Amor, permanecí entre los metales. Me cubrí con la hojarasca que el cobre dejó detrás de mí, en un balanceo encadenado donde crujieron las sombras y se fueron.
En este abalanzarse que la noche tiene por reloj, transcurren las horas mientras tanto. En la oscuridad palpita un deseo que se encarna entre esa negrura que se obceca en la ventana.
Amor, te me fuiste en una noche que a sí misma se encerró, una noche en que las sábanas cayeron, y entre sus selvas, entre sus nudos de serpiente, se halló el amor que me dejaste para que en mi soledad me acompañara, y fueran tus besos un agua más allá de tus labios.
Las duraciones del tiempo son como una palpitación en el vacío. Se enredan entre sí y se acontecen. Son como pequeños rayos de luna que tiritan en el espacio brutal de las estrellas.
Amor, cogí tu agua y la bebí con rastros de tu sangre. Comulgué con el brillo de tus ojos. Dejé que tú me penetraras en mis visiones del deseo. Me sucedí entre los espejos que me diste, y convertida en pájaro, arraigué en tu cuerpo y aprendí a ser instante que se refleja en tus manos.
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