Amor, hay en el silencio un alarido que corta las crisálidas. Las cercena, las irrumpe. Colecciona sus pedazos como cromos infantiles, y las tatúa en su piel oscura, de ramas negras y crecientes.
Hay en el silencio una nube que brota de la lluvia. Llueve y el agua se cristaliza en ese cielo que nos sirve como espejo. Llueve en el corazón del mundo, llueve su penuria, su tristeza, su ruindad.
También llueve el amor, y su cuidado. El amor, entre cerrojos, entre puertas atrancadas, entre tapias y cementos.
Amor, los metales se transmiten a si mismos la electricidad del calor que huye, el seno de ese calor y sus luciérnagas, los besos que se dan en el borde de su huida, escapando y cayendo, descendiendo a los infiernos y resucitando al tercer día.
Amor, abrázame y dime que en la lluvia me diste tu mirada, dime que los pájaros se posaron en mi mano como azores, como gavilanes, como águilas y que terminaron siendo buitres para comerme tras mi muerte y ser en ti la que te ama.
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