Amor, me envuelvo en algas en ese mar que ya es costumbre mientras canto la pasión y tu hermosura.
Acaríciame una mano suavemente, que haya olas blancas en tu cuerpo y mareas en el mío.
Azules como visiones de cielo visitaremos nuestras tumbas; las acacias llorarán y se vestirán de luto. Pero aún no hemos muerto. Estamos en una Tierra que gira y gira indiferente, en este duelo de las lágrimas que se cubren de pureza por no saber por qué lloramos. Porque pedimos y le oramos al vacío del que nacieron las palabras que nombraron a Dios, y lo crearon.
Hay una gran estancia en esa aurora preñada de tiempo. Observa cómo el amor no se detiene, cómo pasa y gira también como la Tierra, no comprende que soy su sierva, que no nombro su nombre en vano y que es mía Su promesa.
Me faltas, y lo sé. En esa carencia me abrazo y en tintineo te doy todos mis claveles para que los plantes en los tiestos, para acallar las voces de las hiedras que sufren de distancia.
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