Caín se derrotó entre sus manos. Se llevaba el espejo de su cara, sus crímenes y su desasosiego cuando vio caer la sangre de su hermano que era inocente como la sangre del Cordero.
Mi sangre también es inocente. Y tu sangre es pura como el río que la nieva, su idiosincrasia de oleaje, y sus brumas perfumadas.
¿Sientes cómo labro junto a ti el cauce y lleno su caudal con el aceite que desprenden las antorchas? Quiero manchar las aguas puras, las virginidades, las santificaciones, los umbrales de esa Jerusalén que se enamora de las hojas del olivo.
Quiero manchar la lluvia que nos desciende hacia el abismo. Mancharlo todo con mi sombra, con el cayado que Edipo recogió para alumbrarse, para proseguir su llanto en el camino.
Sé que el amor es una circunstancia. Amanece en el amor como un milagro una ala de gaviota. Se enreda entre las huellas que dejó con su esqueleto, deja sus huesos separados.
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