Amor, qué lluvia me traes que en el cuerpo es llovizna desatada, un diluvio callado y silencioso en que las gotas persiguen un corazón desabrigado, y la sangre que lo incita a renacer entre las brumas.
Amor, la niebla trae agua. O es el agua quién la trae. Así tu semen es espuma, ola de mar y caracola de esos mares, de esas tormentas estelares en que la luz desciende entre los lagos, entre las montañas que se erizan con la nieve de sus cimas.
Mi Amado, amo las tormentas. En su seno hay un despertar entre relámpagos, y los truenos es la voz de esos misterios blancos que brillan en el cielo.
Entre mis muslos está la luz. Allí vive y se demora. Entre tus piernas vive el residirse, el penetrarse, el encenderse de amor entre tus brazos.
Eres la blancura del semen que derramas, el que se posa sobre mi piel y la acaricia, el que se entrega entre las eyaculaciones del alba, cuando la noche perece entre las sábanas, y contradice las mismas estrellas que viven en su cuerpo.
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