martes, 14 de julio de 2015

Las gaviotas

Oh amor, oyes cómo las gaviotas se elevan en el mar, y cómo se inclinan a besarlo, como si el dios que lo vive estuviera muerto y lo resucitaran con sus besos. Se echan a volar y en el cielo un ángel las espera. Crece la hierba en las nubes, hierba desatada, atormentada por la electricidad que suena en un eco de luz, hierba que cae a tus pies cuando llueve y con la que me bordo un vestido para no estar siempre desnuda. Hierba en mis brazos, hierba que me cae de los pechos, hierba que en las ingles se convierte en zarza ardiente, donde habla Dios y su palabra es el Verbo. Moisés separó las aguas, y el mar se rindió a la palabra. Se rindió y, profeta del amor, atestiguo que me arrodillo en tus ingles, que tu semen cae en el desierto para alimentar al peregrino que soy, que anhela transitar para conocer y para ser, para desear y amar. Entre esos besos líquidos, el océano. Un océano que extiende sus raíces y que arraiga en la tierra prometida en que el amor es la sangre del dios que duerme.

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