Amor, hay un destello que se posa entre mis pechos y que acude a la llamada de la sombra. Hay un bosque alrededor, impenetrable, que no termina, imposible de abarcar y más profundo que el océano que llevas en los ojos.
Me confundí y quise entrar en ese bosque, guiada por el fuego que había en mis entrañas, quise perseguir la misma agua y devorar en ti el mismo hambre que a ti se me llevaba, y con el hambre seguir el espejismo que nacía en el estanque que me surgía de las ingles.
Amor, en el silencio de esa negrura intensa vi llamear el ansia, y comprendí que en la tierra dura, árida y estéril del desierto se despierta la blancura. Comprendí que el bosque era mi vida, y que aquellos caminos encrespados, aquellos troncos decaídos, aquellas flores en las ramas y los brotes eran una eternidad que duraría lo que mi tiempo me durara y cuando yo muriera desaparecería y sólo quedaría el claro donde la luna reflejaba tu nombre y en el acantilado donde los árboles caían existía un borde, una frontera que el amor ponía hecha de redoble de hoja y caña.
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