Mi amor, por dónde se levantan las alondras que quieren volar con los vencejos, por dónde van las gaviotas, persiguiendo en ese mar una esquirla de licántropo, amando más al animal que al hombre. Hay una pureza en el pelaje, y esa misma pureza sustantiva el derramamiento de la sangre, ese devorar cíclico de la muerte que siempre tiene hambre y se oculta en su tristeza.
El amor es a veces doloroso. El recorrido en ocasiones es amargo. Tiene una cualidad dura, de diamante hundido entre las piedras, de oro oculto, de mina profunda y levantada ante el mismo Dios que nos escucha.
Amor, si esta dureza me acompaña, si esta orilla se va acercando con denuedo, si la costa me impregna de su sal, si en tus lágrimas puedo reflejarme, si en la sombra hay un aullido que no cesa, entonces te diré que te deseo, te diré que tu esperma me es preciso, y en mi necesidad de ti no temo naufragar porque, si en las profundidades hay búsqueda y camino, sé que encontraré esa corriente que me lleve junto a ti, pues así está escrito en el testamento de esos dioses que desangran el dolor.
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