Soy como una serpiente acuática que desea comer los peces, que desea inundarse en un lecho de piedras, que busca el cauce y el canal de riego para esconderse de los ojos de Dios.
Me sé impura y volcánica, deudora del zarzal, agua que acontece por un jardín lleno de estrellas, que termina en el mar Rojo de la luz.
Amor, vivir por ti es morir un poco. Amar es el reflejo de esa muerte que se inscribe con letras invisibles en el corazón. Mi esqueleto tendrá una piel que lo recubra, hecha de palabras.
Amor, sabes que me vivo. Amo yo sola en esta inmensidad, y es este mi amor un ofrecimiento, una búsqueda, una parada en la salida del deseo, una brutalidad que me contiene, una plegaria que sustenta mi mismo devenir, como un ábside telúrico.
Entre las huellas de este amor enorme surgen las pirámides. Hay un tono de ternura en esta boca que te desea entero, mis labios en ti, en todo tú, en estos albas que me surgen en las ingles y que convierten los atardeceres en crisálidas.
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