domingo, 12 de julio de 2015

Reflexión

Ayer se conmemoró que hace veinte años que ocurrió la matanza de Srebrenica. El Estado Islámico sigue asesinando gente. En todas partes del mundo vemos hambre, guerras y destrucción. En esta Europa civilizada en las que gente supone que estas cosas "no pueden pasar" y que son propias de gente supuestamente bárbara - como si los europeos no fuéramos tan bárbaros como el que más - miro a mi alrededor con impotencia. Cómo en esta sociedad occidental morimos por dentro. Cada vez hay menos humanidad, cada vez menos empatía, cada vez menos deseos de ponernos en el lugar del otro. Afortunadamente hay muchas personas que valen la pena, pero son islas en el mar del egoísmo más desenfrenado y de la soledad más terrible. En ninguna otra época la gente ha estado más sola, más abocada a los mundos virtuales que son un gran complemento - y muy valioso - pero que no pueden sustituir la realidad. Nunca la gente se ha centrado tanto en una relación de pareja para evadir la soledad, no porque la otra persona importe. Se aspira a la disolución, a dilurse en los demás, no a afirmarse en los demás y compartir lo bueno y lo malo que tienes. Muere la pasión y muere el deseo, y con ello, muere la vida. Sólo se quieren los buenos momentos, y sin crisis no hay cambios, y sin cambios no hay vida. Todo se calcula y se mira si conviene, como si fuéramos máquinas. Como si a veces no fuera bueno elegir lo que no conviene. Se quiere adaptar la realidad a nuestro deseo y eso es imposible. Lo posible es adaptar el deseo a nuestra realidad, no negarlo ni reprimirlo ni anularlo para no sufrir. Lo negativo que sucede en la vida puede tener consecuencias muy positivas si se sabe asumir. Del dolor crecen las flores del amor. Y esa verdad la enseña la vida y es incuestionable. Negamos todo: la vida, el amor, el deseo, los límites a ese deseo, el silencio, el tiempo. Así se vive sin vivir y se muere sin haber vivido. Seamos valientes y vivamos, no como si cada día fuera el último sino con sentido, con historia, como cada momento se sucede con el otro, viviendo el ciclo del nacer y del morir todos los días, aceptando el dolor sin buscarlo, porque vendrá, eso es seguro, y viviendo el plenitud desde el café con leche del desayuno hasta el instante del sueño, esa pequeña muerte diaria que nos sume en el mundo de los sueños y que es imprescindible para un nuevo nacimiento.

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