Se me llevan el negro de mi corazón. Me lo roban. Y lo necesito para amarte, para ofrecerte mi blancura.
Qué haré sin ese negro que transita por la noche. Qué haré sin esa espada que Damocles puso sobre mí. Qué anunciaré cuando me duerma y el sueño se vengue de mis posesiones del cielo.
¿Con qué lágrimas lloraré la tempestad? ¿Qué soledades me vigilarán desnuda? ¿Qué oscuro tramo del camino se me vedará, como si mis pies no pudiesen pisar el barro tenebroso de los montes?
Mi Amado, coge el águila y pídele que vuele sobre las simas, que descienda en el abismo y que busque en el vacío la negrura, y me la devuelva entre ramitos de azahar.
Me la inocularé en las ingles, para tener de ti hasta lo más fiero, todos los matices del odio más abyecto, todos los detalles del dolor.
Ansío vivir y ansío amarte, mi niño de relojes, mi hombre de espejos amplios y de azogues donde los ojos de Dios se transparentan.
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