Amor, viniste a casa. Te tendiste en el lecho de romero, me miraste, en tus ojos vi cómo era el cielo y en tu rastro de estrellas encontré mis propios ojos.
Amor, amanecí con la sangre entre las manos, con las heridas abiertas en el cuerpo, con el amor sobrepasando los lugares, con el deseo brutal de acontecer entre tus piernas.
Amor, ¿qué son esos latidos que me hierven? ¿Qué son esos ocasos que esperan a anochecer a que llegues a mis brazos?
Amor, te amé como una hiedra sin raíces, te amé con el soplo de un tifón que se calmase al llegar a tus labios renacidos, te amé como la lluvia, como si el agua fuera yo, y mi yo líquido te alzase y te llevara al mismo pulso de las águilas.
No quisiste estar conmigo. Te llamé una y mil veces. Me escondí. Me oculté a la luna. La desangré. Y en esa sangre que caía de mis muslos había un mensaje para ti, un mensaje hecho de mar de luna inhabitable, como si yo nadara en esos mares blancos y tú enmudecieras.
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