El día es gris, como mis ojos. Se me vuelven grises por la ausencia. Gris el cielo y gris la lluvia. Grises las aceras y el asfalto. Hasta el autobús es gris, como mis ojos.
Sólo el amor que me transforma el gris que habita en el instante en un largo momento de esmeralda, éste en que las hojas me devuelven a tus ojos.
Amor, las eternas gotas en la ventana eterna son reales, vibran con el paso de este bus hacia la nada, y en la nada encontrarán este deseo de ser lluvia, de ser las misma palabras que te escribo, de ser yo misma ese amor que se mantiene, y en tu regreso te diré lo mismo que te digo, con el mismo amor que ahora llueve desde el cielo.
Este agua que es común a todas partes y que a la vez es también distinta. No es igual en tu valle que en mi barrio, no es igual en tu verde que en esta carretera transitada, llena de señales y de coches, llena de cemento y de ladrillo.
Pero tras las baldosas hay la tierra, la tierra desnuda que pisamos y vivimos, que nos ama.
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