Amor, cómo anochece. Es como si los ojos se cerrasen, como si las pupilas enceguecieran, como si la mirada no pudiese llegar más allá de las estrellas.
Ese cielo más lejano se envuelve entre pañales. Se cierra y se nos cubre de crisálidas, de tormentas, de nubes grises que perseveran en ser grises, en querer ese gris que las sustenta.
Permanece embriagado con la corriente marina de los peces. Permanece en silencio, callada la voz de las sirenas que una vez cantaron y murieron por amor, como los árboles.
Hay un cielo que se abre. Se alimenta del corazón de las doncellas, las que quieren encontrar el sol más mágico que las libere de su sangre.
Amor, hay un ligamento que se rompe, un músculo que desfallece cuando la penumbra se asienta entre nosotros y nos besa con sus labios de noche envejecida.
Amor, no te separes. Ríe con esa luz que se queda en esos focos, en ese neón de la ciudad, en esos faros que conducen la transmigración en la distancia.
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