Hay una nebulosa que me espera. Se me cierne en el ombligo, y me dispara. Soy como un cañón, como un obús que cae entre tus brazos.
Entre tus brazos rememoro aquellos días en que todo era una estrella, en que la vida se nos agotaba en los instantes, porque en ellos se agolpaba toda la sangre y la metralla.
Amor, las armas me sostienen. Soy como un fusil cargado, como una pistola llena de balas, como un mortero, una bomba que cae desde el cielo.
Caigo junto a ti, junto a tus pasos, junto a esas huellas que dejas en el suelo, junto a esa tierra que habitas como un niño, junto a tus castillos de arena y a tu plato de acelgas.
El amor se sostiene entre telares que tejen las sombras. En ellas se mantiene. De ellas es el duelo de los pájaros, el sostén de los milagros, el Cristo que se levanta de la tumba, el olor del cierzo y de la espuma, el deseo de ser y de llegar hasta lo alto, de besarte en la boca y en los labios, de follarte contra el tiempo, de devorar tus huesos y de ser tu cuerpo.
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