Amor, quiero acunarte, mecer tu cuerpo entre mis brazos. Quiero tus lágrimas para que veas cómo el iris se diluye en la blancura.
En mis ojos se disuelve el sufrimiento. Se disuelve como el cobre al entrar en la fragua, ese metal hirviendo, esa rosa clandestina con sus pétalos de fuego, ese mirar que arde en los anocheceres insensatos, cuando el amor viene y se acerca de rodillas, como queriendo entrar, sin atreverse, llamando queda, suavemente, y llega en la mirada, en las pupilas que te lloran.
Deseo más tu llanto que tu semen. Tu esperma me viste. Tus sollozos me desnudan. Quedo abierta por tus lágrimas. Conjuran el miedo. Lo abandonan.
Así niño, vulnerable, más Amado todavía.
Mi sangre, mi leche, mi agua son para ti, para que construyas una casa, para que eleves una oración al firmamento, para que mi pureza sea tu pureza, para que el camino sea más blanco que mi alma, y tu alma se llene de dulzura.
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