Se me vierten los instantes. Se me llenan. Son como una caricia de nenúfares, como un derramamiento.
Se humedece el tiempo entre las sendas de un caminar entre los árboles, entre árboles que agachan la mirada para poder llegar antes al cielo.
Arden las sendas que traen el luto de las conmiseraciones, cuando el duelo se une al despertar, cuando el amor adolece de la pureza prístina del deseo.
El deseo se convierte en un mar lleno de la sangre viva del Cordero, se convierte en palabra que azulea en tus ojos como un mar sediento, es como una esmeralda cuando le quitan el negro de la mortificación.
En nuestros corazones vive la corriente, vive en manantial que todo recorre en su agua mansa, en su agua blanca de contornos grises, que se vive en sus grises y se calienta en los grifos donde va a parar en esas casas sin porticones ni cortinas, sin techo bajo, sólo iluminada por los astros.
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