El cielo está gris, como tu pelo. Hay nubes que lloviznan, y en voz baja se desnudan los arcángeles.
Me miro el aura. Es amarillenta. La quiero roja para ti, para que esta lava cincele los asfaltos y se incruste por la noche entre las sábanas.
Eres el deseado, el Mesías más ardiente, puro fuego entre las zarzas. Eres el inquieto, el que conoce todos los ángulos de mi cuerpo. Eres el doliente, el que llora las mañanas en todos los rincones de mi sangre.
Adoleces de ese blanco lunar que nos respira. Como una estrella en su dolor estallan las conspiraciones, los vestigios de los ojos de los santos, los minerales que el olvido olvidó entre sus enseres.
Hay una lumbre en el amor que no se muere, mi niño, entre tus brazos. Se me refleja entre los dedos, y en la penumbra me brillan, y en el ansia.
Se anegan los nenúfares como rescoldos en el agua. Absorta en su perfume te recuerdo, amor, en esos besos que me dio la madrugada, y que tiñeron mi latir con el negro más puro de un vacío que se llenó con las flores del barranco.
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