lunes, 6 de julio de 2015

Amor, regreso a ti,

Amor, regreso a ti, al monte sagrado en que Abraham iba a sacrificar al primogénito con las dobleces del puñal, allí donde envainaba la península en el nombre de una fe presuntuosa, que pedía la muerte y no la vida, que entregaba sangre y cuerpo hasta que el ángel habló con voz de ángel y afirmó que Dios no quería sacrificios en su nombre. Que la fe de Isaías me acompañe y bendito sea el nombre de Yavhé, y que todas las inmolaciones sean incruentas. Un día fui hecatombe. Me esperaba el altar, y las cuerdas se me ataron en las manos, en los pies y un pañuelo me apareció en la boca impregnado de silencio. Cuando la daga me entró en la carne y abrió las circunvalaciones del dolor aprendí la dádiva del Verbo. Se me dieron las luciérnagas y las luces que la noche en sí misma se contiene. Tú me diste el sol, y ahora necesito iluminarme a medianoche, necesito la negrura en que te amé, y durante el día amanecerte entre mis brazos y besarte como si tus ingles fueran ígneas.

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