Amor, qué manantial se me secó que me acontece en su aridez, ahora que el agua vuelve entre mis manos.
Con que ojos me dijiste que era hermosa, y que mi hermosura se prendía en tu mirada.
Amor, entre la luz se evaden las hojas que el árbol plantó para sus sueños.
Entre amapolas me besas el corazón con tu misma sangre, y olvido la memoria que el mar oscuro enterró en la fuente negra.
Mi Amado, se escancian las tormentas. Aparecen como súbditos de los cielos. Se iluminan entre alas de los ángeles y suenan como ecos del infierno.
Eres un resplandor que acecha en la penumbra; un guardián mudo de mi desnudez; un tesoro que sólo yo sé dónde entregó sus últimas lágrimas.
Amor, escuchas los rumores malditos de las inquietudes de los pájaros.
Me alumbra tu voz, y en el deseo se engendran las circunvalaciones. Me traspasan los caminos y yo misma soy la encrucijada.
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