015

Amor, el bosque está oscuro

Amor, el bosque está oscuro. Me adentro entre la hierba, la hierba que crece a su albedrío, los matorrales que se espesan como me cierro yo entre las frondosidades de unas hojas que tocan en el suelo. Amor, me derrumbé. Esperaba el paso de esa estrella para que me trajera tu palabra, pero al no llegar a mí, las mías se volvieron espías de las tuyas, se volvieron centinelas que guardaban un corazón en duelo, como si el luto pasara a ser parte de mi piel, y la sombra fuera su amuleto. Entre esquirlas de luna sucedió que no volviste. Te anclaste al mar, y yo me marchitaba. Al enviarme los pájaros para que hicieran los nidos en mis pechos, mis pechos se calmaron, entre las alas se calmaron, y así mi corazón no latió solo. Las aves fueron un palpitar de la memoria que quedó encharcada de recuerdos, como si el agua se desbocase en el sudor, y la calima suspiraba y se expandía por la carne, y en ese calor de inmensidad se oyó una voz que calla y llora.

miércoles, 8 de julio de 2015

Amor, he pasado los caminos

Amor, he pasado los caminos, me he envuelto con las piedras, y espero la lluvia que vendrá cuando Narciso se refleje en tu mirada. Hay un bosque entre mis piernas, y las lechuzas le dan sus ojos a la noche. Siendo noche miro tu amanecer, como un beduino que se busca en el desierto. Palmeras grises anuncian un alba que todavía no ha nacido, un alba que brilla en su despertar, un día que se prepara al sol y el olvido de ese sol cuando se vaya, que iluminará la luna sin ser visto, como un misterio que se guarda en las profundidades del amor. Somos voraces como el vino. Caemos y vivimos en ocasos permanentes, con la única compañía de unos árboles que prendieron los corazones y guardaron los secretos entre lunares que se fijan en la sangre. En cada árbol hay un puente. En la mirada de los búhos se quedó, en ella permanece, como se queda la noche en el espacio, que ve lo impenetrable cuando todo dormita, y que es ciega cuando las oscuridades nos llenan los ojos con las fuentes.

lunes, 6 de julio de 2015

Amor, regreso a ti,

Amor, regreso a ti, al monte sagrado en que Abraham iba a sacrificar al primogénito con las dobleces del puñal, allí donde envainaba la península en el nombre de una fe presuntuosa, que pedía la muerte y no la vida, que entregaba sangre y cuerpo hasta que el ángel habló con voz de ángel y afirmó que Dios no quería sacrificios en su nombre. Que la fe de Isaías me acompañe y bendito sea el nombre de Yavhé, y que todas las inmolaciones sean incruentas. Un día fui hecatombe. Me esperaba el altar, y las cuerdas se me ataron en las manos, en los pies y un pañuelo me apareció en la boca impregnado de silencio. Cuando la daga me entró en la carne y abrió las circunvalaciones del dolor aprendí la dádiva del Verbo. Se me dieron las luciérnagas y las luces que la noche en sí misma se contiene. Tú me diste el sol, y ahora necesito iluminarme a medianoche, necesito la negrura en que te amé, y durante el día amanecerte entre mis brazos y besarte como si tus ingles fueran ígneas.

viernes, 3 de julio de 2015

Amor, a expensas del silencio te daré mis palabras,

Amor, a expensas del silencio te daré mis palabras, y las cortaré en pequeños ramos como si pudieran florecerte entre las ingles. En las cimas más salvajes encontraré la serenidad, el pulso de la nieve que ni en verano se deshiela, ese frío antiguo que es la segunda piel de las montañas. Resucitas entre nudos. El agua atraviesa las horadaciones y engulle la sangre, y el fluir de la misma sangre por los hemisferios del corazón. Amor, he perdido la estrella que me diste, y ahora sólo están las sombras. Me inclino en esa oscuridad que sobreviene como si el útero de mi madre pudiera contenerme. Los cartílagos de la noche tienen púas. La noche se cerciora de su afán caníbal. En esa niebla deseada, en esa oscuridad primera, late el fuego subterráneo. Es la pulsación del Hades, el brillo de las aguas negras que me olvidan de mí misma. Amor, la Estigia me resbala, y sólo tú vienes por encima de sus aguas.

