jueves, 2 de julio de 2015

Cómo hablar de los libros que no se han leído

He empezado a leer otro libro. Se titula Cómo hablar de los libros que no se han leído, y es de Pierre Bayard. Lo publica la editorial Anagrama, y un amigo me regaló la edición en libro de bolsillo, en la colección Compactos. He leído los dos primeros capítulos. Es interesante su visión. El primer capítulo habla del bibliotecario de El hombre sin atributos de Musil - que no he leído, siguiendo con el juego ja ja - que no ha leído un solo libro de la biblioteca que está a su cargo pero que tiene una visión de conjunto de la mayoría de los volúmenes, que se cuentan por millones. Este punto de vista tiene parte de verdad. Es cierto que hay libros que no se han leído pero que podemos colocar en una época, en una corriente, en un "lugar" literario. A mí me pasa con la mayoría de los poetas del 27. Mi intuición me dice que no van a gustarme y así es. Cuando lo he intentado, se me han atragantado todos salvo Luis Cernuda, que me encanta, pero es que Cernuda sigue una tradición literaria diferente a sus coetáneos y es mucho más original que ellos. Así que leyendo poco a los demás sé que su estilo no coincide con mi gusto literario. Y si lo sé es por una ubicación que se dieron ellos mismos: la admiración por Góngora. Y es que yo no puedo con él. El mismo Lezama Lima, que sigue una tradición culterana, se me hace inaguantable. Entonces, ¿para qué sufrir si para mí leer es un goce? El segundo capítulo trata sobre los que opinan sobre un libro - además de situarlo en época y tradición, además de la visión de conjunto - hablan sobre el libro hojeándolo, sin leerlo por entero. Y uno de los ejemplos que pone es el obituario de Paul Valéry a Proust. Soy una lectora de un estilo muy diferente. Normalmente empiezo por el principio y sigo una lectura lineal, de página tras página hasta que llego al final. He dejado muy pocos libros sin terminar. Uno de ellos Mazurca para dos muertos, de Cela que se me hizo insufrible. Me confieso admiradora de la novela decimonónica. Soy poco amiga de los experimentos tipo Joyce. Supongo que es por mi forma de ver la vida. Soy analítica y racional, aunque muy intuitiva. Y en la unión de la sensibilidad y emocionalidad con la capacidad analítica - que es y debe ser fría - los experimentos me son ajenos, porque no me suscitan emociones ni pensamientos. Y a mí el juego por el juego no me gusta. No le encuentro mucho sentido a hojear un libro. Me gusta el misterio que desprende, hojearlo me parece una violación. Es como entrar en un territorio sin que te den permiso: si se ha escrito primero unas páginas y después otras, mejor seguir el orden que marcó el autor. Si estableció una estructura por algo es. Es como cuando entramos en la vida de otra persona: entramos despacio y con cuidado. No entramos ni nos gusta que nos entren de golpe. Es como un baile, como el juego del cortejo. Los libros son como amantes: nos seducen con la portada, con el título, Si es poesía podemos mirar de leer algún poema para ver wi es un estilo que nos agrada, pero si es prosa eso no tiene mucho sentido. Los libros son inabarcables y lo sabemos. Deberíamos tener muchas vidas para poder leer una ínfima parte. Pero el hecho de que leer uno es descartar millones no debería importarnos. También elegir un hombre o una mujer es descartar millones, también elegir un camino en la vida es descartar los otros. Es una condición que tiene la libertad. Y a mí me parece maravilloso que sea así. El caso es que la elección nos dé contenido y nos enriquezca. Y perdón por la perorata.

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