Amor, en ti, siento en ti, deseo en ti, soy en ti. Mi pájaro loco, mi vendimia. El vino que se quedó entre los labios, que manchó los dientes con la vida, que suspiró con el ansia de ser vino y de quedar en la bodega, en las marsupiales bolsas de mis pechos.
Las amapolas ya murieron, el calor se las llevó. Quedaron los campos sólo verdes, enrojecidos por la noche.
Amor, que hay en ti que me maldice, que maldiciéndome me ama, que hay en mí que te desea, que hay en mí que tras arrancar las raíces de las flores, éstas vuelven a crecer, y yo soy la flor que crece y que devora entre mis piernas el ansia de la palpitación, de la misma palpitación que espera sin esperanza de encontrar lo que guardas en tu pecho.
Amor, me salí a la noche a vislumbrar lo que esconden las estrellas, ese vacío enorme que has dejado, esa pulsación fría que me quema en el verano, en estos días en que hace cuarenta y ocho años que nací a las puertas de los fulgores amarillos de un otoño que llegará sin que tú vuelvas.
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