Amor, qué cristalina es la noche que me envuelve. Entro en la noche y me acostumbro a su negrura, al palpitar de su latido que era mío, a ese deslizarse entre las sombras en que subyace un atisbo de redención.
Mi niño, ¿ves la madrugada que vendrá? Vendrá entre sueños, entre hogueras, entre luces que se abren en el cielo, entre rosarios de estrellas que transmiten el olor que nos alumbra.
En su lumbre se escapan los misterios, sus dolores, las lágrimas que vierte, recién paridas y anheladas.
Amor, qué cruza el semblante de tus ojos. Qué astros aniquila tu mirada. Qué silencio me responde.
Mi Amado, atraviesas la oscuridad, te permaneces y la blancura me rodea. En este fulgor blanco en la penumbra me nombro y necesito de tu esperma, necesito tu palabra, necesito tus labios rodeando los resplandores del crepúsculo, necesito del incesto, de la pupila adúltera y mezquina, necesito la pureza del arrepentimiento.
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