Amor, me siento en ti. Como si tuviese una carabela para ir a navegar junto a los cielos y pudiese llegar al horizonte, me siento esta tarde de jueves, y te escribo.
Las crisálidas me nacen, se me incrustan y me viven dentro del corazón. Cuando surgen son como bacterias venenosas. Su veneno es rojo y aparece en las mismas venas que se paran.
Entre las llamas veré todo el amor. Lo veré elevarse, volverse humo. Lo veré saberse en su misma circunstancia, lo veré alto y silencioso, llamando a la puerta que todo lo perdona donde el sabio consulta sus papeles y sus mapas.
El sabio será mujer y sabrá de menstruaciones, sabrá de anhelos y de úteros, sabrá de sacerdotisas dedicadas al dios de los excesos.
Entre las piernas me surge el imprevisto. Amor, cuántas luces me derramas. Iluminas lo más profundo de mis ingles con tus besos. Y en mi coño se detiene el tiempo, como si la noche no existiera y sólo cayese el sol entre mis brazos.
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