Amor, hay un desconsuelo que crece al borde de las rosas. Se lleva sus espinas. Se las lleva para sembrarlas en secano, para que salgan todavía más sangrientas en ese rojo aniquilarse entre deseos.
Dime si en tus labios se enamoran esos días que vienen a buscarte, dime si la aurora ha florecido entre tus ingles, si el cierzo amargo te ha azotado la piel y la costumbre de la piel de acariciarte, de besar profundamente tu cuerpo y las huellas de tu cuerpo, de amarte plenamente.
Hay un terreno que se ignora, siempre hacia delante. Es el camino de la vuelta, el que nos lleva a regresar a aquello que hemos sido, con la pena cumplida, con el rosario entre las manos, para ser otra vez distintos y pequeños, para ser aquellos niños que reían con la sombra, cuando la muerte no era más que un adivino que ignorábamos, y la vida un carrusel de los terrores en que la angustia despertaba con el alba.
Ahora el amor se extiende a cada paso, y cada huella es un pedacito de ese cielo que me diste con tus ojos, cada cielo es un ojo de los tuyos que se cierne sobre las lágrimas del Señor.
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