Amor, escogí los caminos de la hierba del pensamiento.

Amor, escogí los caminos de la hierba del pensamiento. Con la ella bordé las sábanas de la cama nupcial, y en la hierba se extendía todo el amarillo de la creación. Sí, era amarilla, como amarillo es este verano que a pequeños golpes nos avisa de su consumación y sus ultrajes. El verano nos ultraja. Nos cubre y nos descubre entre los sueños de las siestas, y al despertar ajena al tiempo, veo cómo ha transcurrido en los relojes que marcan su transcurso y que afirman que volverás, que sólo falta esperar a conseguir que vuelva el cielo. Amor, desde los caminos de amianto veré tu nombre. Las letras me pesan en el corazón, y las convierto en hierba para que en regueros marquen el destino. Hay una hilera amarilla en el subsuelo. Allí sueñan las gaviotas. Sueñan con el mar y el alimento de ese mar que no les miente, un mar sincero de agua verdadera. En mis sábanas hay un lupanar, y entre velos acude la luz para mostrarme, para que mi desnudez se resuma en ser sencilla, y también sea torpe, con mis patas de cigüeña.

jueves, 2 de julio de 2015

Cómo hablar de los libros que no se han leído

He empezado a leer otro libro. Se titula Cómo hablar de los libros que no se han leído, y es de Pierre Bayard. Lo publica la editorial Anagrama, y un amigo me regaló la edición en libro de bolsillo, en la colección Compactos. He leído los dos primeros capítulos. Es interesante su visión. El primer capítulo habla del bibliotecario de El hombre sin atributos de Musil - que no he leído, siguiendo con el juego ja ja - que no ha leído un solo libro de la biblioteca que está a su cargo pero que tiene una visión de conjunto de la mayoría de los volúmenes, que se cuentan por millones. Este punto de vista tiene parte de verdad. Es cierto que hay libros que no se han leído pero que podemos colocar en una época, en una corriente, en un "lugar" literario. A mí me pasa con la mayoría de los poetas del 27. Mi intuición me dice que no van a gustarme y así es. Cuando lo he intentado, se me han atragantado todos salvo Luis Cernuda, que me encanta, pero es que Cernuda sigue una tradición literaria diferente a sus coetáneos y es mucho más original que ellos. Así que leyendo poco a los demás sé que su estilo no coincide con mi gusto literario. Y si lo sé es por una ubicación que se dieron ellos mismos: la admiración por Góngora. Y es que yo no puedo con él. El mismo Lezama Lima, que sigue una tradición culterana, se me hace inaguantable. Entonces, ¿para qué sufrir si para mí leer es un goce? El segundo capítulo trata sobre los que opinan sobre un libro - además de situarlo en época y tradición, además de la visión de conjunto - hablan sobre el libro hojeándolo, sin leerlo por entero. Y uno de los ejemplos que pone es el obituario de Paul Valéry a Proust. Soy una lectora de un estilo muy diferente. Normalmente empiezo por el principio y sigo una lectura lineal, de página tras página hasta que llego al final. He dejado muy pocos libros sin terminar. Uno de ellos Mazurca para dos muertos, de Cela que se me hizo insufrible. Me confieso admiradora de la novela decimonónica. Soy poco amiga de los experimentos tipo Joyce. Supongo que es por mi forma de ver la vida. Soy analítica y racional, aunque muy intuitiva. Y en la unión de la sensibilidad y emocionalidad con la capacidad analítica - que es y debe ser fría - los experimentos me son ajenos, porque no me suscitan emociones ni pensamientos. Y a mí el juego por el juego no me gusta. No le encuentro mucho sentido a hojear un libro. Me gusta el misterio que desprende, hojearlo me parece una violación. Es como entrar en un territorio sin que te den permiso: si se ha escrito primero unas páginas y después otras, mejor seguir el orden que marcó el autor. Si estableció una estructura por algo es. Es como cuando entramos en la vida de otra persona: entramos despacio y con cuidado. No entramos ni nos gusta que nos entren de golpe. Es como un baile, como el juego del cortejo. Los libros son como amantes: nos seducen con la portada, con el título, Si es poesía podemos mirar de leer algún poema para ver wi es un estilo que nos agrada, pero si es prosa eso no tiene mucho sentido. Los libros son inabarcables y lo sabemos. Deberíamos tener muchas vidas para poder leer una ínfima parte. Pero el hecho de que leer uno es descartar millones no debería importarnos. También elegir un hombre o una mujer es descartar millones, también elegir un camino en la vida es descartar los otros. Es una condición que tiene la libertad. Y a mí me parece maravilloso que sea así. El caso es que la elección nos dé contenido y nos enriquezca. Y perdón por la perorata.

