Al sol le falta el cielo. El cielo se cubrió de escarcha, de vendavales, y entre amapolas muertas se bebió su lecho de ceniza.
La luna cayó en ocasos. Los crepúsculos la olvidaron y se quedó en el cajón del mueble bar. La mezclamos con el vodka y la ginebra y de un trago la envolvemos con membranas.
Amor, sigue habiendo estrellas en tus ojos. Allí nos sobreviven, dentro del iris en que miro cómo sobrevuelas esa oscuridad tardía que se impone vencedora.
¿Dónde quedó el olvido? Mi memoria no es de clavos. Mi memoria es la derrota de las piedras, las que se comen trituradas por ese tiempo inclemente y basto, que vence sobre todas las flores que me mueren en los ojos.
Amor, hay un cementerio de luz. Allí se oculta el deseo, pequeñito, con su potencia enorme, con sus ríos calmados o en riada, con los mares que esperan las tentaciones, que se precipitan en los abismos que el amor abre dentro de sus fosas.
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