Amor, disuelves las tinieblas. Mi hombre, ves cómo las piedras se reúnen y el sol las resplandece.
El sol las resplandece entre temblores de agua y de lluvia aún no nacida, entre ríos reincidentes y pétalos caídos.
Aquí hay sillas, un cristal opaco y puertas encerradas. Tras las puertas hay mujeres que trabajan con las penas de los otros.
Amor, me diste palabras, miles de palabras. Me diste amaneceres y en esos amaneceres de luciérnagas invitaste a las estrellas.
El poeta es un abrillantador de estrellas y yo abrillanto mi piel para que el polvo estelar me llene las ingles desde ese cielo de donde cayó sobre mi cuerpo.
Amor, los días me vencieron. Dijiste de olvidarme y en el transcurso de tu olvido te escribí. Mientras me olvidabas yo quería ser en ti. Tú me rechazaste pero yo seguí escribiendo: me habías dado las palabras.
Mis palabras, como mis ingles, eran tuyas. Te las di en una tarde en que los jueves eran jueves, y no dejaban de ser jueves hasta el viernes.
Y ese jueves te las puse en el ojal, y pasaron sábados, domingos, también miércoles y tú sigues olvidándome.
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