Amor, qué silencio recogí de entre tus manos, preñado de pureza. Qué desnudo estabas al abrirte, al darme entre las lilas ese olor que te nace de la piel y que delata el fluido de la sangre.
Amor, con este cuerpo que respira aquellas flores que crecían en tu carne te abrazo y te bendigo, te alojo entre mis pechos y te guarezco entre mis ingles.
Amor, qué leopardos tardíos te acecharon. Qué muestras de caudal con los afluentes. Qué terminaciones las del mundo, que corre invicto tras tu ausencia.
Amor colmado, que te me abrazas, amor sediento que te dedicas a beber de mis estanques, luna caída al trinar del pájaro, luna que vuelves al cielo oscuro que te da tu nombre.
En el espejismo, mi Amado, hay un desierto. Su arena es procelosa. Sus oasis, infinitos.
El desierto se agolpa tras tu puerta. Llamas y de pronto el siroco permanece en esa lluvia que surge de las profundidades de lo oscuro.
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