No puedo ver las amapolas. El tren se va deprisa. Pronto llegará sobre sus ruedas.
Cabe el café en una sola mano. Cabe el café en la amapola.
Sé que la luna brilla entre tus pies. En una ancha luna, enrojecida entre los fogones del Hades. Y el carbón antiguo, el negro carbón que alimentó esos relojes traspasados, se tiñó de tiempo oscuro.
Pero, ¡qué rojas son las amapolas! ¡Cómo convierten la penumbra en un deslizarse quedamente de lo negro!
Cómo la raíz se prende de la tierra, se aprisiona, y queda encerrada bajo el alba. Cómo el deseo la construye lejos de los matorrales y su ansia.
¡Qué bellas son las amapolas, que aparecen sin pensar y mueren sin crecer!
Árboles y piedras, anaqueles de metal, furia acartonada, bandera de flores, ramos de horas, ¿dónde estás, que sólo me aparecen las ramas y las hojas? Mi amor, un río me atraviesa.
Veo las amapolas en el agua. Miro cómo resucitan.
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