Amor, qué densos son los nidos de la plata. Qué augurios nos esconden. Dónde palpita el corazón, que se oculta a esta recién nacida primavera.
Estos rayos de sol se desvanecen con la caída de la luna. La luna nos desciende, a su paso por el cielo.
Amor, qué ojos blancos nos miran desde arriba. Qué labios no dejan de besar. Qué rotaciones viven en el alba, cuando las rosas se llenan de tu semen.
La amapola más blanca es la ternura. Mis manos son como dos lunares que han crecido, que han sobrepasado las ancianas cimas de la nieve, y se vuelcan en tus dedos. Se apresuran entre las derivaciones de las sendas donde la sangre deja huellas, donde los astros se inmiscuyen en la cotidiana ración del manantial, con el agua de los brocales en que el mar es un reflejo de ese agua que se mantiene con los besos.
Mi Amado, quebrar este silencio, quebrar mis mismas manos que me llevan a buscarte en el fiordo, tras los pasos del hielo, en el géiser, en el iceberg, en el témpano del tiempo.
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