Hay un cuento muy hermoso de Óscar Wilde. Es el cuento en que un hombre va a buscar al cementerio el bronce que utilizó para el entierro de su Amada, con el que construyó una figura para conmemorar el dolor que puebla la vida, porque necesitaba esculpir la alegría que puebla el instante y no había ya má bronce en el mundo.
La verdad es que el cuento de Wilde tiene una profundidad maravillosa. Y evidente. Keats decía que la vida no era un valle de lágrimas - y no lo es - sino un camino donde hacer el alma, o sea, donde construirse espritualmente. Y Keats murió con veinticinco años.
No voy a glorificar el dolor, pero quien vive de verdad lo siente muchas veces en la vida. A veces hay instantes muy largos, que pueden durar años, de dolor.
Las crisis nos construyen porque son las que provocan los cambios y un ser humano sin cambios es como un niño grande que no sabe de nada ni conoce nada ni ha vivido realmente y se muere sin saber nada, sin haber construido su alma ni en una milésima parte.
Hablamos con Concha de la necesidad de poblar la vida con belleza, de hacerla sublime. No por ello dejamos de ver el dolor, la miseria moral y material que nos rodea. Antes al contrario, la necesidad de amor y de belleza nos hace todavía más conscientes de lo sórdido, de lo miserable, del egoísmo humano, de la carencia de valores, de lo sumida que está la sociedad en la manipulación y en la mentira.
El amor es indisoluble de la muerte. Son la cara y la cruz de la misma moneda. Llevo a Fernando en el corazón. No le olvido. Su muerte prematura y evitable me sigue doliendo. No cierro mi corazón al sufrimiento ajeno.
Creo que debo pensar muy bien cuál quiero que sea mi pequeña aportación, mi pequeño granito de arena, a ayudar que ese dolor que puebla la vida se sustituya por esa alegría que puebla el instante.
Se me ha dado mucho y quizá sea hora de que yo aporte parte de lo que soy a los demás.
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