Me viven los arroyos. Bebo el agua pura de los ciervos. Me huelen las flores que el tiempo secó entre las páginas de una vida que se unió entre los fragmentos y se depositó entre las sombras.
El amor es un espejo que nos ofrecen las flores. Como árboles nos vestimos, con esos pétalos y ese verde que cayó desde la luna, que la luna le dio a su horizonte, que descendió hasta las plantas y las tiñó con el amarillo del oriente.
El deseo es el agua de esa flor que se atraviesa por su cauce, que se arrastra con el lodo y con las piedras, que se suspira y que se llora cuando el ansia se agita entre la sangre.
Si mi corazón te anhela, si mi conciencia devastada está contigo, si te pertenece mi pensamiento, mis más nobles mentiras, mis destrucciones más intensas, sabré que tú me amas por encima de los astros, y que mi sexo contigo está desnudo.
Mi Amado, por encima de mi coño te desvelas. Vendrás al filo de la medianoche, cuando todo se adormece, cuando sólo mi piel te ilumine entre los sacramentos de las flores.
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