Amor, en estos instantes en que estás, en que me vives, en que eres hiedra, entre las cañas de un río que se perdió a sí mismo y que dejó caer en el mar su carga de piedra y lodo, en este tiempo que rodea la sangre del momento en que penetras mi alma dentro de mi cuerpo, te amo más y más, y te doy todas mis sonrisas, todas las conjugaciones y todos los presagios de un futuro inexistente.
Amor, cómo cristalizas los umbrales. Cómo se disipan las fronteras. Cómo se enardecen esas flores que cultivé con el insomnio, cuando se plegaron entre sueños.
Entre las aceitunas vibran los huesos. Son como pequeños dedales en la boca, e incitan a besar, incitan a abrazarse entre las ramas del olivo, bajo los sarmientos de su tronco, inclinado siempre ante la sombra.
Hay un camino de jade. En él siempre está lloviendo. Húmedo por la lluvia, esplende sus colores, se sustantiva en agua. Es flor petrificada, latido de mi sangre.
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