Amor, me diste el mundo. Recogí ese polvo de la estrella que caía. Lo llevé para guardarlo en un baúl, para que en el fondo del baúl te lo encontrases y brillaras más que el cielo.
Amor, qué caminos recorrí semidesnuda, qué aguas visité y qué lágrimas me salieron de los ojos pensando que te ibas, que te ibas por ese mismo camino en que yo veía desaparecer el alma, como si tú te la llevases, como si mi alma fuera tuya y así me abandonara.
Guardé el polvo de la estrella para ti, para abrir un brocal en esta tierra, para abrirlo y sumergirme en el agua que brotase, para que el agua me cubriera todo el cuerpo, y así tapar la desnudez que se significa en la profundidad del pozo.
Amor, me diste la lluvia y yo te doy el agua subterránea, la que da larvas y serpientes, allí donde nacen las crisálidas dormidas, donde las mariposas ascienden en un ruego.
Qué latidos más intensos cuando llueve, cuando se mezcla el agua con la tierra, cuando el barro se resume en ese Golem tenebroso y redentor.
No hay comentarios:
Publicar un comentario