Amor, te detuviste al pasar donde mi casa, y te llevaste las flores que crecían y llegaban hasta el cielo. En las estelas un camino aparecía, un nudo de pétalos que en sí mismo llevaba el silencio que la boca ofrece con el beso.
Hay una veta dura en el amor, un agua en el espejo que en sí se reconoce. Los metales inundan la corriente, la pisan, la destruyen, y de esas destrucciones nace el deseo, el deseo que se origina de la nada, la nada que mata el deseo para verlo alumbrarse en el cauce de ese mar que no puede contenerse.
Amor, subiste entre las flores y perdiste el contacto con el suelo. Yo te esperaba como el aire espera a la tormenta, como mis ingles esperaban la caricia de tu mano y la llegada de tu semen.
Viniste con la lluvia. Me lloviste. Y en ese agua que palidecía las aceras, que llenaba los charcos con las flores que mojabas, se derretían los troncos de los árboles, y las hojas se ocultaban, como si en esas flores pudiésemos´encontrar cómo volver a nuestra casa.
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