Me miro las manos. Están desnudas. Sólo son vacío. Sólo sombras. Las devastaciones dejaron un reguero de polvo entre los huesos y preciso de ti para abismarme y cobijarme de un sol que me cegó, cuando perdí mis ojos en la nada.
Preciso de ti, mi amor, y este deseo que asciende en las raíces, que me llueve y disemina sus colores por ese cielo portentoso, es como una hierba que crece despacito entre los líquenes que salvan los minerales de la extinción, como ubres desatadas.
Preciso tu deseo. Necesito tus vísceras hambrientas. Me necesito a mí, amor, en este pensamiento que se vuelca entre temblores de sangres que me llevan entre el frío.
Mírame y dame esa mirada. Dame el espejo de tus ojos. Dame esa luna que brilla entre las rosas de la noche, esa luna nacarada que respira sus mares encerrados.
No me abandones en ese océano prohibido, no te alejes en el recuerdo e impídeme olvidarte. En ti soy junco y la fuerza de ese junco que el aire lleva y en él se permanece.
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