Añoro el tiempo que no transcurre, el deseo que se enciende en las horas prístinas de este verano que vuelve con sus claros y sus amapolas.
Añoro el tiempo que vivo sin ti, y los instantes me desviven como la misma sangre que me recorre como si fuera la misma penumbra.
Mi Amado, si estuvieras aquí, al lado de estas flores que se derraman en mi carne como niñas hambrientas, sería la mujer que he sido entregada al laurel que pongo en tus manos.
¿Qué hay en mí que es como una mina, que debo descender por la escalera a buscar el diamante que pongo en tus ojos?
¿Qué cristalina fuente es como un río que se llena de crustáceos, que se llena de líquenes y que en el musgo encuentra su reposo?
¿Qué rosa me crecerá en la piel, qué sombra de la rosa me alzará al lado de un cielo proceloso que niega las corrientes?
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