Amor, hay un árbol que se eleva en el jardín. Sube y recorre la escalera que le lleva hasta los cielos. En ese agua que lo llena, en su transitar de savia, y verdecido, sus hojas se convierten en las ramas, y las ramas se visten de azul entre las flores.
Si este amor tiene que ser maldito, si este deseo me llevará a morir, sé que en la muerte hay una visión de ese árbol que se levanta hasta los cielos.
En la muerte hay esa visión y el amor no es más que la muerte bendecida, el aquelarre donde se quema la sustancia de las brujas que supieron amar entre los ángeles.
Amor, si soy una de esas brujas, si en mí hay un negro que se oprime en los latidos de los pétalos, en las simas de las conflagraciones, dime si en mi pecho guardo una esmeralda para ti, para que entre las hojas haya un verde más verde que ninguno.
Amor, en ti desnuda, en ti el misterio se antecede, se cumple mi destino, se cumple la profecía de la sangre, se cumple el Cristo, con su cruz y mi blasfemia.
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