Renacen en ti las amapolas. Me llenan el vientre con tus ojos. Me llena las ingles tu mirada.
Cómo el espejo me muestra la memoria, cómo concluyen las aristas la circunferencia del adiós, cuando despediste a la muerte conquistada y le diste eternidad.
Mi Amado, sientes el batir de las estrellas. Cómo concilian su camino con el negro vacío de la nada. Cómo bifurcan sus fusiones de brillo y de basalto. Las cadenas son como esas esclavas que ignoran su camino, se amarran en la nave, y el timón les huye de las manos.
El amor se sucede despacio. Es como una aceleración del infinito. Se abisma en el frío que lo niega y se siembra por debajo del corazón, como si los cereales alimentaran sus encuentros y la noche llevase a las alimañas junto al río en el que corre.
Como en un sueño levantas las antorchas. Las riegas con el fuego. Las humedeces con tu esperma. Son teas furiosas, y en el canto se oyen las luciérnagas. Respiras el humo de las consagraciones de los cuerpos desnudos que se aman por encima del cielo.
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