Mi hombre, encantador del ámbar, hechizo de luciérnagas. Te encarnas en el día que transcurre como un pájaro sediento, y en la sangre busco las respuestas del amor, las que da entre el agua, y en la misma noche, cuando revela sus misterios.
En ti se abren las lagunas. En ti el agua transparenta lo que oculta el corazón, aquellos nidos que desnudaron sus hojas al ocaso y que permanecieron desnudos.
Así, como el mar amanecido, encuentro tu sal entre mis piernas. Encuentro este deseo que anochece y dormido se alza entre las nubes que dejó tu semen en el cielo.
Amor de jemeres malditos que asesinaron flores, que talaron árboles y espuma, me aconteces en las sombras, y me das la oscuridad para que desintegre la negrura.
Hay vacíos intermitentes en mi cuerpo. Los cubres con tu esperma, con el aroma de tu esperma.
Amor, vienes de rodillas. Vienes y me gimes. Me lloras y amurallas con tus manos.
Mi Amado. Me permaneces. No huyas al punto que marca tu regreso.
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