lunes, 15 de junio de 2015

Para Fernando, In Memoriam:

Las aguas se vaciaron y se volvieron negras. Vino el silencio y entró sin llamar a la puerta, entró por la ventana del dolor, y se asfixió en los cristales de la pérdida. Muerte, te enamoraste. Era tan bello que lo quisiste para ti, para quedarte su hermosura. Te lo llevaste, y su alma traspasó los muros y las rejas, y ante Dios habló y Dios supo que en ella se encarnaba la blancura, que en ella vivía todo el mar, Y así Él le concedió un océano. Lo que la vida le negó Tú se lo diste: el alma de las rosas, el agua de los nenúfares, la llama que se esconde entre los dedos y que quema sólo en la medida que respira, y en ese fuego sagrado se quema el amor, y a sí mismo se eterniza. Hay pétalos en la comisura de los ojos. Las flores se arrugan y salen con las lágrimas. Lloro las flores que veía en ti, las que te salían en los versos, las que inundabas con tus ojos en esa luz que te envolvía y a la que quisiste ir, y te marchaste sin una despedida, sin un adiós que sosegara ese momento. Eras auténtico en un mundo de oropeles, donde los pedestales son ocupados por idiotas, y esa autenticidad que en la sangre te nacía la volcabas en palabras bellas. En tus ojos se podía entrever aquel que habrías sido en un mundo menos cruel, aquel que yo veía luchar entre los mares de la desesperación, aquel que podía haber mirado a los lados y ver que más allá de la pared había una salida. Fernando, amigo, a veces el dolor es una dinamita que estalla el corazón, y sube por las venas. La mente se inunda y si la esperanza es como un gran pájaro negro, come oscuridad y duerme en nidos negros, lo insoportable se sienta y acostándose se abraza, y su beso es el beso del perro que custodia los infiernos. Fernando, cuánta gente dijo ya no más, y como en prosa se diría: “hasta aquí hemos llegado”. Porque a veces la destrucción es lo único y ella sola permanece. Besaste a la muerte, la llamaste, y ella vino, y te llamó. Nos dejaste tu recuerdo, nos dejaste las cenizas de quién fuiste y dejaste también una estrella en cada arteria que cruza nuestro cuerpo, una estrella que en la profunda noche de la desolación nos cuenta que una vez estuviste vivo y amaste esa luz en que disolviste tu presencia.

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