Amor, besa mis pechos y anégame de semen. Lléname entera, llena mi piel, mis labios, mi corazón. Que me entre tu esperma por los ojos.
Amor, el cigarrillo se prende y el humo se dirige hacia el techo blanco, recién pintado de esta habitación, y entre las brumas tus fotos me señalan el camino que debo seguir, el camino solitario de quien es feliz consigo misma, el camino en que el desierto ya ocurrió, y se sobrepuso.
Amor, aquí, lejos de esas montañas que te retienen, donde estarás aún en algún tiempo, veo cómo se detienen los pájaros en las cuerdas de tender, y te envío desde sus alas mis miles de alas blancas para que tú también te sobrepongas.
Amor, en el silencio hay una cualidad extraña, hecha de basalto y con la hiedra rondando sus escamas. Es un silencio oscuro, de la noche, de esa entraña que se vive y que se quema con la ancestral piedra de fuego con que lucía el sol en las cavernas, cuando el Inca pretendía violar a las doncellas, cuando las doncellas decidían dar el paso, y ser las reinas.
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