Amor, qué águila entreví, que me dio sus alas, me alojó en su nido, y desde allí pude contemplar toda la belleza de tus ojos.
Amor, como en la copla me miraste, y me dijiste que me amabas, que mi sangre te fluía por las venas, que en las corrientes encontrabas el agua sagrada del manantial, y en este río me veías, y yo era particularmente hermosa.
Me embebí de tu mirada, que me dio la lumbre para ir a verme en la luz que poseía, hablé con la lluvia, aprendí el idioma de las aguas, y la querencia se desnudó y en ella se quedó la piel.
Amor, que me mostraste lo que yo más iba a amar, que me diste la más bella de todas mis iluminaciones, que me preñaste de blancura como si mi alma pudiese descender por las simas de la espuma.
Amor, me volví llena. Fui el resplandor lunar y su costumbre, un cesto lleno de latidos como fresas que inundaron mi cuerpo, lo enraizaron, y lo cubrieron con las flores del deseo.
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