miércoles, 1 de julio de 2015

Me guardé la cama...

Me guardé la cama para que el lince no la descubriera, para que en las sábanas se ocultase el amor, y para que allí dentro nos conmoviese la palabra. Somos verbo, intensamente. Somos un delirio blanco que arde en los caminos de la lava, que la lava distribuye y suscita al pisar la tierra y devorar cada piedra y cada hoyo, como si el fuego pudiera borrar las cicatrices. La lluvia me camina en la piel, y me nace el deseo. El sexo sí, pero no tan sólo. Amor, sí, pero más allá, donde el alma se eterniza, hasta donde llega la palabra antes nombrada, allí el amor es más amor, más puro y más recóndito. La luna lo acoge. En mis raíces hay un blanco color del cielo que de ella deriva. Es el ojo de la madre que todo lo perdona. Hay un ser en sí que me desliza en una lejanía en que los pantanos son agua con el barro. Cristalizo en la penumbra de esa noche que resbala por el suelo, un suelo ennegrecido, calcinado, un fuego que tiene la memoria achaparrada de un enano, que en su propia hoguera se me aísla, y destruye los pecios que el jardín colocó con su espesura.

No hay comentarios:

Publicar un comentario