Amor, fui a beberme el agua de las lilas. Era violeta, un surtidor de aire de rocío, una brisa que pasaba por la tarde y que al anochecer permanecía entre líquenes sedientos.
Mi Amado, los rosales empiezan a salir. Lloran con tus ojos.
Mi ansia es fuente, rojo que enhebra la costumbre, río extremo que acaricia el cauce y se mantiene por debajo de las sombras.
Arde la memoria. Arde el tiempo que recorre la memoria. Arden los relojes en mis manos.
Busco tu cuerpo entre las aguas. Busco los humedales de tu cuerpo, las raíces, las esquinas. Busco el celaje, tu nombre dentro de la tierra.
Amor, qué oscuridades nombré cuando encontraba tu senda entre mis pechos. Qué noches vinieron a dejar su huella entre mi piel, entre la dulzura de la piel, y mi tejido.
En el amanecer se visten los pájaros. Renacen entre sábanas. Renacen en deseo. Se multiplican en los árboles que tienden sus ramas en el cielo.
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