Amor, qué ciudad me representa. Vino Jerusalén con aquel muro, donde se lamentan de las lágrimas, donde se llora la sangre derramada. Vino en aquellas calles que se estremecían al toque de un tambor que teníamos en el pecho, cuando las manos no llegaban a alcanzar esa inmanencia que salía del corazón y que era carne del Cordero, allí donde cenó por vez primera, con aquellas traiciones, con los gallos, con las cruces levantadas entre olivos y la voz de Dios en la tormenta.
Amor, en las tiendas de recuerdos vendían la memoria. En los bares ofrecían el vino, consagrado una y mil veces en la iglesia de la Anunciación.
Entre sombras y entre flores se nos volcará en las manos. Nos llegará al roce de los labios. Será como un ave que vuela más allá del deseo, allí donde las camas se unen en el albergue de las dádivas.
Se nos dio el amor en la cuna del tiempo. Se nos dio en sus mismas entrañas, en su mismo cielo. En su misma plática, en la palabra que es materia y también sustancia. En el mismo Verbo.
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