Amor, ¿dónde has escondido la penumbra?

Amor, ¿dónde has escondido la penumbra? Necesito dormir, y mientras tanto besar tus almohadas, el sudor que cae por las noches de este julio que se inicia, incipiente como un mago. Amor, ¿y la negrura? La he visto pasear por el jardín, la he visto acumularse debajo de las piedras, y he visto cómo el mar oscuro arremetía incontrolable en los sueños de mi casa. Preciso esa oscuridad que me ocultaste, ese dormir ajeno a las historias, ese refugio hecho de paja y sal, esa lluvia que sigue derramándose en mi cuerpo sin recuerdos. La paz me viste con las sedas que recogiste para mí, para esconderme de ese sol brutal que todo lo persigue, para ocultarme de ese fuego que desvive mi corazón y lo delata. Amor, en esta tarde de verano en que las palabras se apresuran, en que los océanos esperan, y los cielos se enternecen, te quiero dar mi amor envuelto en los ocasos que asesinan la jornada, envuelto en rojo, en amarillo, en violeta, y en los colores verás cómo los ángeles se ríen de nosotros y se ríen de la muerte, de su perecedero gatillo, y de su sayal desnudo.

miércoles, 1 de julio de 2015

Me guardé la cama...

Me guardé la cama para que el lince no la descubriera, para que en las sábanas se ocultase el amor, y para que allí dentro nos conmoviese la palabra. Somos verbo, intensamente. Somos un delirio blanco que arde en los caminos de la lava, que la lava distribuye y suscita al pisar la tierra y devorar cada piedra y cada hoyo, como si el fuego pudiera borrar las cicatrices. La lluvia me camina en la piel, y me nace el deseo. El sexo sí, pero no tan sólo. Amor, sí, pero más allá, donde el alma se eterniza, hasta donde llega la palabra antes nombrada, allí el amor es más amor, más puro y más recóndito. La luna lo acoge. En mis raíces hay un blanco color del cielo que de ella deriva. Es el ojo de la madre que todo lo perdona. Hay un ser en sí que me desliza en una lejanía en que los pantanos son agua con el barro. Cristalizo en la penumbra de esa noche que resbala por el suelo, un suelo ennegrecido, calcinado, un fuego que tiene la memoria achaparrada de un enano, que en su propia hoguera se me aísla, y destruye los pecios que el jardín colocó con su espesura.

Amor, hay un instante que se oculta a la mirada.

Amor, hay un instante que se oculta en la mirada. Me apropio los momentos y todos confluyen en el mismo. Soy mi tiempo. El tiempo es el amor, y entre sus imágenes nos construye, nos nutre y nos convierte en lo que ahora somos, dos pájaros que se alimentan en el nido. A veces el amor es turbio porque tiembla el enfoque del espejo, y en ese temblor existe el frío y la dulzura. Soy la que aletea por encima de las nubes, la que desafía al poder oscuro, la que se bebe el licor que te nace entre las piernas con un frenesí que se olvida del mundo. Amor, te encontré en las mutilaciones. Me faltaba un brazo, y me lo diste. Carecía de una pierna, me salvaste. Mis pies pisaban suavemente y me entregaste tus estrellas para que marcara el cielo con mis huellas. Amor, en ti mis manos son de agua, y sostienen mi corazón. Entre mis muslos llevo las bendiciones que el Cristo derramó sobre nosotros.